Epílogo

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7 años después...

Agobio.

Esa es la palabra que describe como me siento en este momento. Me sofoco solo de mirar a mi alrededor, casi no puedo respirar.

Estaba en una tienda de trajes, especialmente de boda porque en dos días me caso.

Aún no me lo creo, no lo logro asimilar pero es verdad. Y sí, faltan dos días para mi boda y aún no tengo traje.

Decidimos que sería en un bonito jardín al lado de la playa, será precioso y las fotos quedarán genial (o eso espero).

Me encuentro en la séptima tienda del día de hoy de vestidos de boda, he perdido la cuenta de todos los que me he probado pero eso no es lo único que me hace querer salir corriendo de allí.
La verdadera razón es que a mi lado tengo a mi madre, mi prima, la madre del novio y... Una amiga, la única real que he tenido jamás, la mejor.

Bia.

La había echado de menos de una forma que no era normal y estábamos muy felices pero a ella se le notaba más porque no paraba de gritar y saltar cuando algo le gustaba. Estaba tan ilusionada por mí...

Aquello era un griterío y parecía que necesitábamos un psiquiatra urgente, aunque tal vez sí que lo necesitábamos.

La madre de mi futuro esposo daba su opinión y mi prima la suya. Mi madre no estaba de acuerdo y alzaba la voz para darse autoridad y Bia intentaba hablar dando su opinión o diciendo que yo era la que debía escoger.

He de admitir que la situación me causaba un poco de risa, tenía su gracia.

—¡QUE NO! Mi hija no se pondrá eso ni loca, debe llevar algo más especial y
único.— Mi madre estaba perdiendo los papeles.

—A mi me parece que el largo un poco ajustado le queda genial y es sencillo para que se sienta cómoda.— dijo mi prima con seguridad y pensando en mí cuando en realidad, eso no era lo que buscaba.

—¡CHICAS! Ya basta, la que debería elegir...— la voz de Bia se perdió ante un grito mayor.

—¡SE ACABÓ! Yo decidiré qué vestido me pongo y cuál me gusta, no vosotras. Podéis aportar vuestra opinión pero no más allá. Ahora, si me permitís, iré a buscar otro vestido porque este no es el mío.—

Dicho esto sonreí al sentirme mal por gritar.

Miré a mi madre que estaba pasmada al escucharme alzar la voz, la madre de mi prometido asintió con la cabeza, mi prima se quedó quieta y Bia me miraba con orgullo tras decir lo que ella no podía.

Me dirigí a buscar otro vestido en la tienda.

Después de un largo rato mirando...

Lo vi, ese era el elegido. No necesitaba más.

La dependienta estaba colocando los trajes en las perchas y en el pequeño carrito vi un vestido.
EL vestido.

—Perdone, ¿podría coger este vestido?— pregunté educadamente.

—Claro preciosa.— dijo la dependienta.

Le dediqué una sonrisa y me lo llevé a los probadores sin decirle nada a nadie.

Cuando me lo puse y lo vi, sentí que me había tocado la lotería.

Por fin lo encontraba, era este, debía de ser este.

La palabra que mejor lo describía era hermoso. Estaba hecho con una tela de seda blanca, brillante y suave. Tenía un escote con forma de corazón y de ahí salían los dos tirantes cada vez más gruesos que iban en los brazos, hacia los hombros. Por la parte de arriba era ajustado y a partir de la media cintura comenzaba a hacerse más ancho. Era muy delicado y bonito.

El momento en el que te vi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora