23. Le dije sus verdades

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Primero que nada, feliz sábado lésbico.

Segundo, he llegado al punto de la historia al que siempre quise llegar y algunos ya saben lo que eso significa.

Tercero, que Dios los acompañe. 

Zephir.

La nueva casa de Akami es grande, tiene un pontón de rejas puntiagudas al frente que me recuerda a las pelis de horror. El sol apareció en lo alto, estaba algo nerviosa pero más que nada, quería confrontarla aunque no supiera qué decir.

—¿Estás lista? —preguntó Sherman en mi oído.

—No, creo que nunca estás lista para las situaciones que te van a lastimar.

—Entonces por qué vinimos aquí.

—Porque tampoco estoy lista para las situaciones de las que me voy a arrepentir, en este caso, de no haberle hablado —tragué grueso al abrir la puerta del auto—, de no asegurarme que soy la única que se sintió de esa manera.

Nerea se veía muy absorta en su propio dolor como para prestar atención a lo que haríamos, ni siquiera sabía que ella tenía pareja. Incluso ocultara su vida del resto, tiene personas consigo cuando aquellos planes se le arruinan, quisiera poder vivir eso.

El chófer nos vio por el rabillo del ojo, le pasó el teléfono a Nerea donde por videollamada una chica de cabello morado y un señor de rojo la consolaban. Él bajó con nosotros fingiendo controlar las puertas y acomodar maletas en el compartimiento de atrás.

Respiré hondo, crucé los brazos antes de que Sherman pudiera darme la mano. Puso su palma en mi hombro para dirigirme atrás de un gran pilar que le impidiera a Akami verme cuando él tocara el timbre.

Todo fue como lo planeado, ella le abrió y fue directo dentro, ni siquiera tuve que escabullirme para ingresar, di un último vistazo atrás. El gótico recostado sobre la puerta trasera nos miró fijo sin hacer nada más que supervisar como si fuera una especie de guardaespaldas.

Entré detrás de mi amigo como si fuera su sombra, Akami se puso pálida al notar mi presencia.

—Buenas tardes —saludé con calma—. Cuánto tiempo, querida.

—Ze-Zephir, un gusto verte.

Tartamudeó, al retroceder sus zapatos le fallaron, provocando que se resbalara. Sherman la atajó por detrás en lo que cerré con llave doble.

—Ha pasado un rato, pero nuestra princesa te ha recordado muy bien —canturreó Sherman—. tiene un video que se lo recuerda.

—¿De qué hablas? —preguntó Akami como si no supiera nada, aunque su voz empezó a temblar—. chicos, sálganse de mi casa por favor, si alguien los ve...

—¿Van a pensar mal? —se burló Sherman—. oh, dime Akami, qué van a pensar, es más, toma asiento —retiró una silla de la mesa del comedor—. tengamos una reunión.

—Será un placer —aparté la silla enfrente suyo—. venga, que tenemos tanto de que hablar, por ejemplo tu nueva casa ¿La pagaste al vender ese video? ¿O fue con vender los regalos que te di en nuestra relación falsa?

—No fue falsa.

—No, la falsa eres tú.

Akami jadeó asombrada, yo tampoco supe de dónde salió eso. Caí en cuenta que siempre intenté ser la mejor que pude con todos, aunque me equivocara, aunque no entendiera.

Se me juzgó por querer demasiado, por no saber querer, por no tomar decisiones y luego por tomarlas en el peor momento de mi vida donde estaba tan dañada y enferma que el brillo en mis ojos se apagó por completo.

Si ellas quisieranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora