[Narrador omnisciente]La rubia observaba con todo el asco del mundo como la susodicha princesita chillaba exageradamente cuando el caballo blanco que le fue asignado relinchó al ver su rostro desconocido. Se reservó su risa para su disfrute personal mientras observaba al duque Maximilian sostener las riendas del equino y alejarlo de la ansiosa princesa. La duquesa le consolaba como si fuese una pobrecita vagabunda con su llanto falso buscando ganar simpatía, luego miró mal a Sieglinde como si ella tuviese la culpa. Después de sermonearle de mala gana por no haber "educado" bien al caballo (aunque esto no fuese ni su culpa ni su responsabilidad) le ordenó ayudar a la princesa a subir al caballo. Después de haberle ayudado, ella tomó el caballo que le fue asignado para ejercer de escolta y doncella para la pareja de prometidos que se dirigirían a las colinas para un paseo en las frescas horas que precedían al mediodía. ¿Qué pintaba ella ahí? Ni siquiera sabía para qué la duquesa le había ordenado asistirlos a ambos cuando sabía de la poca simpatía que existía entre ella y la princesa Lizzabetta. Musitó algunas maldiciones que fueron opacadas por el galopar de los caballos, cuyas herraduras chocaban incesantemente con el asfalto de las calles hasta finalmente llegar al sendero que daba salida a la gran ciudad. Vista desde tal distancia, la residencia de los duques no parecía la gran cosa en comparación con las demás casas nobles, solo una más del montón. Ese panorama ayudaba a Sieglinde a sentirse mejor consigo misma, diciendo mentalmente que el tan clamado Maximilian no era la gran cosa siendo que existían otros nobles, y, de seguro, alguno sería mejor partido que él aunque no fuera de su interés. Minimizaba el ego ajeno e incrementaba el suyo con sus pensamientos. Una leve sonrisa adornó su rostro y no se inmutó siquiera al ver a Lizzabetta agitar desenfrenadamente las riendas, haciendo alarmar al pobre caballo que echó a correr con unas prisas increíbles, dejando atrás al duque y a la rubia. Se echó a reír al escuchar sus chillidos de cigüeña desentonada al caerse de la montura e ir de cara al barro creado por el rocío matutino que aún no desaparecía.
-¡Oh mi Dios! ¿Está usted bien, alteza? _preguntó el duque una vez alcanzó a la accidentada fémina y le tendió su mano para ayudarle a levantarse, parecía un cuadro a dos colores, su sedoso vestido estaba empapado de barro en la parte frontal, mientras que la trasera estaba intacta. La chica hizo un breve berrinche a modo de queja y ordenó a Sieglinde que arreglara el desastre_
-"Eso es algo imposible hasta para alguien tan sofisticada como yo" _pensó con una sonrisa ladina y luego descendió elegantemente de su caballo, sacando del gran montón de cosas que llevaba un vestido de repuesto. Acompañó a la princesa hasta detrás de unos arbustos lo suficientemente altos, e iba a permitirle cambiarse, hasta que escuchó pasos que las seguían a ambas. Inmediatamente se voltearon para ver al ingenuo Max haciendo de escolta. Ambas le propinaron una buena patada en la espalda para echarle de allí a la vez que le echaban en cara lo desvergonzado que estaba siendo. Al menos coincidían en algo. La rubia no quería que el duque viese a otra mujer desnuda y la princesa no quería perder su oportunidad de casarse dejando a un hombre ver su cuerpo hasta el momento adecuado (cortesía de su madre su paranoia)_
Después de arreglar a medias a aquel desastre humano y maquillar su rostro de nuevo, ambas regresaron al lado del duque y continuaron con su "agradable" paseo. Decidieron detenerse a las entradas de un bosquecillo que había cerca, dejando a los caballos pastar tranquilamente mientras tomaban asiento a la sombra de uno de los grandes árboles. Sieglinde prefirió la compañía de los equinos antes que la de la insoportable Lizzabetta y su despreciable prometido. Se sentó en el césped verde, siendo acompañada por su caballo respectivo, quien se acostó a sus espaldas, dejando a la rubia acariciar su cabeza pacíficamente. El animal disfrutaba del afecto que se le proporcionaba. Mientras, la princesa intentaba tener una conversación decente con el duque, pero este muy pocas veces respondía a alguna frase suya. Su mirada estaba fija en aquella imagen digna de una fotografía. Ver a la rubia en perfecta paz con un animal a los rayos del sol y sobre el césped verde, sumando un cielo azul lleno de blancas nubes que viajaban lentamente y una suave brisa que animaba las briznas de hierba. ¿Había mejor vista que esa? Lizzabetta notó la causa del ensimismamiento de Maximilian y agarró sus mejillas con algo de rudeza para obligarle a mirar sus ojos, internamente, Max hacía una comparación y empezaba a notar el poco atractivo sentimental que ejercía Lizzabetta sobre su persona. Lo mismo físicamente, no precisamente por su cuerpo. Al menos, en delicadeza, Sieglinde era más notable que su presunta prometida.
