Parte 1: De margaritas a amapolas

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Una ráfaga de viento rozó la dulce cara de la niña. Sus cabellos dorados descansaban sobre su espalda y su sonrisa imperfecta la coronaba. Los ojos marinos observaban aquel lugar con precaución. Estaba sola aunque la misma soledad solía abrazarla durante las frías noches. La niña cruzó un pequeño puente de piedra que la llevó a unos columpios oxidados. El suelo estaba lleno de hojas rojas y secas, que crujían levemente tras los imprecisos pasos de la muchacha. Los columpios chirriaban y parecían esqueléticos monstruos que acechaban. El vestido de la niña, decorado con pequeños dibujos de flores blancas, iluminaba el triste lugar.

La luz de la farola se encendió y diversos insectos se acercaron decididos. La niña bostezaba y sentía como le pesaban las delgadas piernas pero nadie regresaba a por ella. Entonces vislumbró algo en el puente: una figura que vestía el negro. Le pareció ver que se acercaba lentamente con grandes pasos que retumbaban en su cabeza distraída. Bajó del columpio y se escondió en una pequeña caseta. Allí pudo ver como el hombre de negro llegaba al parque oxidado. La amarillenta barba escondía su cara y sus intenciones. La tenebrosa figura se acercaba a la caseta mientras silbaba una dulce melodía infantil que penetraba en la mente de la niña. Cuando llegó a la puerta permaneció quieto y la golpeó suavemente con los nudillos. Ella negó tres veces con la cabeza y mantuvo la boca cerrada como si se la hubieran cosido. Con la respiración entrecortada se sentó en una esquina de la caseta mientras el miedo engullía sus pensamientos. La puerta de madera se abrió lentamente y la figura penetró. Cuando estuvo dentro la niña salió corriendo y avanzó por el parque desorientada. Con los ojos llorosos recorría un camino que no llevaba a ningún lugar. El hombre continuaba detrás de ella y seguía silbando como antes. El camino acababa de forma abrupta y llevaba a un acantilado. La niña gritaba y lloraba fuertemente mientras la mucosidad llegaba a su garganta y la hacía toser. Cuando la niña llegó al final resbaló y cayó. La altura era considerable, pero no la suficiente como para matarla.

El hombre que vestía el negro llegó al borde del acantilado y vio unas escaleras que descendían. Sacó una linterna de su bolsillo e iluminó los escalones de madera. Pudo encontrar a la niña en el suelo, que se movía lentamente mientras observaba la luna. El hombre se acercó a ella y se desabrochó un botón. El vestido de la niña se tiñó de rojo y las blancas flores pasaron a ser amapolas. El viento apareció y se llevó la inocencia consigo entre sollozos. 

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2022 ⏰

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