Capítulo ll: El peso con el que carga la corona.

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Se hizo camino hasta su alcoba, un lugar que frecuentaba últimamente para evitar el alboroto de las personas a su al rededor.

Cerró la puerta detrás de él y se apoyó en ella, dejándose caer lentamente hasta quedar sentado en el frío suelo sin saber qué hacer.

Era consciente del apoyo que le brindaban aquellos más cercanos, sin embargo, era un arma de doble filo.

Estaba seguro de que contaría con ellos a partir de ahora y justo eso mismo era lo que conllevaba a una gran responsabilidad como lo era no decepcionar al pueblo, sino tampoco a la única familia que le quedaba, incluyendo a sus asistentes, quiénes también se encontraban haciendo un esfuerzo extra debido a la tragedia.

Era dichoso al tener gente así, que se quedaría a su lado aún más cuando las cosas se desestabilizaran.

Sentía que le debía al pueblo una gran explicación acerca de lo que sucedería a partir de ese mismo día, justo como le había preguntado su primo hace rato.

No obstante, cargaba con algo tan pesado como para levantarse y enfrentar sus responsabilidades, porque claro estaba que debía de hacerlo, y lo haría, pero por el momento no se sentía capaz de cumplirles como Rey.

¿Estaba mal pensar así?

No era el único que la estaba pasando mal, por eso se sentía tan egoísta, como si fuera el único que se pudiera permitir sufrir.

Siendo sinceros, sentía tantas cosas.

Justo como si una enorme ola llena de emociones lo golpeara en la cara sin piedad alguna y lo arrastrase a un profundo océano en el que se ahogaría llegada la hora; un lugar donde gritar no sirve de nada, y no porque nadie escuche, sino porque la despiadada agua le obstruye la garganta, sin permitirle soltar palabra alguna.

Era tal punto en el que hasta su subconsciente se encargaba de meter presión, incluso él mismo se estaba atando la propia soga al cuello.

No era algo que quisiera admitir en voz alta, después de todo ya no era el joven Príncipe
de Koraseru sino, nadie más que el mismo Rey.

Esta vez ni la suave brisa de su balcón pudo calmarlo, estaba tan inquieto con cada minuto que pasaba, más aún porque contaba con una hora y algunos minutos para escribir un discurso decente.

Suspiró de forma pesada, un mal hábito que había estado ganando últimamente y entró a su habitación de nuevo.

Miró a su escritorio, el cuál estaba hecho de una fina madera bastante linda, cabía resaltar.

Realmente tenía ganas de pedirle ayuda a alguien pero ¿a quién?

Su familia confiaba en él, lo mínimo que podía hacer por el pueblo era encargarse de decir algo, lo que fuera.

Y aún así sentía que no podía, que le quemaba la garganta de tan sólo pensarlo.

Por mero impulso ansioso volvió a pegar contra su escritorio con la punta de su pluma al mismo ritmo de su pierna derecha, la cuál había estado viajando de arriba a abajo sin detenerse.

Unos pasos provenientes de afuera lo distrajeron y sus nervios se tensaron. Si eran Tsukasa o su tío estaría muerto.

— Príncipe Aoyagi, ¿nos permite pasar? — En cambio, una voz se asomó del otro lado de las paredes.

— Lamentamos mucho interrumpir, pero queríamos asegurarnos de que se encuentre bien...— Se unió una segunda y el heredero llegó a la conclusión de que eran Shiraishi y Kamishiro.

— Adelante.— Permitió, dando la vuelta para recibirlos.

— No se preocupe, no vinimos a presionarlo ni nada por el estilo...— La joven consideró importante aclarar antes que nada, el más alto asintió.

snowlight - akitoya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora