9. Sacrificio

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El santuario se divisaba a lo lejos. Russell raramente se comenzó a sentir nervioso, pues era la primera vez que visitaría un lugar así. Intentó despejar su mente, quizá pensando en otra cosa, pero nada. Mantuvo sus sentidos alerta por si sucedía algo y con eso se distrajo. Zimbel, por otro lado, estaba ocupado organizando las oraciones que le dedicaría a la gran estatua de Ventus cuando llegaran al templo.

- ¿Estás bien? -Zimbel le preguntó al notar su actitud. Se acercó tomándolo de los hombros y le señaló una gran roca en la que podía sentarse.

- Sí. Sólo me mareé un poco. -el pelirrojo se quiso levantar, pero Zimbel lo obligó a que se quedara quieto.

- Te dije que me esperarías afuera.

Russell abrió bien los ojos y miró su entorno. El santuario estaba frente a ellos, jamás se dio cuenta de que ya habían llegado. Recordó aquella pequeña condición y chasqueó con la lengua demostrando su inconformidad. Se cruzó de brazos y observó los arbustos y árboles que decoraban el pasillo de rocas que llevaban a las puertas de entrada. Y justo cuando terminó de examinar el sitio, sobresaltó al ver varias mujeres con vestimentas muy raras asomándose por las puertas.

- ¿Quiénes son ellas? -susurró el moreno frunciendo el ceño.

Zimbel giró su rostro para mirar. Su ceño se frunció y soltó un suspiro pesado.

- Acólitos... -contestó. - No les hagas caso.

Russell asintió, mas no entendió muy bien por qué de repente la actitud del muchacho había cambiado. Zimbel se acomodó la gabardina y volvió a suspirar para avanzar hasta las puertas. Estas estaban abiertas y al pasar a través de ellas, las misteriosas mujeres se escondieron entre los pilares. Una vez más, el pelirrojo miró a las chicas, y para su mala suerte, se encaminaron hacia él después de asegurarse de que el azabache se había ido.

- ¿Qué eres? -una rubia se sentó junto a él.

- No eres de aquí, ¿cierto? -otra castaña se sentó del lado opuesto.

- Tiene cara de borgiano. -dijo cruzándose de brazos una pelirroja.

- No, los borgianos no tienen las facciones tan duras. -contestó una albina.

- ¿Qué tal kavanés?

- ¿O tadjiano?

- No, parece más kavanés.

Y ante todos esos comentarios, Russell se puso nervioso. Hundió los hombros e intentó desviar la mirada. Aquellas mujeres vestían túnicas blancas con el cuello peculiarmente rojo, parecía un uniforme; dos de ellas, la castaña y la rubia, llevaban un amuleto de oro colgando.

- Soy de Inu Koi... -aclaró mientras apretaba los labios.

- ¡Es un luchador! -la castaña alzó la voz. A lo que rápidamente las demás chicas sisearon para que bajara el volumen.

- ¿Cómo estás tan segura? Bien puede ser un simple trabajador de oficina. El estereotipo de que todos los inuenses son luchadores es racista. -su compañera pelirroja se acercó, violando totalmente el espacio personal del hombre.

- ¡Duh! ¿Qué no le ves las marcas de maquillaje en su rostro? -la castaña tomó sin pudor las mejillas de Russell y se lo acercó a la pelirroja. - ¿Ves que hay rastros de maquillaje? ¡Los luchadores se pintan la cara cuando van a pelear! Además esos brazotes no son de alguien que trabaja en una oficina.

Russell abrió sus ojos lo más que pudo y se sorprendió. Tomó las muñecas de la castaña e hizo que dejara de tocarlo. Antes el gesto, las demás se sorprendieron y se alejaron hasta dejar al pelirrojo solo.

Vehemente [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora