Prólogo

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ΩΩΩ

El mundo tenía fauna, flora, ambiente y monstruos; pequeños monstruos que se esparcían rápidamente. Monstruos que llenaban el planeta de basura, madera procesada y metal.

Sin embargo, un par de monstruos no tan malos que vestían túnicas blancas se dieron cuenta del daño irreparable  que le habían hecho al mundo. Pero fueron arrastrados, encarcelados y callados.

El reloj climático iba en descenso, y aunque muchos monstruos de buen corazón hicieron lo que pudieron para impedir el inminente desastre que se avecinaba, las grandes empresas jamás cooperaron.

El humo siguió inundando el cielo, el alquitrán se accidentaba en el mar y los cazadores seguían enloquecidos por su codicia.

Un día, la cuenta llegó a cero; el planeta ya estaba harto, era su momento de quejarse por todo lo que había sufrido. Empezó azotando las costas con vientos huracanados, gritando de dolor; luego siguieron sus arranques de ira hirviente en sus volcanes y las nevadas infernales de su desdén.

Los monstruos rezaban por sus vidas esperando que se detuviera.

El mundo, a pesar de todo el daño que le habían hecho los monstruos pequeños, detuvo su reclamo y comenzó a llorar; llorar como alguna vez lo hizo mucho tiempo atrás. Lloró y siguió llorando incluso cuando los ríos se desbordaron, incluso cuando el mar se alzó.

El agua empezó a abrazar a la tierra y los monstruos no sabían a dónde ir, así que crearon barcos gigantes dónde pudieran entrar muchos y encontrar nuevas tierras; barcos que ninguna ola pudiera volcar. Dentro de ellos montaron a muchos monstruos ricos y un par de ellos pobres.

Algunos monstruos ricos que se quedaron, corrieron con los pobres a las montañas altas, pero el resto emprendió su viaje al mar.

La humanidad se separó, unos aprendieron a vivir en barcos que volaban, otros hicieron casas flotantes, y otros se escondieron en el oscuro fondo marino.

El mundo un día dejó de llorar y se dió cuenta que ya casi no había monstruos, ni animales, ni flores. Pero había un silencio imperturbable, el cielo se despejó y ahora había más mar que alquitrán.

El planeta, afligido por lo sucedido, decidió respirar por una vez en miles de años, dejando salir el sol con calidez maternal y así, los monstruos de batas blancas no tuvieron que crear otro reloj.

Bajo el MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora