PRÓLOGO

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El movimiento brusco del suelo provocado por las pisadas de aquellos caballos viajando a toda velocidad por el bosque, su trote resonando junto al ruido de las ramas siendo quebradas y la fuerte lluvia en la que chapoteaban era lo único que se podía escuchar en un lugar tan silencioso como ese.

— ¡No se detengan!— Ordenó quién parecía ser el capitán de aquel grupo, sus acompañantes asintieron, siguiéndole el paso.

No fue necesario que los guardias de la entrada norte preguntaran, simplemente abrieron las puertas al reconocer la brillante armadura a conjunto con el escudo azul perteneciente a su reino.

Pudieron apreciar el castillo a lo lejos, este acompañado de luces que provenían de una parte más abajo de la colina.

Lámparas de queroseno impulsadas por una viva llama y paraguas hechos de tela artesanal era aquello que amparaba al pueblo ansioso por la llegada de los inigualables caballeros reales y por supuesto, sus amados rey y reina.

El asaz sonido de los aplausos conformados por gritos de la multitud era lo único que resonaba en sus mentes nubladas como el cielo.

Todo era borroso, incomprensible.

Hicieron su máximo esfuerzo por llegar a la caballería, donde sus superiores los estarían esperando.

Esta vez no habría un "Nuestra misión ha finalizado exitosamente, mi señor."

Mucho menos el juramento de victoria dirigido a los ciudadanos y majestades en la plaza principal.

Se había terminado.

Los Caballeros Reales habían cometido la falta más ofensiva hacia un reino. El pueblo lo supo en el instante en el que las puertas principales se cerraron.

No habían regresado junto con el rey y la reina.

Su promesa por mantenerlos a salvo se estaba cayendo a pedazos a la misma velocidad con la que trataban de advertirle al jefe de los caballeros que todo mundo corría peligro.

El viaje que habían impartido hace tan sólo un par de semanas era víctima del egoísmo y la codicia misma.

"Un poco más... Podemos hacerlo."

Se dijo, sin intenciones de abandonar el amor y lealtad a su reino y compañeros.

No todo estaba acabado, si tan sólo pudieran advertir acerca de la catástrofe que estaba a punto de estallar.

Si tan sólo hubieran conseguido llegar a tiempo.

Fueron incapaces de pensar o hacer algo más, perdieron el control de sus corceles y se impactaron contra el húmedo e inquebrantable suelo provocando un estallido de ruido gracias a la fuerza con la que las armaduras y las duras calles hechas de roca chocaron.

El público estaba paralizado, incapaces de hacer o decir algo.

Sólo se quedaron ahí, con las consistentes gotas de agua encontrándose sobre los paraguas y sus héroes caídos.

La brisa acompañando su luto, pues aquel día no sólo habían defraudado su juramento de lealtad hacia el pueblo, el mismo que prometió proteger a sus majestades con la vida y el corazón.

El príncipe Aoyagi, quién por su parte se había dedicado a leer uno de los tantos libros de su biblioteca personal estaba sentado frente a su gran ventanal, escuchando cómo el agua golpeaba el mismo cristal empañándolo, haciendo casi imposible mirar afuera.

De cualquier modo, estaba demasiado concentrado en su lectura y en el exquisito café recién hecho que se encontraba vertido en la taza que con tanta delicadeza sostenía con sus frías manos.

snowlight - akitoya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora