En los poblados de las dunas, las viejas de los alrededores hablaban de una náyade que habitaba en el oasis del centro magnético del desierto y, si la encontrabas, te concedía el deseo más codiciado de tu corazón. Era una idea a la que Samira le había dado muchas vueltas antes, pero desde que su madre se fue para no volver no dejaba de pensar en ello.
Muchos en la aldea justificaban la huida de su madre como un pago por todas las veces que arruinó la vida de los demás incitándolos a ir en su busca. Sólo los más aventureros se atrevían a ir a visitar a la náyade y aprovechaban para ver mundo y conocer nuevos lugares, pero pocas veces regresaban. Todo lo que recibían de ellos eran cartas llenas de amor y despedidas para sus familias, quienes comprendían que, por fin, sus familiares habían conseguido cumplir sus deseos y ser libres en el mundo.
Samira se sentía muy arraigada a su pequeño poblado en el desierto, pero su amiga Adina había decidido ir a visitar a la náyade: no era un camino fácil y tampoco nada podía asegurar a su padre y sus hermanos que conseguiría llegar con vida, pero ella quiso intentarlo de todos modos. No había superado la muerte de su madre como Samira había conseguido sobreponerse del abandono de la suya. Sin embargo, tras dos semanas, algo dentro de su corazón le decía que Adina no había conseguido llegar a salvo al oasis.
—¡Akil! —llamó ella al hermano de su amiga. El mercado del atardecer estaba lleno de actividad, pero aún así pudo distinguir el cabello rojizo del muchacho—. Akil, ¿habéis recibido carta de vuestra hermana?
—No, papá empieza a estar preocupado —asintió el chico, cogiendo raíces de un saco y poniéndolas con cuidado en una pequeña bolsa de rafia. Le dio dos monedas de cobre a la dependienta y se giró para mirar a Samira a sus profundos ojos negros—. ¿Tampoco te ha contactado a ti?
—No... me prometió que cuando su deseo se cumpliera vendría a por mi —comentó, con la tristeza anegando sus ojos—. Tengo miedo de que haya pasado algo con ella.
—Bueno, podríamos ir a buscarla juntos... es algo que llevo pensando a espaldas de mis hermanos desde hace unos días. Ya sabes que ellos no quieren saber nada del tema, pero la náyade...
—Olvídate de esa criatura, necesitamos encontrar a tu hermana —repuso, agitando su lacia coleta en un gesto de negación.
—¿Quién va a ir a buscar a nuestra hermana? —inquirieron unas voces a coro.
Adina era la mayor de siete hermanos, y todos ellos varones. Su familia era especialmente apreciada en el poblado, pues su padre era el guía espiritual de todos ellos, y la característica principal de todos era su chispeante cabello bermellón, intenso como el cielo del crepúsculo. Todos ellos, puestos en fila, esperaban respuesta de la muchacha.
—Yo iré —confirmó, intentando dejar a Akil fuera del asunto—. Voy a ir a buscarla. Y si no la encontrara, pienso ir a buscar el Oasis de la Náyade para que cumpla mi deseo de volver a verla.
—Siempre supimos que mi hermana no nos daría nietos —bromeó uno de los hermanos, sonriendo de lado. Samira le aguantó la mirada, pero sus mejillas tostadas se oscurecieron con el rubor de su rostro—. Si ese es el caso, ven a vernos esta noche: mi padre te dará amuletos de protección.
—Allí estaré sin falta —afirmó, contenta de que los muchachos no trataran de impedirlo.
El resto del atardecer lo dedicó en comprar provisiones para su viaje. Sabía que ellos vivían en el linde con lo que ellos llamaban "las dunas de hierba", un camino de colinas y llanos donde la vegetación era exuberante y los aldeanos de los pueblos vecinos cultivaban para vender a los pueblos del límite del desierto. Aprovechó, pues, el día de mercado para conseguir fruta fresca y agua en odres, y tras eso cambió sus túnicas por unas de viaje.
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Magnetismo
FantasyTodo puede ser un espejismo. Por eso no puedes saber si lo que ves en las dunas es el reflejo del deseo de tu corazón... o tu perdición. Samira descubrirá, en su viaje para encontrar a Adina, que a veces los deseos pueden convertirse en la peor de l...