En algun lugar...

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Alto en el cielo, sobre aquella enorme depresión terráquea, frente a una oscilación casi infinita de piedras y vientos capaces de mover hasta los más grandes pedruscos, perdido y enfrascado en el olvido.

Los zamuros derrumbaron mi carroza.

En el eterno dolor de mis manos cansadas, rebosantes de cayos y de lágrimas por ver mis deudas crecer y crecer, causa de mi deficiencia de maíz tierno.

Los zamuros se llevaron esperanzas.

Con el pésame de aquella lluviosa noche, donde cabe en aquella tierra fértil la sangre y la carne del más longevo pacto que alguna vez hice con un ser humano, derramando la sangre que regué antaño como promesa de un eterno amor.

Los zamuros se comieron mi pasión.

Grandes lágrimas simbolizan un gran corazón, solía relatarme ella en las épocas más difíciles. Al final entendí su refrán cuando su palpitante corazón se resbalo del pico de esos monstruos, supe que tenía razón.

Los zamuros devoraron su corazón.

Me golpeaban, los hombres de aquellas carrozas me solían golpear, incluso más de lo que ya yo me solía lastimar por no darles la cosecha que mensual les prometía acuñar. Fue más grande el dolor aquellos meses de duelo con el alma casi tan vacía como la barriga; apurando lágrimas de dicha y lastima. Lástima que nunca sabré si era propia decepción de mi sedentarismo post-mortem o melancolía de aquellas mesas grises falta del maíz que han de extrañar.

Los zamuros picotearon mi cordura.

Caminando durante meses, buscando algo que comer. Asimilo el musgo: como un mero ciervo. Me alimento de frutas: como un mero oso. Me sustento de carne putrefacta...

Los zamuros maldijeron mi boca, mis dientes, mis ojos... Los zamuros desfiguraron mi vida.

Esperaba que cualquiera de mis pasos me reconciliase con la muerte, desearía que justo ahora esta comida me llevara con ella. Mi estómago dolía, casi tanto como para tirarme al suelo y esperar ser comido por... Los bosques de a poco desaparecían; reinando la piedra caliza y la roca arenosa sólida, una edificación era la que sostenía mis callosos pies por la exposición a la piedra hirviente, aquellos ropajes que me adornaban; ya no eran más que simples harapos de un desechable mendigo. Mis encías estaban sangrantes, con espinas y huesos clavados, dientes rotos por consumir alimentos poco aptos para mi encía, sangre... que no sabría decir si mía o ajena arropaba mí ya poco amigable aspecto. El viento levantaba mi pelo y peinaba mi barba, era una gran caída... y debajo de aquel vértigo e incertidumbre... pude diferenciar aquella sonrisa, radiante como el sol, que dio a luz mis cosechas, nuestro dinero, choza y alimentos... quería saltar.

¡Oh! Gran espectro de la muerte, dale fin a mi ciclo, deja entrar al joven y desgrana el corazón de este viejucho granjero y haz de mis manos, experimentadas y lastimadas, un lindo souvenir para Virgilio.

El viento corto mi respiración... tan rápido y fuerte que me jalo pa' atrás... ¿una guadaña?

– Su vida no a de termina aquí, mi pequeño poeta.

El espectro, el mito, nuestro miedo eterno, se había levantado frente a mis temblorosos restos. Un gigante hombre con cabeza de zamuro descansaba una guadaña de envidiable tamaño en su hombro, que vestía largas túnicas preparadas con hojas secas de plátano.

– Solo déjeme verla nuevamente, muerte.

– Eso no es posible, pues usted aún tiene tiempo que vivir en estas tierras.

– Ese tiempo no lo quiero, los suyos se devoraron todo en mi vida...

– ¿Por qué piensas que el abandono de tus más preciadas pertenecías es el fin de su vida? Los zamuros vuelven, siempre lo hacen. Donde quedan los cimientos de un ser con existo; ya sea vivo o muerto, ellos volverán para comer, arrancaran tus tripas, lamerán tus ojos y pelearan por tu alma... y si nunca los ahuyentas, volverán para cenar después.

Con la tristeza y melancolía cayendo de mis mejillas, uniéndose con el resentimiento y la ira en mi cuello, quise afrontar el pasado, pero solo pude aceptarlo...

– No puedo pelear contra algo que ya paso.

– Veo que lo entendiste.

Con una gentil sonrisa, enterró su mano dentro del traje, sacando un pequeño amuleto, dándomelo en manos.

Mi pesar fue cambiado por mil sonrisas, una paz que no había sentido varios años, años llenos de estiércol, sudor y sangre ajena.

– Su pequeño... Souvenir, espero que a Virgilio le guste.

Me deje caer en el regocijo que sentía, abrazando la ligera brisa de este sentimiento de reconciliación con el dolor que llego en un simple parpadeo...

Y que como llego, se fue.

Mis ojos se abrieron, eran piedras filosas, húmedas y mohosas, mi cuerpo estaba tan roto como para pensar que mi mera supervivencia es un muy mal chiste, chiste que no será duradero, apenas mi cerebro se entere del estado en el que me encuentro. Aquel "regalo" de la muerte que tenía en manos no era más que un trozo de mierda caliente recién evacuada, dando un sentimiento de "calidez". Escuchaba risas, risas provenientes de los mismos zamuros que siempre me han seguido... Mi mente invento todo... Solo para hacerme sentir bien; y la verdad, me quedare con este final feliz como la cosecha que llevo años esperando para llevársela a nuestro descanso, merecido descanso.

Y los zamuros, se sirvieron la última cena esa noche.

La cosecha de los zamurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora