I. Coro de Ángeles

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Cuando Will conoció a Nico di Angelo, inmediatamente un coro de voces angelicales empezó a cantar a su alrededor. Literalmente, porque estaban en medio de una misa.

Fue un día cualquiera de 1984, unas semanas después de que empezaran las clases en el Instituto. El verano que tanto amaba se estaba terminando y pasaba por los peores momentos que un chico podría pasar: "La adolescencia". Tenía que lidiar con los cambios de voz, los granos, el vello que no dejaba de salir, en zonas donde jamás pensó que podía llegar (su primera depilación en las ciruelas doradas casi le consiguió tres puntos). Sus padres le decían que estaba encaminándose hacia la adultez, Will sentía que se estaba convirtiendo en un pavo esquizofrénico al que no le dejaba de quebrar la voz en las vergonzosas notas altas.

Comenzaba la preparatoria, con dieciséis años y las chicas de sus clases, ahora curvilíneas y hermosas, no dejaban de enviarle cartas e invitaciones para ir al boliche o, besarse en el cuarto oscuro para revelar fotos. (Algunas iban al punto). Pero a Will nada de esto le llamaba la atención. Las rechazó a todas, hasta que las cartas perfumadas con corazones de color rosa solo dejaron de llegar, resignadas. Will no se preocupó mucho por esto, y su mejor amiga, Annabeth Chase, le dijo que era mejor estar solo.

—Amor joven, amor problemático. —Era su lema, cada que hacía trizas alguna de las cartas que jugadores de fútbol le dejaban en los casilleros. Will pensó que quizás era inmune al amor, que quizás estaba condenado a nunca sentir nada, y a vivir solo el resto de sus días escuchando a Madonna y comiendo pollo frito de dudosa procedencia.

Y entonces, un día, lo conoció. Y finalmente entendió por qué sus hormonas nunca se alborotaban por las chicas del Instituto Privado y Católico de Sweetville. Después de todo, un león jamás se tragaría un racimo de uvas, no importa que tan jugosas parecieran, sus instintos naturales solo se activarán ante lo que realmente desean.

Le sucedió algo así.

Eran las diez de la mañana, un miércoles en la capilla de la Escuela. A Annabeth y a él le tocaban ese día, en misa, encargarse de las canastas de las ofrendas para pasarlas entre las personas sentadas sobre los bancos. El sacerdote Jeffrey estaba haciendo cosas de sacerdotes, bendiciendo y luciendo solemne en el altar. Llegó el momento, y Will se puso de pie para ir a recoger las canastas, a la par de los movimientos de Annabeth, seguidamente, intentó no distraerse y terminar golpeando en la nariz a algún alumno con la cesta. Cuando Will llegó hasta la mitad de las filas, fue ahí donde lo vio.

Estaba sentado casi al borde, en la esquina del banco. Acababa de susurrarle algo al chico a su lado, y sin embargo, Will no podía ver a nadie más que a él en ese momento, como si el resto de las personas se hubieran esfumado en el aire. Sus ojos se quedaron totalmente pegados, al par de iris oscuras, tan negras como la noche antes de la creación, que le devolvían la mirada. De altas cejas, arqueadas en las esquinas, profundizando su mirada. Sus pestañas también eran negras y encrespadas, igual que su pelo azabache, un poco largo y con flequillo.

Sus piernas se sintieron blandengues. Se preguntó si él podría controlar la tierra sobre sus pies, porque juraría que lo había hecho a propósito, para hacer que todo su cuerpo se inclinara en su dirección. Ocurrió como en cámara lenta, con el coro de voces de fondo. Él, Nico, levantó suavemente el rostro hacia Will, tan suavemente como un pétalo abriéndose en primavera. Sus labios tenían el color de los tulipanes, y formaron una pequeña, casi imperceptible sonrisa, una tan diminuta que nadie creería que había podido atravesar su pecho hasta incrustarse en su corazón.

La misma escena se repitió mil veces en su cabeza: Nico levantando su rostro hacia él. Una expresión amigable en su faz. Una sonrisa suave sobre sus labios carnosos, rosados, entre toda la blancura casi marfil de su piel como una de esas estatuas de los santos. ¿Y qué fue lo que hizo él? Por supuesto, ¡entrar en pánico! Se había quedado demasiado rato allí, así que, ¡fingió que no le importaba! ¡Fingió que no existía! Y pasó de largo.

¿Cómo cortejar a un Chico en los 80?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora