CAPÍTULO XVII

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                                   DÁNAE

Mis días se habían vuelto aburridos y monótonos desde que Deimos se fue hacía ya cinco semanas. El único motivo por el que salía de casa era porque le había prometido a Thalía que no desaparecería.

Desde que volvimos de aquella catastrófica acampada, la rubia casi no se había despegado de mi lado. Siempre ponía de excusa que no quería que estuviera sola en una casa tan grande, pero la verdadera razón era que Brina estaba demasiado ocupada con las niñas como para poder hacer planes con ella, y eso hacía que se sintiera sola.
Comprendía a Brina, la hermana mayor encargada de criar a las más pequeñas, pero me molestaba un poco que casi no le hubiera escrito ni un mensaje desde aquella noche.

No sabía mucho de ella, más de lo que Thalía me contaba, que no era mucho.
Por lo visto las vacaciones de Navidad habían terminado de la peor manera posible en casa de los Bennet y Brina llevaba enfadada con el mundo desde entonces.
Yo sabía lo que necesitaba para animarse, pero no quería echarle sal a la herida.

Cerré la puerta de casa de un portazo tomando grandes bocanadas de aire. Había corrido por poco más de cuarenta y cinco minutos y ya me sentía la rodilla izquierda palpitar.
Casi solté un gemido cuando coloqué la bolsa de guisantes congelada sobre la incurable herida de mi pierna.

En el momento en el que conseguí relajar mis músculos, estirada en la parte más cómoda del sofá en forma de L que ocupaba la mayor parte del salón, mi móvil se iluminó avisando de una nueva notificación.
Solté un suspiro y, negándome a incorporarme, hice malabares para alcanzar el aparato que descansaba sobre la mesa.
Solo había dos posibilidades: Thalía o mi madre. Y dudaba mucho que esta última me escribiera en vez de hacer una llamada oficial registrada.

Me sorprendí al ver una notificación en la cuenta secreta de Twitter que me había creado poco después de unirme a la Asociación para estar al tanto del mundo exterior. Una cuenta anónima había mandado dos fotos con un mensaje adjunto que me heló la sangre.
"¿Es esto lo que buscáis? Venid a por él"
En la primera imagen se podía ver lo que supuse era el condenado collar que Deimos tanto ansiaba encontrar de manera muy ampliada, tanto que no te dejaba ver quien lo portaba.
No me hizo falta echarle uso a la imaginación porque era exactamente eso lo que la segunda imagen me mostraba.

Con el pelo negro en una cola de caballo, los ojos marrones brillando de emoción y una chaqueta que yo conocía muy bien cubriendo sus hombros, Brina ocupaba toda la pantalla.
Cerré los ojos con fuerza, el malestar instalándose de inmediato en mi estómago y la rodilla palpitando con más ímpetu que antes.

Me incorporé al cabo de unos momento, mi vista nublándose por un segundo, y con toda la velocidad que pude encontrar en mi demolido cuerpo, corrí hacía casa de Brina.

Ni siquiera me molesté en impedir que las gotas de agua me empaparan de pies a cabeza. Todo me daba vueltas mientras intentaba procesar la información, sosteniendo el móvil con fuerza con la mano izquierda, la pantalla aun iluminada con el mensaje impidiéndome respirar.

Mi propio puño golpeando repetidamente la puerta de entrada fue lo que me sacó de mi ensoñación.
Una mujer entrada en sus cincuenta, rubia y con los ojos azules me dio la bienvenida. Si no fuera porque me sabía de memoria el árbol genealógico de Brina gracias a Deimos, habría pensado que me había equivocado de casa.

"¿Está Brina?" me escuché preguntar con voz lejana, como si tuviera la cabeza bajo el agua y las voces estuvieran fuera de la misma. Carraspeé con fuerza un par de veces para centrarme, viendo como la señora se giraba y gritaba el nombre de la morena con fuerza.

La vi bajar las escaleras despacio. Llevaba una camiseta tres tallas más grande y el pelo recogido de cualquier forma sobre su cabeza.
Unas grandes ojeras oscurecían sus ojos marrones y tenía una herida en el labio inferior y otra en la ceja izquierda.
Un moratón empezaba a formarse en su brazo, justo por encima de su codo, como si alguien la hubiera agarrado y sacudido con fuerza, y cuando intentó cubrirlo con la mano derecha, pude ver la herida en sus nudillos. Sus anillos habían desaparecido. 

Se acercó a mi, sin siquiera echarle una mirada a su madre, y me indicó con la cabeza que la siguiera.
En la parte de atrás de su casa había un pequeño columpio que parecía que se caería en el momento en el que me sentara en él, aunque no lo hizo.

Nos quedamos en silencio por unos minutos. Ella admirando el cielo cubierto de estrellas y yo intentando acompasar mi respiración.
El calor del móvil aun picaba en mi mano, a la espera de empezar una conversación que no quería empezar.

Brina no era tonta, apostaba mi brazo a que ya sabía qué hacíamos en la Asociación y, por lo tanto, la razón por la que se había ocultado tanto tiempo.
La solemnidad en su cara alzada, con las pestañas rozándole el párpado y los labios entreabiertos me desconcertó.

Carraspeé, sin encontrar las palabras adecuadas, tendiéndole el teléfono con cuidado. Me fijé en la forma en la que sus cejas se juntaron por un segundo, para después volver a su posición original, la herida roja sobre el pelo marrón.

Soltó un suspiro doloroso, colando la mano que no sostenía el aparato por dentro de su camiseta, agarrando la cadena de plata que protegía el dije que nunca antes había visto. Para ser sincera, hasta ese momento pensaba que simplemente era eso, una cadena de plata.
Rocé la delicada lágrima morada con mis dedos índice y anular, sintiendo la imparable cantidad de energía emanando de ella.

Era imposible no mirarla directamente. Al menos, hasta que volvió a esconderla bajo la camiseta amarilla.

Balbuceé un par de veces, intentando entender la situación que estaba viviendo.
La chica frente a mi, la mujer de la que mi hermano no podía dejar de hablar, la mejor amiga de la rubia que se había ganado mi corazón, la que estaba criando a Nadiya y Calla, era la misma persona que la Asociación le había pedido a Deimos que eliminase.

"El objetivo más importante del siglo" la habían llamado. Y ahí estaba ella, columpiándose en el patio trasero de su casa, con la guardia baja y el cuerpo magullado a causa de Agua sabía qué.

− Por qué – fue lo único que conseguí decir después del largo silencio que nos cautivó. Sus ojos encontraron los míos y no pude evitar fijarme en que ya no brillaban en la forma que Deimos siempre describía.

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora