Me desperté confundida, sabía perfectamente que no era un día cualquiera, me dirigí al baño y encendí el agua para que se calentara, me introduje y deje que las gotas recorrieran mi cuerpo, notaba cada una de ellas, deslizándose por la espalda hasta que abandonaban mi cuerpo. Esto no hacía más que aumentar mis nervios, por mucho que me esforzara en relajarme no podía, hoy era el día, tendría que coger un tren y dejar atrás todos estos años de mi vida, aún me planteaba si sería capaz de hacerlo, pero no tenía más remedio.
- Cariño, sal ya de la ducha, o llegaremos tarde y no nos lo podemos permitir.- me anunció mi madre desde el salón.
Cerré el agua, salí de la ducha i me dirigí a mi habitación, era una sensación rara, ya no quedaba nada, todo estaba empaquetado y cargado en un camión para la mudanza, no me lo podía creer, diecisiete años de mi vida en cuatro paredes que ahora están vacías, absorta en mis pensamientos me vestí, me puse unos tejanos negros y una camiseta azul, cogí las bambas y me las puse, cuando me dispuse a abandonar por última vez mi habitación, di una vuelta sobre mi misma para captar por última vez toda su esencia, respiré hondo y salí de ella.
Me dirigí al salón y allí estaba ella, mi madre, con su sonrisa de que todo irá bien, ya estaba preparada con nuestras maletas hechas, yo sabía que era fuerte por las dos, después de la muerte de mi padre nada fue igual, hace poco más de un año, pero seguimos recuperándonos, quizá este era el cambio que necesitábamos, quizá aquí haya demasiados recuerdos de él, y lo mejor sea pasar página. Mi madre abrió la puerta, salió a través de ella, miró hacia atrás, y hizo un gesto para intentar contener las lagrimas, yo salí detrás de ella, sinceramente no sentía nada, solamente tenía un desconcierto, no sabía que pasaría, incluso se podría decir que estaba aterrada. Bajamos las escaleras en silencio, no éramos capaces de pronunciar ninguna palabra, ni sabíamos si seríamos capaces de aguantar sus consecuencias. Al salir del portal estaba Susana, la cabezota de mi mejor amiga, -¿Qué hubiese hecho yo sin ella estos diecisiete años? - nunca me imaginé que me separaría tanto, cualquiera que me hubiese dicho hace dos años que iba a acabar así, me hubiese reído en su cara, pero la realidad es diferente.
- Cariño, te voy a echar mucho de menos, ¿Qué haré yo ahora sin ti?-casi se pone a llorar- En serio, llámame en cuanto llegues, ya haremos planes para visitarnos, ya verás que todo sigue como siempre.
Ambas forzamos una sonrisa, no me quedan fuerzas para hablar, ayer estuve toda la noche llorando, no puedo hacer más que abrazarla, fundirnos conjuntamente en señal de que esto es pasajero, que no nos separarán, que esto es una broma de mal gusto, pero a quien engañar, por mucho que lo intente no lo es, es un nuevo comienzo, y por mucho que me duela pensarlo, quizás haya llegado nuestro final, contenemos las lagrimas ambas para sentirnos fuertes, pero no sé cuánto durará.
- Que maja eres Susana- dice mi madre- es demasiado temprano, deberías estar en casa, tu padre se preocupará, luego lo llamaré de todos modos para explicarles como ha ido todo.
Para Susana, mi madre era como su segunda madre, ya que sus padres estaban separados, y siempre que se quedaba con su padre, al vivir en la misma calle, estábamos siempre una en casa de la otra, de forma que se fue creando un vínculo entre ambas partes de las familias. Nuestras familias siempre habían sido así, amigas desde que nacimos, incluso después de que las cosas fueran mal para los padres de Susana. Aún así mi madre y la suya seguían unidas, desde pequeñas, eran amigas de la infancia, pasando hasta por la universidad juntas. Dicho esto, Susana se despegó de mí y abrazó fuertemente a mi madre.
Después de un largo y incomodo silencio, y de miradas que lo dicen todo, acompañamos a Susana a casa y mi madre y yo nos dirigimos hacia la estación de tren, hacia nuestra nueva vida. Mi madre pensó que irnos antes de empezar las clases sería lo ideal, de forma que no perdería tiempo. Llegamos a la estación diez minutos después, tenía una rara sensación de dejar todo atrás, me esperaban largas horas en tren hasta llegar a la estación donde mi tía Clara nos esperaría con los brazos abiertos, técnicamente, nos alojaríamos en su casa hasta que podamos establecernos medianamente en este nuevo lugar.
Me esperaban horas eternas sentada en un maldito sillón medio cómodo, sin saber qué hacer, me había preparado diversos pasatiempos, como una lista de mi música favorita, un par de libros que ansiaba leer, un par de películas que ver, pero cada vez que veía que se acercaba en momento de emprender el viaje, notaba que nada de lo que preparé sería buena idea para hacer. Por fin, después de media hora, llegó, a lo lejos se veía una luz resplandeciente, el tren se acercaba disminuyendo su velocidad a cada metro que pasaba. Paró, y llegó la hora de entrar dentro del lugar que me llevaría a mi nuevo hogar, suspire al poner un pie dentro y cerré los ojos al estar completamente dentro.
- Laura, ven trae la maleta, este es nuestro camarote-dijo mi madre mientras me hacia una señal con la mano.
Me dirigí hacia allí sin mediar palabra, fuese como fuera, no era capaz de articular ninguna, entre en el camarote, al menos no era tan pequeño como imaginé, a pesar de que no pudimos gastarnos mucho dinero en el tren, era lo suficiente grande para contener una litera, una pequeña tele colgada en el rincón opuesto de la habitación de donde se encontraban las camas y un par de sillones en una esquina en forma de triangulo ya que en medio se encontraba una pequeña mesa que tenía encima una pequeña lámpara.
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Una vida para recordar
Teen FictionQuizás mi vida no ha sido la mas fácil, me llamo Laura, y esta se podría decir que es mi vida, es un poco desastre y desequilibrada, pero bueno, poco a poco le voy cogiendo el truco.