Capítulo 27

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A la mañana del día siguiente, el sonido agudo y persistente de la alarma despertó a la pelinegra de golpe. Se incorporó de un salto, sus movimientos frenéticos reflejaban el sobresalto que había sentido. Abbie miró su celular con ansiedad, notando con alarma que tenía siete llamadas perdidas de Sebastián. El corazón le dio un vuelco, un latido fuerte y desconcertante que hizo que su respiración se acelerara. Su mirada se desvió hacia la rubia, que aún dormía plácidamente a su lado, ajena al caos que estaba a punto de desatarse.

Sin perder un segundo, Abbie se levantó con rapidez, moviéndose por la habitación con un nerviosismo palpable. Su mente estaba invadida por una oleada de preocupación, y el caos que se avecinaba parecía envolverla por completo. Se acercó a Karina, dándole un toque suave pero urgente en el hombro para despertarla.

Karina se estiró lentamente, sus ojos entreabiertos reflejaban confusión al ver la desesperación en los movimientos de Abbie. Se incorporó rápidamente, notando que la pelinegra se movía con una urgencia que no dejaba lugar a dudas: algo estaba muy mal. En cuestión de minutos, ambas estaban listas, con la pelinegra desbordando una ansiedad que parecía palpable en el aire.

Mientras Abbie estaba a punto de subir a la camioneta, Karina la detuvo con un gesto decidido. La noche anterior había sido un torbellino de sensaciones intensas y emociones a flor de piel, un momento en el que el deseo se había fusionado con una conexión profunda y auténtica. El recuerdo de aquella intimidad compartida, de abandonar el deseo para hacer el amor de manera lenta y sin prisa, seguía fresco en la mente de Karina, dejándola en un estado de confusión y reflexión.

Karina tocó el brazo de Abbie, atrapando su mirada con una expresión de preocupación y calma. La pelinegra, sin embargo, estaba demasiado centrada en sus propios pensamientos para notar el intento de Karina de detenerla. Abbie encendió el motor de la camioneta, el rugido del motor pareciendo resonar en la quietud de la mañana. La urgencia en su comportamiento contrastaba con la calma que Karina intentaba ofrecer.

—Abbie, espera un momento —dijo Karina con firmeza, aunque su voz estaba teñida de preocupación. Quería asegurar que la pelinegra no se dejara llevar por la desesperación sin tomar un momento para calmarse. Abbie, sin embargo, parecía atrapada en sus pensamientos y en la necesidad de resolver de inmediato el caos que se avecinaba.

La tensión en el aire era palpable, y Karina observó a Abbie con una mezcla de angustia y empatía. Sabía que el recuerdo de la noche anterior debía estar luchando con las preocupaciones actuales de Abbie, creando una disonancia emocional que no se resolvía fácilmente. Sin embargo, en ese momento, el caos externo y la necesidad urgente de actuar parecían tener el control sobre la pelinegra.

Karina se mantuvo firme, esperando que Abbie finalmente se detuviera y tomara un momento para respirar antes de enfrentarse a lo que estaba por venir. Aunque el deseo de resolver la situación era fuerte, Karina entendía que también era necesario tomarse un tiempo para enfrentar los problemas con claridad.

—¿Irás al trabajo hoy? —preguntó, intentando mantener su tono neutral mientras sostenía el volante entre las manos.

Karina, al otro lado de la ventana, con preocupación en su rostro, le sostuvo la mirada. La determinación en sus ojos era palpable, a pesar de la tristeza que se asomaba en sus palabras.

—Me reportaré enferma —respondió con una resolución dolorosa, casi como si las palabras se le atascaran en la garganta—. No quiero enfrentar otro escándalo con Sebastián.

La pelinegra asintió, reconociendo la gravedad en la voz de Karina. Era evidente que la situación se había vuelto insostenible, pero la urgencia en el rostro de Abbie no se desvaneció.

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora