Así comenzó todo, estaba caminando un martes en la tarde por el parque Las Rosas, era un día tranquilo, quizás demasiado, la brisa soplaba suavemente sobre las copas de los árboles, meciéndolos en un maravilloso vaivén.
Habían unos cuantos niños jugando en las hamacas mientras cantaban canciones y reían.
Yo iba solo, como siempre, escuchando música, distraído en mis leves pensamientos. Ese día vestía unos vaqueros y una sudadera azul, con unos vans a juego, mi cabello negro ligeramente despeinado por aquella brisa otoñal.
Iba caminando, moviendo las manos al son de la música, perdido en un mundo, que mi imaginación creaba para escapar de la realidad que me atormentaba (no es que sea mala, es que era monótona, nada emocionante sucedía y eso comenzaba a molestarme).
Cuando de repente choqué con alguien, de un momento a otro estaba tirado en el suelo junto a esa persona, me levanté, la ayudé a pararse y me fijé en ella, era hermosa, quizás la chica más bella que mis ojos pudieron ver, era de piel aceitunada, cabellos castaño oscuro que tiernamente estaban agarrados en una media trenza con una diadema celeste que se mecían a merced del viento, vestía unos vaqueros, una fina blusa blanca con una chaqueta celeste a juego con sus zapatos, una pequeña nariz aguileña como la mía, pero lo que más llamaba la atención eran esos preciosos ojos marrones que con solo mirarlos podías perderte en la infinidad de esa mirada, sus mejillas estaban levemente sonrosadas por el accidente, aceptó mi ayuda, me agradeció y se despidió de mi, marchandosé, dejándome con esa sensación extraña en el estómago.
Me quedé unos momentos reviviendo lo que me acababa de pasar y cuando estaba por marcharme, lo vi, en el suelo, tendido junto a unos rosales rojos, un objeto que quizás me ayudase a encontrarla de nuevo, porque tenía que hacerlo, debía averiguar quien era esa mujer y lo conseguiría, estaba seguro de que lo lograría.
