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Los nacientes rayos de luz provenientes de aquel amanecer se manifestaban en todas y cada una de las ventanas de los ciudadanos del pueblo de Karmaland, desde la iglesia donde iluminaba las grandes cristaleras hasta el gran castillo de Vegetta situado sobre aquella gran tolva, como decía su amigo y compañero Alexby.

Unos ojos cerrados por un apacible sueño, lo que parecía a primera vista, se abrieron sin mucha gana al recibir la bienvenida del Sol, marcando un nuevo día.

Se estiró en aquella enorme cama doble, bajo la manta roja con la cual se arropaba. A pesar de ser un día caluroso de verano, aquella noche, al igual que cada año, solía refugiarse bajo ella, buscando más apoyo del que podría tener. Siempre era la misma rutina, la misma costumbre, pero el sentimiento daba punzadas sin descanso.

Se giró hacia la derecha, sentándose en el lado donde dormía alguna que otra noche, depende de como les apeteciera. Miró detrás de él. La cama estaba vacía, y su lado correspondiente desecho como el otro.

Lentamente, se levantó y fue directo hacia el baño situado al lado de aquel gran cuarto, de material ladrillo de pizarra profunda, al igual que todo aquel grande y hermoso lugar.

Antes de entrar echó un vistazo al final del pasillo mientras en su garganta se formaba un fuerte nudo, obligándolo a soltar saladas lágrimas. Cerró rápidamente la puerta tras él y sin más preámbulos se metió en la ducha. Las cascadas procedentes de sus ojos se fusionaron con las gotas heladas.

Minutos después salía de su reconfortante ducha, pensando que quizás así lograba despejar un poco la mente. Qué equivocado estaba.

Poco a poco fue secando su pelo, actualmente castaño. Al parecer le encantaba teñirse el pelo cada dos por tres. Cuidadosamente secó sus orejas de oso y su cara, soltando algún que otro quejido por heridas no tan recientes. El día anterior había hecho un sobreesfuerzo en una especie de fábrica donde la gente alquilaba las máquinas para crear cosas y ahorrarles el trabajo de construirlas. Al estropearse una no tuvo tiempo ni de descansar. Se había acostumbrado a la compañía y ayuda de su compañero haciendo que no pueda aclararse solo.

Con una toalla rodeando su cintura, fue de nuevo al cuarto para así vestirse con una sudadera y pantalones negros. No le importaba que tanto calor hiciese, no iba a romper esa tradición.

Tras alistarse del todo abandonó seguramente por última vez aquella mañana la habitación y fue hacia la sala secreta de aquel lindo hogar.

- Hoy en Karmaland 3 de septiembre anunciamos que habrá un día soleado, sin nubes, ¡así que no pierdan la oportunidad de disfrutar esta tarde del gran festival! En cambio, tráiganse algún paraguas porque también hay riesgo de lluvia. ¡Linda mañana! -Informó el canal del tiempo que se daba presente en la radio de toda la casa mientras recorría aquel largo pasillo.

Una vez en su destino, abrió lentamente la puerta y prendió la luz, iluminando todo de él; teniendo que colocar su brazo sobre su cara evitando el resplandor. Una vez acostumbrado a lo que anteriormente era una ceguera, entró sin pensarlo.

Recorrió todos los estantes y urnas con cada uno de los obsequios más peligrosos e ilegales de todas esas tierras. ¿Por qué lo tenía? Solo simple vicio a la colección...

Desde simples gafas con visión nocturna, pasando a algún que otro tótem de la inmortalidad, llegando a una de las más peligrosas armas que hayan sido creadas, fueron observadas por el castaño, pero su importancia hacia estas era mínima. Tan solo buscaba lo que había en la parte más profunda de la sala bajo aquel cobertor verde oscuro, el mayor de los grandes tesoros...

Destapó todo cuidadosamente para luego levantar la urna tras colocar aquella contraseña de seis dígitos. Muchas veces se preguntaba por qué lo hacía, el colocar la contraseña, si cualquiera podría averiguarla fácilmente. Tras esto tomó lentamente aquel artefacto tan valioso y lo metió dentro del bolsillo de la sudadera.

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