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 Taemin llenó un vaso con agua, buscó las pastillas que Minho tomaba para dormir y vertió una gran cantidad de ellas en su mano. Las dirigió a su boca, que abrió grande, y se las echó de un golpe. Justo cuando iba a tragárselas con el agua, algo hizo clic en su mente. Se soltó a llorar como un niño pequeño, asustado. Salió del trance en el que había caído por culpa de esa malvada mujer y se dio cuenta de que estuvo a punto de cometer una locura.

Escupió todas las pastillas en el inodoro, bebió del vaso de agua y escupió. Repitió la acción dos, tres veces. Su boca estaba amarga. Luego se cepilló los dientes, moviéndose como un autómata. Era como si ya no estuviera pensando.

Se miró al espejo, y lo que vio le provocó escalofríos. Su rostro era una verdadera ruina: ojos hinchados y rojos, mejillas irritadas de tanto frotarlas con la manga de su pijama, el cabello enmarañado. ¿Cómo alguien podía convertirse en un guiñapo en un instante? ¿Por qué el amor te volvía tan vulnerable?

Se sentía tan idiota, tan insignificante. Él mismo se había entregado en bandeja de plata al decidir ser el "otro", el amante. La zorra. Estaba cansado de las burlas de sus compañeros de trabajo. Todos sabían que entre él y Minho había algo más que una simple amistad. Nunca quisieron que los empleados se enteraran de que eran novios para evitar conflictos laborales, pero gracias a eso, ahora todos sabían perfectamente que él era el segundo, la diversión y desfogue del director de la constructora Choi.

A pesar de haber demostrado en todos esos meses que era capaz de mantener su puesto en la compañía, parecía que a nadie le importaba. Los chismes y la envidia de los oficinistas eran evidentes. Cada vez que iba a la cafetería a almorzar con Wendy y Jessi, sus únicas amigas reales, los demás lo miraban con sonrisas burlonas. En algunas ocasiones incluso había encontrado sobre su escritorio notas groseras y obscenas, en las que le pedían sexo a cambio de obsequios o dinero.

Todo eso que le sucedía, Minho lo ignoraba. Taemin nunca quiso mencionárselo, porque en su fuero interno sabía que todo era orquestado por Seung, y quién sabe si hasta por el propio Byung. No deseaba que Minho se alejara de su familia, a pesar de que fueran unos desgraciados, con la clara excepción de su madre, Victoria. Ella era un ángel, y a veces parecía no querer darse cuenta de que su hijo mayor y su esposo podían hacer mucho daño, especialmente si uno no estaba de acuerdo con sus formas de llevar los grandes negocios.

Se recostó nuevamente en la cama. Lamentarse ya no era una opción. Había permitido que la situación llegara a este punto, y ahora no había manera de deshacerla. Todo estaba demasiado enredado, y él era uno de esos nudos. Estaba atrapado hasta el cuello en esa porquería que él mismo había sugerido. Esperaría a que amaneciera y luego se marcharía. Solo se llevaría algo de ropa, y después le pediría a Kai que le hiciera el favor de recoger el resto de sus pertenencias, que no eran muchas: dos o tres cajas, a lo sumo.

Y eso también era otro problema. Sabía que Kai lo iba a regañar por no dejar de cometer una estupidez tras otra. Su amigo nunca estuvo de acuerdo en que se fuera a vivir con Minho sin casarse. Cuando ambos vivían en la calle, soñaban con tener una bonita familia. Cada vez que hablaban de sus sueños, siempre incluían un príncipe azul que los eligiera entre miles y, de rodillas, les pidiera matrimonio.

—Taem, te mereces un hombre que te dé todo su amor, que no te esconda de los demás, que te trate con ternura. Eres tan hermoso que cuando seas mayor te sobrará quien te pretenda, y se pelearán por ganarse tu cariño. Si no fueras mi hermanito desde siempre, serías mi novio.

Kai repetía esas palabras una y otra vez.

Los pensamientos de Taemin se interrumpieron cuando escuchó la puerta de entrada abrirse.

—¡Minho! —pensó, sorprendido. 

Se supondría que todavía seguiría teniendo sexo con esa mujer, sobre todo después de haberle entregado un anillo de compromiso.  Cerró los ojos y se hizo un ovillo. Fingiría dormir, no quería hablar con Minho, ni siquiera tenía fuerzas para reclamarle. Nunca lo vería humillado, nunca. Claro que se iría, pero lo haría con la frente en alto, sin lloriqueos ni quejas de zorra barata.

O TÚ O NADA. (2MIN)🔞🌈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora