Mientras comían, Jesús tomó pan, y habiéndolo bendecido, lo partió, y dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.
La avejentada iglesia estaba copada en su totalidad por los pueblerinos que puntualmente habían asistido. Resonaban los cánticos del coro y las personas habían comenzado a formar una interminable hilera con el propósito de recibir la sagrada eucaristía. Desfilaron uno tras otro hacia el majestuoso altar donde los esperaba el sacerdote y su monaguillo. Recibieron el sagrado sacramento y regresaron a los bancos de donde habían surgido.
Al desvanecerse la interminable hilera, sólo restaba una mujer que empujaba a un alegre adolescente con un notorio retraso mental y en silla de ruedas. Ulmer miró a la dama y descendió la mirada a su diminuto escote, tenía una colgante en el cuello con forma de gota, era un recipiente. El joven discapacitado estaba realmente emocionado, miraba con amor al sacerdote y le sonreía con la boca abierta mientras palpaba su barriga.
Era evidente que el sacerdote estaba incómodo y no pretendía entregarles la eucaristía. Tenía la mirada asqueada pero a su alrededor las personas ya habían retomado sus lugares y esperaban con fervor la continuación de la ceremonia.
Se acercó sonriente al oído de la mujer del colgante que intimidada lo observaba.—¿Qué pretendes, arruinarme? Te ofrecí mi refugió, no un lugar en mi vida —susurró Ulmer.
—No los quiero volver a ver nunca más en este lugar santo ¿quedó claro Samantha?
Retiro una oblea circular del recipiente dorado que sostenía el monaguillo. Alzó la mano y observó a los fieles que ya estaban ansiosos y esperaban la culminación del ritual.
—Cuerpo de Cristo —dijo en voz alta.
La mujer lejos de estar en paz y contenta, abrió su boca tan grande como un bostezo. Apretó las agarraderas de goma de la silla y de nuevo miró al sacerdote con ardor punzante en el corazón. El impulso de su pié izquierdo puso en movimiento al adolescente limitado y se retiraron del templo. Las lágrimas se desprendieron del mentón de la mujer en el preciso instante en el que abandonó la iglesia.
—Amén —dijo solloza…
******
Días previos al inicio del otoño, el medroso pueblo de los susurros gozaba durante el día las tibias caricias del sol, pero al caer la noche, la temperatura descendía algunos grados, no demasiados, solo lo suficiente como para arroparse con un fino abrigo. Aquí la lluvia es parte del pueblo y el paisaje, no importa si es invierno o es verano, llueve cuatro o cinco días a la semana.
—¡Quiero verte! —había murmullado la mujer, mientras descendía sus manos a través de su cuello en dirección a sus pechos bajo una revitalizante ducha caliente.
Lavó su media melena café, con dispersas mechas rojas, utilizando un cóctel de productos para el cabello. Más tarde secó cada rincón de su blanco cuerpo y lo revistió con sus trapos favoritos. Combinó un jean celeste deshilachado, una holgada camiseta negra estampada con los integrantes de la banda "The Rolling Stones", y sus zapatillas deportivas negras favoritas.
Se acercaba el mediodía y la ansiedad comenzó a jugar sus cartas. Primero, porque su hijo Josy terminaba el día escolar y segundo, porque aún no estaba lista para ver a esa persona tan especial que le estaba taladrando la mente.
Sobre el mediodía, Ivane al fin pisó el umbral de su hogar, había un pequeño platito de aluminio con el nombre de Moly, abandonado y cubierto de polvo. Cerró la puerta con llave y antes de iniciar la travesía de tres cuadras hacia la escuela, sacó un atado de cigarrillos y encendió uno con la llama que provenía de su encendedor rosado con forma de revolver.
ESTÁS LEYENDO
El Jardín de los sapos
HororEl tiempo se acaba y el horror grita desde las sombras. Los conflictos con su ex pareja y una persecución desesperada hacia los suburbios de un viejo pueblo susurrante, llevaran a Ivane Cervantes directamente a una trampa que no estaba pensada para...