-¡Deja de mirar a la estúpida doncella! _le exigió_ Tus ojos deberían estar sobre mí, no sobre ella. _espetó, Max se encogió de hombros_
-No la miraba a ella, vigilaba que los caballos no estuviesen haciendo algo peligroso, asimismo, conociendo a "esa doncella", podría hacerle algo a la montura de los caballos solo para entretenerse. _dijo, Lizzabetta no distinguió el tono burlesco con el que el chico había dicho aquello, haciéndolo procesar en su mente como muestra de su preocupación por su persona. Inmediatamente dirigió sus ojos a la rubia, pero ella parecía ajena al mundo en sí_
-¡Con que así es la cosa! _exclamó, indignada. Si bien la rubia había sido la culpable de que su montura, casualmente, estuviese mal colocada como para hacerla caer al barro, eso hubiera pasado si fuese alguien más inteligente y le agradase a los caballos como ella, que los alimentaba, limpiaba y peinaba a diario. Los equinos finalmente llenaron sus estómagos y se recostaron a la luz del sol como mismo había hecho aquel que iba como acompañante de Sieglinde_
-¡¿Qué tiene ella tan especial como para que incluso los caballos le prefieran?! _chilló indignada la princesa, Maximilian le miró, entre alarmado y confundido. ¿A qué se debía semejante arranque de celos? Desde luego no querría soportar a una mujer berrinchuda como lo era Lizzabetta, pero tampoco es que le quedasen muchas opciones. La princesa parecía estar a punto de tener una rabieta, y, en efecto, la tuvo_
El duque observó en silencio cómo la princesa se levantaba y se acercaba a zancadas donde la rubia mientras le gritaba cosas que no lograba entender del todo, Sieglinde estaba a una buena distancia de donde se habían colocado ellos dos. La rubia volteó a ver a la princesa y musitó algo que solo ambas escucharon, los caballos se levantaron alarmados y comenzaron a correr en círculos mientras la rubia intentaba calmarlos. Aquello era peligroso y el duque lo supo inmediatamente, comenzando a caminar a paso rápido para impedir alguna desgracia, sin embargo, por muy buenas que fueron sus intenciones, él fue quien sufrió la desgracia cuando Lizzabetta chilló al ver al caballo blanco correr a su dirección y sin querer pegó a aquel que correspondía al duque. El caballo, sobresaltado, lanzó una patada hacia atrás que mandó al pobre Maximilian a volar unos dos metros, cayó desmayado al suelo. Ambas féminas se miraron, preocupadas y alarmadas y corrieron a socorrer al accidentado. Lizzabetta le sacudía como si fuese un muñeco de trapo mientras Sieglinde revisaba su abdomen para determinar qué tan grave era la herida, por suerte, solo tenía un tatuaje bien ganado de la herradura del caballo en el mismo medio del abdomen, no había sido una patada muy fuerte, así que solo estaría inconsciente unas horas. Definitivamente fue un paseo desastroso. Indirectamente, la rubia logró su cometido, les daría una buena ración de manzanas verdes a esos caballos. Eso sí, Maximilian no tenía por qué pagar tan dolorosamente las consecuencias, en su lugar, hubiese agradecido que fuese la princesa, pero lo hecho, hecho estaba y no podía quejarse. Además, así impediría que la princesa siguiese molestando debido a que la duquesa se la pasaría "consolándola" mientras su hijo se recuperaba de la tragedia.
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Redención✅
Novela JuvenilZoe Lewis es la chica más presumida, autosuficiente y egoísta que la humanidad ha podido conocer. Pasa del 90% de su día autohalagándose mientras hace sentir inferiores a los demás, en especial a una chica llamada Lizy, humillándole día sí y día tam...