📖CIENTO DIEZ📖

35 4 1
                                    

Cuando logramos llegar hasta la Lucky Road, nos pegamos contra la pared mientras Kikyō sacaba de su escondite la llave que abría la puerta. Fueron los segundos más eternos de mi vida, podía sentir cada movimiento y ruido a mi alrededor como si esperara que en cualquier momento saltará alguien y nos gritara “los atrape”; aunque era imposible, cada adulto en nuestra vida se encontraba en su propio mundo, creyendo que todos estábamos en la escuela sanos y salvos.

-¡Listo! - anunció Kikyō dando un leve empujón a la puerta para dejar ver solo un fragmento del pasillo.

Sonreímos triunfantes y nos acercamos para dar un vistazo al interior del edificio: una gran alfombra roja cubría el suelo, las paredes color hueso eran decoradas con retratos del país, sus habitantes y la realiza misma, todo parecía tranquilo y solitario.

-¡Al fin llegan! - nos grito una sombra que aparecía por el pasillo. - Casi abandonaba el plan.

-¿Ymir? - pregunto Carla algo asustada y aliviada.

Por la sorpresa dimos los últimos pasos hacia dentro del Palacio, Kikyō cerro la puerta cuando estuvimos todos dentro.

-¡Lo lograron! Vamos, los estaba esperando, tienen al menos unos 40 minutos para revisar lo que quieran - nos explico apresuradamente Ymir.

Se le veía bastante tranquila, incluso después de su anuncio saludo a cada uno antes de guiarnos con seguridad por el sin fin de corredores de su hogar. Ningún dijo más, en cuanto se nos recordó el tiempo, volvimos a caer en la cuenta de que estábamos contra reloj, había que darnos prisa, ya habría tiempo para analizar y dialogar lo del día.

No caminamos demasiado hasta llegar a nuestro destino: la biblioteca real, aquella en la que (según sabía) nuestros padres frecuentemente entregaban reportes a la Reina y en la cual había estado solo un par de veces husmeando entre los estantes. De hecho, el lugar no había cambiado en nada, aun tenía una gran sala de descanso justo frente a la puerta, al fondo junto a la ventana había un escritorio y las paredes estaban cubiertas con estanterías repletas de libros polvorientos, algunos en lenguas extrañas y otros tan aburridos como para sacarse los ojos, aún tenía ese toque rústico y acogedor que me fascinaba, se sentía como en casa; pero, dada la ocasión, el recinto del conocimiento estaba albergando, también, cientos de cajas debidamente empacadas, listas para moverse.

-Es mucho por revisar, pero solo puedo darles unos 40 minutos, aunque después quizá pueda mostrarles otras cosas que no van a la Ciudad Subterránea - volvió a hablar Ymir, esta vez bajando un poco la voz y revisando por encía de su hombro.

Dicho eso, se giro sobre su eje y retrocedió en sus pasos para marcharse, ella sería la distracción así que no podía quedarse a buscar con nosotros.

-Lo mejor sera dividirnos - sugirió Kikyō, dio un vistazo a su alrededor. -; elijamos un lado y comencemos a buscar.

Todos estuvimos de acuerdo y nos dirigimos a direcciones diferentes, tomamos las primeras cajas que veíamos y las abrimos con lo que encontramos a la mano (tijeras, plumas, un abre cartas). Apenas abrí mi primer caja cuando caí en la cuenta de lo irreal que era todo y me detuve un segundo.

-¿También sientes que todo esta pasando en un parpadeo? - pregunto Kikyō a lo lejos.

Pensé que me leía la mente, pero no, realmente los 4 nos habíamos detenido a pensar (por fin) lo que hacíamos.

-¿Es normal que tenga la preocupación de que todo fue demasiado fácil? - pregunto Niggel por todos.

-¿De verdad estamos aquí? - añadió Carla aferrándose a la caja como su vida dependiera de ello.

Los mire uno a uno, me detuve un segundo en Kikyō, pero cuando ella me devolvió la mirada, me gire bruscamente y abrí mi caja de golpe.

-Es normal, sigamos. - me límite a decirles, aunque sabía que quizá debía parar y regresar, debía recapacitar mi plan y posiblemente debía desistir. No lo haría.

La caja frente a mi estaba llena de una especie de gomas blancas y pequeñas, que cubrían parcialmente un rostro de madera. No es lo que quería. Cerré la caja y busque otra, y luego otra, y luego otra, así con mayor desesperación que antes. Lo que buscaba no estaba aquí. Pero, para empezar, ¿qué estaba buscando?

-Kai... - me llamaron. Seguí en lo mío. - Oye, Kai... - ¿Cuánto tiempo había pasado? Minutos o segundos, había perdido la noción del tiempo. - ¡Ackerman!

Di un salto y me detuve. Nunca nadie me llamaba por mi apellido, los profesores a veces lo hacía, pero incluso ellos lo evitaban. Decir Ackerman era casi sagrado, odiaba eso.

Voltee hacía el origen de la voz y me encontré con todas las cajas abiertas; Carla ya lo usaba el suéter del colegio, Niggel se había aflojado la corbata y Kikyō se había recogido el cabello, pero todos tenían la misma cara de pérdida, no encontraron nada.

-No hay nada aquí, lo más importante debieron llevarlo en los primeros camiones... - comentó Carla siguiendo con la conversación que seguro habían tenido antes de que ti volviera a la realidad.

-Si ese es el caso, ni siquiera Ymir debió saberlo, puesto que ella incluso dijo que el plan era otro... - comentó Niggel pensativo.

Kikyō me miraba con una interrogante en sus ojos, la cuestión era saber si lo que exactamente quería era saber que haríamos ahora o cual era mi verdadero plan. La complacería con la segunda.

-¿Cuánto tiempo nos queda? - pregunté buscando en mis bolsillos.

Desde que me había peleado con mis padres, llevaba todo el tiempo  conmigo el reloj que había encontrado Ymir, aquel que tenía la inscripción de un Ackerman, lo había reparado y ahora decía la hora exacta.

-Unos 20 minutos... - respondió Kikyō.

Encontré el reloj y comprobé sus palabras. Era cierto, aún teníamos tiempo.

-Significa que en cualquier momento llegarán los del transporte por estas cajas... - Razone al instante. - Aprovechemos ese momento y vayamos a ver el camión, con algo de suerte tendremos más suerte que aquí, ¿qué dicen?

Los chicos se miraron entre sí, la más pequeña de nosotros era la más desconfiada.

-Pues ya que estamos aquí, no tenemos nada que perder. - aceptó Niggel resignandose a que nuestra aventura haya fracasado.

-Bien, pues andando, el tiempo corre. - recordó Carla encaminandose a la puerta.

La rubia seguía indecisa y sólo siguió mirándome con recelo, como si presagiara lo que estaba por suceder, pero a la vez, no parecía querer detenerme.

Estaba cerca. Unos pasos más.

Levi's diaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora