Capitulo I

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Muy temprano, como solía hacerlo cada mañana, Carlos despertó presuroso por los quehaceres del día. Su madre, una mujer de tierno aspecto y contextura baja pero fornida, se encontraba en la cocina que se ubicaba justo frente a su cuarto, con diligencia preparaba el caldo de papa y la arepa amarilla que en ocasiones, y  a falta de tiempo, volteaba con sus propias manos. Aquel día se llevaría a cabo el sepelio de uno de los compañeros de Carlos, no eran amigos, pero si conocidos, habían cursado clases juntos desde hacía dos años, el pobre chico falleció de sopetón a consecuencia de un accidente de auto, cuando el conductor ebrio y atontado por el agua de panela fermentada que solían tomar muchos en aquel pueblo, lo arrastro por más de veinte metros matándolo al instante.


Aguaclara fue en sus inicios un pequeño caserío indígena, que derivo en parroquia con la llegada de los conquistadores europeos y termino como municipio después de lograda la independencia. Cada año que pasaba el pueblo se quedaba más solo, los estudiantes marchaban a las grandes ciudades con el fin de encontrar oportunidades laborales y académicas, los pocos que allí quedaban eran comerciantes y empleados públicos de los juzgados, notarias y los docentes. La vida era sosegada, tranquila y sin muchas perturbaciones.


Carlos y sus amigos luego del colegio solían visitar el parque principal, que a diferencia de otros pueblos vecinos no se encontraba en su centro, aunque si frente a la iglesia principal. Hacía ya cincuenta años desde que un profesor obstinado, un alcalde encargado y un cura tramposo, decidieron sacar el mercado de allí y emprender la empresa de construir un parque para el pueblo, utilizando piedra de rio y mano de obra de presos y estudiantes, con oposición marcada, eso sí, de los prestantes miembros de la sociedad quienes habitaban a sus alrededores y se negaban a dar su consentimiento, debido a las molestias que le causarían a sus esposas, quienes ahora deberían caminar más allá del frente de sus casas para comprar sus víveres. Finalmente, la presión del gentío fue tanta que el proyecto se terminó llevando a cabo, se planeó justo entorno del frondoso árbol traído de arabia y plantado en conmemoración del centenario de la independencia del país, gesta en la que fue de marcada importancia la participación de los aguaclareños. Justo debajo de aquel árbol, era donde se realizaban las tertulias de chismorreo y pendejada en las que participaban Carlos y sus amigos.


Solían quedarse casi hasta las ocho de la noche hablando de los demás, de ellos mismos, de sus familias, de los eventos recientes y de los que estaban por ocurrir. Pronto se graduarían y muchos ya pensaban en aplicar para universidades, elegir la profesión de su preferencia, otros en cambio tenían presente que lo del estudio era para después, lo importante era conseguir empleo para mantenerse. Muchos de ellos se conocieron desde niños, cuando iniciaron su etapa escolar, algunos llegaron después o se retrasaron de otros cursos. Juntos experimentaron la aparición del primer café internet del pueblo, la llegada del primer celular y hasta el cambio de los televisores pansa atrás, los que fueron remplazados por unos cada vez más grandes pero menos voluminosos; pudiera decirse que no solo ellos estaban cambiando con la pubertad, el mundo parecía cambiar con ellos.


Cuando no estaba con sus amigos, Carlos gastaba el tiempo con sus hermanos y primos, juntos solían visitar un rio cercano al lugar donde vivían, era uno  los dos afluentes que recorrían a Aguaclara; este rio iba a parar en "las ajuntas", un sitio único en el que se podía observar a dos corrientes de agua convergir en una sola, un simple espectáculo natural que muchos dejaban pasar por alto. Se bañaban durante horas, subiendo y bajando las corrientes, esquivando las chupas y robando cuanta guayaba pudiera encontrarse entre los arboles de las fincas cercanas, era tanto el tiempo que allí pasaban, que la piel expuesta pronto se tornaba rojiza y traía consigo un dolor insoportable que solo el caladryl menguaba, las noches eran tormentosas escondiéndole la espalda al colchón, pero eso no les importaba, nada como sentir el agua virginal parida de las mismas entrañas de la tierra, algo que no era muy común en las ciudades muy pobladas.

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⏰ Última actualización: May 04, 2015 ⏰

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