Y aquí estába, frente a las vías,con el billete que tantas horas de esfuerzo me había costado conseguir, aún que la duda me invadía, aún recordaba la primera vez que había subido en un metro...
Ese billete te lo daban solo por registrar que existías, te permitía acceder a un vagón determinado y era obligatorio usarlo.
Mi vagón era grande y espacioso, sus asientos eran muy vistosos, bonitos y bien decorados, dignos de alguien de clase alta, pero, las apariencias engañan, y esos asientos eran molestos, seguramente te daría dolor de espalda si te atrevieras a sentarte en ellos. Aunque los vagones no estaban separados por puertas ni barrotes cada uno debía permanecer en su vagón, podías comunicarte desde la distancia siempre y cuando no pusieras un pie en un vagón ajeno. Por extraño que parezca, mi vagón era uno de los pocos que estaban vacíos, estaba yo sola en esa inmensidad, aunque podía hablar con los vagones de al lado me sentía sola y apartada de toda la multitud.
El viaje fue duró y muy largo, un viaje sin rumbo, cerrado, sin paradas ni descansos, no sabía a donde iba ni cuando pararía, no sabía dónde estaba o el tiempo que transcurría, no había ventanas transparentes ni lindos paisajes, no existía la música de una alegre banda, de un pájaro cantor o de gotas de lluvias de primavera, no existía empatía ni te daban mantas cálidas. Parecía que ahí nada cobraba sentido, que estábamos condenados a ir por siempre a la deriva, en una travesía sin oportunidades.
Al menos, esa era mi percepción del mundo, aunque supongo que variaba dependiendo del vagón donde estuvieras. El entorno y las cosas que te proporcionaba ese cubo en movimiento hacía variar todos tus sentidos.
Sin sentirme cómoda en los asientos y sin escuchar las voces que venían de lejos me aburría en una inmensidad de soledad y silencio, el suelo bajo mis pies no era estable y retumbaba así que lo mejor era esperar el final del camino de rodillas, si es que algún día llegaría.
Salí de ese metro en cuando, por primera vez, se detuvo, no dude en un instante, con todas mis fuerzas cerré mi puño y golpeé la ventana hasta romperla a ella y a mis dedos, pero sabía que valdría la pena. Nada más romperla, pude apreciar por primera vez la luz de una nueva parada, una tranquila y bien cuidada, se sentía magnífico, parecía que dentro de ese vagón todo el exterior estaba encubierto. De repente y gracias a mis esfuerzos mi billete cambió y vi alejarse mi antiguo metro del terror.
Ahora, cuando porfin mi cuerpo había podido abandonar ese metro, con sudor en la camisa y con lágrimas en los bolsillos, mis recuerdos parecían querer quedarse. Si el fuego dejará de quemar no bailaría en una llama, aunque había revisado mil veces el billete y sabía a donde iba, aunque los asientos parecían cómodos y seguros y aunque ahora te ofrecían una cálida bienvenida, no quería desperdiciar mi última oportunidad y todo mi esfuerzo en un viaje como el que había pasado.
Daba igual ver este nuevo metro, daba igual todo, no me fiaba de él ni de sus conductores, rompí el billete y sentí un sentimiento de liberación, como si hubiera llevado un peso muy pesado durante toda mi vida y ahora me deshiciera de él. Decidida, me tiré a las vías para crear mi propio viaje.-4994