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Estabas tan distante que olvide que estabas ahí.

Olvide como se sentían tus caricias; tus manos recorriendo mi piel, acariciando con tu dedo índice mis brazos para luego pasar a mi nuca.

Olvide tu risa. Aquella tan hermosa la cual repito como disco rayado hace días.

Porque no estas, porque esa melodía ya no la escucho.

Puedo jurar que, incluso me olvidé el tono de tu voz. Tan cariñoso al principio y ahora al final, frío y aburrido.

Parpadeo lento y cansado, me estiro y sin esfuerzo tomo la botella de vino y me sirvo un poco más en mi copa. Sonrio triste al recordar que ese vino lo compramos en nuestra boda.

Era nuestro favorito.

Sentado en el balcón, mientras miro lo increíble que se ve la ciudad desde aquí, no puedo evitar preguntarme como seria mi vida si no te hubiera conocido.

Sería maestro de danza, tendría más amigos y tal vez uno que otro ligue. Estaría más en forma y, por dios, ni siquiera tomaría una gota de alcohol ¡No me gustaba en lo absoluto! Aún así, me empeñe en ser eso que buscabas, eso que querías tener.

Yo era como uno de esos vinos y whiskys caros que están en el estante de la sala.

Ni siquiera los que están en tu oficina, no, los de la sala. Esas bebidas que tomas de vez en cuando, que las ojeas y luego sigues de largo. Mientras que los de la oficina, esos eran tus favoritos; tomabas uno cada vez que llegas, cada vez que terminas de bañarte, cada vez que sales, tomas todos y cada uno de esas bebidas.

Me siento algo estúpido y no puedo evitar sentir lástima por mi: me estoy comparando con un objeto.

¿Cuando fue que pasó? ¿Cuando pase de ser un humano a una barata botella de vino?

Agarro con delicadeza la copa y la llevo a mis labios dándole un pequeño sorbo, incluso eso me hace recordar a ti. Recuerdo cuando me viste agarrando una copa por primera vez, fue en una cena importante de trabajo y era la primera vez también en la que yo asistía a esos lugares.

Me miraste como si hubiera cometido homicidio. Como si te hubiera echo la peor de las humillaciones.

Y así fue.

Yo no lo sabía, en ese tiempo aún no tenía entendido en que trabajabas, supongo que nunca te molestaste en explicarme. Pero lo supe esa noche luego de la cena.

Agarre mal una copa.

Y tu me gritaste que era un desubicado sin clase para luego intentar levantarme la mano.

Recuerdo que ambos quedamos paralizados ante el repentino movimiento: Tu mano flotaba en el aire a centímetros de mi cara, tu mirada, la recuerdo, confundida y llena de ira.

Esa noche no volviste hasta unos días después.

Esa noche me quedé en la cocina a practicar como agarrar una copa.

Inhalo fuerte y exalo mientras me digo que todo va a salir bien. Porque esto ya no va para más.

No puedo decir el momento exacto en que pasó, pero si se que no intentaste arreglarlo.

Eres un hombre ocupado y lo entiendo, con tanto, no justifica tu ausencia. No justifica las noches de soledad y silencio, no justifica los desayunos solo en una casa tan grande ni tampoco las cancelaciones de nuestros aniversarios.

Miro mi reloj, son las tres de la madrugada y tu presencia no se siente por ningún lado. Creo que estoy comenzando a pensar que eres algún tipo de mafioso o sicario, porque no encuentro otra excusa. Aunque la respuesta que me das es que estas trabajando ¿que clase de trabajo haces?

Metanoia || Kookmin O.S ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora