El pueblo tenía un sutil aroma oscuro y el clima no era una de las cosas que podrían llegar a atraer a los turistas, excepto lógicamente a las personas que disfrutaban de días grises y acuosos.
En el mapa, el poblado es una pequeña zona aislada por la que cruza la carretera principal que conecta con la provincia vecina.En esta tristeza los habitantes viven sus días agobiados por las constantes lluvias y por los cuervos que en algún momento sustituyeron a las palomas. La crueldad del paisaje del pueblo de los susurros, en pocas palabras, era una postal decadente y siniestra.
El hombre grande, que se ocultaba en el interior del vehículo, puso en marcha el motor cuando las mujeres y sus niños abandonaron la plaza. Permaneció en el lugar algunos minutos, mientras el motor levantaba temperatura y luego se marchó despacio y sin pretensiones.
Faltaban, un poco más de cien metros para llegar a casa. Ivane y Beleen caminaban juntas, tomando las manos de sus pequeños hijos que jugueteaban con frenesí. Evitaron cruzar por la vereda de la Sacristía porque era uno de los lugares más desagradables del pueblo y tenía, a cuesta, mucho mérito para serlo.
En el sitio se hallaba un húmedo y amarillento jardín, como la plaza o cualquier espacio público que debería ser verde, ahí se reunían en grandes cantidades cientos de sapos de todas las formas y tamaños. Era imposible tomarse el tiempo para contarlos porque se apelotonaban de tal forma que verlos era asqueroso. Era un cúmulo pardo grisáceo, baboso y de formas irregulares que solía agolparse en el jardín con el alba.
En este pueblo, todos son perfectos practicantes pero no tan perfectos creyentes. De hecho, el pecado se puede oler en la piel de cada habitante. Los domingos, la iglesia desborda de fieles que llegaban con total puntualidad a las ostentosas ceremonias que impartía el padre Ulmer.
El resto de los días de la semana, la gente permanecía en sus casas, la humanidad desaparecía y no había caridad con los tantos mendigos que pasaban las noches en las calles, guarecidos bajo castillos de cartones húmedos y hediondos. No existe empatía por los desafortunados que padecen enfermedades y ni hablar de los animales que en las crudas madrugadas eran mutilados por quien sabe que.
Ivane introdujo la mano en su bolsillo trasero, con dificultad, porque el jeans deshilachado celeste le quedaba inadecuadamente prieto. Sacó una sola llave, dorada y sin adorno, abrió la puerta de su hogar y de manera programada y sistemática comenzó a encender las luces y de inmediato invitó a Beleen y los niños a ingresar a su hogar.
Los pequeños críos, ansiosos por la visita, como una ráfaga de viento cruzaron la casa y se instalaron en la habitación de Josias, en lo más profundo del baúl de los juguetes.
—Nunca supe lo que hiciste con el regalo que te di aquel día —dijo Beleen mientras se quitaba la chaqueta negra que llevaba encima y luego colgó su pequeño morral en el respaldo de una de las sillas del comedor.
—Todavía lo conservo, porque ese día me sentí amada y a pesar de traerme pesadillas, es lo único que me recordaba tu compañía —respondió Ivane.
De manera sutil se acercó a su bella amiga y la abrazó durante un rico y cálido instante, algunos segundos y al despegarse se miraron sin pronunciar palabras.
—Te extrañé demasiado, todo lo malo lo borro contigo. —dijo Beleen, rompiendo el incómodo silencio en el que estaban sumergidas, con los ojos vidriosos causados por la emoción que continuaba reprimiendo.
—Creo que decir que te extrañe es muy poco, porque lo que en realidad sentí, fue necesidad de ti. Te necesito a mi lado —respondió Ivane.Nuevamente entrelazaron sus brazos y las lágrimas volvieron a ceder. Permanecieron abrazadas, pero esta vez con más fuerza y calor.
Beleen acercó sus labios a la pequeña oreja de Ivane, perforada y adornada con plateados aretes extravagantes y muy suave y muy dulce le dijo...
—Bésame…
Ivane tomó la pequeña mano de su amiga y la condujo sin titubeo al lavadero, donde estarían solas y al resguardo de los niños. El correr del tiempo se había ralentizado previo al contacto. Se miraron y en sus ojos se podía apreciar el deseo y la desesperación por el momento que tanto habían deseado saborear. La lluvia había comenzado a golpear con suaves gotas el tejado, los niños jugaban en un cuarto al final de la casa y los planetas se habían alineado. Era el momento que habían estado esperando durante años.
Beleen alzó su pequeña mano de uñas del color de las granas y con mucha suavidad la posó sobre el lívido rostro de Ivane. Beleen tenía una mirada penetrante y felina, llevaba el sombrío cabello suelto y flamante y en sus mejillas se dibujaban dos pequeños hoyuelos al sonreír.
—¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez? —preguntó Beleen, con la mirada gustosa.
—¡Tuve que desaparecer durante años para que vuelva a suceder! —agregó, mientras se acercaba lenta y paulatina a los labios de Ivane, quien no apartaba la vista de las palabras que gesticulaba aquella boca del arco de cupido perfectamente definido.
El beso, persistió y duro lo que en sus más cándidas fantasías había durado, una deliciosa eternidad envuelta en algunos segundos. El jadeo se volvió canción e hizo eco en sus sentidos y la temperatura del lavadero se volvió cálida y placentera.
La puerta principal de la casa explotó con la fuerza animal de una patada. La llave sin adorno desapareció en la inmensidad del comedor y entre la conmoción apareció el hombre que en el interior de su vehículo las observó.
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El Jardín de los sapos
HorrorEl tiempo se acaba y el horror grita desde las sombras. Los conflictos con su ex pareja y una persecución desesperada hacia los suburbios de un viejo pueblo susurrante, llevaran a Ivane Cervantes directamente a una trampa que no estaba pensada para...