6. Reencuentro:

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Akaza Hakuji:

El traje azul profundo, el traje que debería haber lucido el día de mi graduación, con la corbata de seda burdeoa con el diseño de pequeños copos de nieve que me había regalado Koyuki. El traje que debería haber llevado durante uno de los días más felices de mi vida y que por azares del destino jamás había salido de la funda de la tienda. Hasta ése día.

Lo descolgué y lo coloqué sobre la cama para ponérmelo después de la ducha. Al acercarme al armario estaba muy convencido de mi decisión, pero en esos momentos en los que me encontraba frente a los pies de la cama con una toalla envolviéndome las caderas, me estaba preguntando si no sería mejor optar por el negro, el mismo que llevé para su funeral.

No, ese día el único pensamiento que tenía en mente era mi puta sed de venganza. Estaba tan jodidamente obcecado en vengarme de los que la habían matado que a penas podía pensar en otra cosa. Si me pusiera ése maldito traje, los retorcidos sentimientos de ese día volverían a mí y ni el señor Soryuu ni ella se lo merecen.

Bajé la cremallera de la funda y a medida que el conjunto iba quedando al descubierto una tormenta de emociones se adueñó de mi, pero no tuvo nada que ver con el momento en que me lo puse y me enfrenté a mi reflejo en el espejo de mi habitación. En mi época de estudiante me quedaba muy holgado, pero ahora que había ganado bastante peso y musculatura, se adaptaba a mi cuerpo como si me lo hubiesen hecho a medida.

Me situé frente al espejo y durante un instante me imaginé a Koyuki a mi lado sonriéndome y yo a ella cuando nuestras miradas se encontraran en bruñido cristal. Sonreí débilmente imaginando tantas cosas que podrían haber sido y no fueron...

Respiré hondo y solté el aire lentamente como armándome del valor necesario para enfrentarme no solo al padre de Koyuki, si no también al de los hermanos Rengoku, quien por cierto ya debía de andar con la mosca detrás de la oreja si Tengen le había dicho la clase de persona que soy y con quienes me codeaba.

Como mínimo el señor Rengoku encerrará a Senjuro bajo cuarenta candados y te pondrá una orden de alejamiento de por lo menos doscientos kilómetros. Puntualizó ésa minúscula neurona encargada del pensamiento lógico y a la que casi nunca me tomaba la molestia de acudir en según qué situaciones.

Tomé las llaves y la cartera y salí de casa. Una vez en la calle, como ya se había vuelto costumbre, comprobé que nadie me seguía y cuando me quedé mediante tranquilo, eché a andar, deteniéndome en una floristería para comprar un ramo de alhelíes.

La distancia que me separaba de la casa del señor Soryuu era cada vez menor y a medida que esta se reducía aumentaban mis temores, pero aún así había dado mi palabra. Cuando finalmente me encontré frente a la puerta llamé al timbre como quien se arranca de golpe una espina con la idea de que al hacerlo de golpe y sin pensar va a doler menos. Pocos segundos después, la puerta se abría hacia dentro y era recibido por Soryuu Keizo, quien estaba más delgado y pálido de como lo recordaba, sin embargo la luz bondadosa de sus ojos permanecía intacta. Con una cándida sonrisa me invitó a entrar en su casa. En el mueble del recibidor permanecía una foto que nos habíamos hecho los tres cuando Koyuki y yo todavía éramos unos niños. Estábamos tumbados en el césped de un parque, cabeza con cabeza y salíamos poniendo muecas raras y graciosísimas. Incluso bizqueando y poniendo morritos, Koyuki era preciosa. De soslayo vi que Keizo también miraba la misma foto y después de un corto intervalo de tiempo respiraba hondo y soltaba el aire por la nariz.
—Estoy terminando de arreglarme, si te apetece tomar algo, puedes coger lo que quieras de la nevera, estás en tu casa —precediéndome y yo le seguí sintiendo la colisión de cientos de emociones opuestas.
—Muchas gracias… —musité y fui hasta la cocina para poner las flores en un recipiente con agua y me senté en uno de los taburetes junto a la encimera con la vista fija en el papel que envolvía el tallo de las flores.

Sed De Venganza. (Tinta y Fuego parte IV).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora