CAPITULO 1

1.4K 63 24
                                    

Cogí una casaca y me largué. Los dejé gritando por algún motivo que me inmiscuía. Apena puse un pie en la calle pude sentir el frío. Todo estaba desierto, claro... no es de extrañar. La mayoría suele estar en casa tratando de pasar un momento tranquilo en familia,  pero mis padres no conocen esas palabras. Es así que prendí un cigarrillo para calentarme y tratar de caminar. Lo que sea necesario para alejarme de ese infierno al que llaman hogar.  Llegué a un parque y descansé en una banca cubierta por una especie de cúpula, así podría fumar tranquilo. No quería pensar en nada, solo quería estar ahí sin ninguna preocupación. Mi terapeuta dice que suelo huir de los problemas, pero yo creo que solo los esquivo para luego regresar a buscarlos.

Escuché unos pasos y me alarmé unos instantes. Lo admito, la valentía no es mi mayor aliada. Decidí ignorarlos pero a los segundos se intensificaron, así que me paré rápidamente y traté de ver donde provenían. 

—Ah... es solo una chica.— susurré con tranquilidad. Me llamó la atención, sobre todo porque nadie quiere estar solo un noche como hoy.

Hacia un estúpido juego. Se veía tan frágil dando pasos al borde de la pileta... intentando no perder el equilibrio. Era alta, muy delgada y de cabellos rubios. No estaba muy arreglada, y para ser sinceros, parecía que estaba bajo efectos de algunos alucinógenos. Decidí acercarme. No sé, simplemente quería saber qué es lo que intentaba hacer. Me paré y ocupé una de las bancas más próximas a ella. Lucia feliz.

Parecía no notar mi presencia y seguía sonriendo mientras daba esos estúpidos pasos. 

—¡Oye! ¡Tú! ¿Qué haces?—le dije con una voz grave mientras sujetaba mi cigarrillo haciéndome el interesante; sin embargo ella parecía no escucharme.—¡Acaso estas sorda¡— le grité de manera desafiante. No toleraba que la gente me ignore, con mi casa bastaba.

—¡No estoy sorda!— me contestó con una voz aguda y sin dejar de concentrarse en su jueguito de primaria.

Su actitud era sumamente infantil e inmadura; sin embargo, apenas volteó a contestarme pude notar que tenía unos ojos grandes y azules. Como el color del agua cuando empoza. Eran azules y turbios. Tenía puesto un vestido blanco y unas zapatillas sucias. Parecía un ángel descuidado.

—No estas un poco grande para jugar eso.—señalé la pileta, pero ella parecía no inmutarse. 

—¿No crees que es muy tarde?— Ella seguía ignorándome. Solo daba esos saltitos mientras tarareaba una canción de la radio.

—Loca... — dije finalmente antes de largarme. Di unos pasos, diez o quince quizas, y escuché su diminuta voz. Frágil, casi imperceptible pero tenaz al mismo tiempo.

—No tienes ningún motivo para decir eso— susurró.  No pude resistirme a tremenda invitación gloriosa.

—¡Ah...! ¿Ahora si quieres responder?— contesté con total cinismo. 

—No estoy loca. No tienes porqué insultarme así. Tu vida debe ser muy triste para que andes deambulando sin compañía en nochebuena—Hablaba con tanta impetuosidad que estoy seguro que no muchos suelen soportarla. 

—Tienes razón, me disculpo. Quizás loca no fue el termino apropiado.—dije mientras realizaba una sarcástica venia.— Permíteme rectificarme. Lo mas apropiado quizá debió haber sido... una chica con aspecto de drogadicta está dando unos estúpidos saltos en medio del parque ...¡ah! y por si no te has dado cuenta, no soy el único que está solo a puertas de navidad ¿mejor?— veía como su cara se iba enrojeciendo y su mirada se mantenía fija en mi.  Así que me puse la capucha y decidí irme. No estaba de ánimos para lidiar con una chica y su periodo. 

Llegué casi al final de la cuadra cuando escuché unos llantos. ¡Mierda! Quise proseguir mi camino pero no pude y retrocedí para remediar el charco de lágrimas que había originado. Malditos principios.  Yo podría ser un idiota, tener el mas mínimo respeto por la escuela y la vida, pero lo único decente que rescato de mi padre es que me enseñó a hacerme cargo de mis errores.   

—Oye, lo siento. Ando un poco estresado y a veces escupo las palabras sin el menor reparo. Enserio lo lamento...—dije mientras me acercaba hacia ella. 

—Pero tienes razón. Tienes razón.— comenzó a llorar descontrolada mente.

—Shh...shh... baja la voz.—sus gritos eran muy alarmantes y no me extrañaría que algún policía se acercase. Evidentemente la situación se prestaría para mal entendidos y no estaba dispuesto a ello.

—Pero tienes razón. A nadie le importo. 

En ese momento su llanto se incrementó y sabía que cualquier cosa que dijese no lo remediaría, así que solo me quedaba soplarme el lloriqueo de la rubia con el rimel ya corrido.

Nos sentamos en la vereda. Uno al lado del otro, sin decir nada. Esa incomodidad duró por unos muy largos tres minutos. Ella trataba de calmar su llanto tapándose la boca mientras yo solo tenia la mirada clavada en la pista. Comencé a contarle como casi quemo el pavo en mi casa, y cuanto ello había enojado a mis padres. Debo imaginar que algo de gracia le causó, ya que siquiera esbozo algo parecido a una sonrisa.

Su llanto era cargado y parecía haber sido guardado por mucho tiempo. Por otro lado, su mirada era vibrante pero a la vez triste. Algo en ella me agradó.

— Me llamo Ariana— dijo ya más calmada y con los ojos aun vidriosos.

— Mateo.— respondí al instante. Era muy bonita.

— ¿Qué se supone que hacías en la pileta?— finalmente me animé a preguntarle.

— ¿En la pileta? Intentaba distraerme, ultimamente ando con... problemas. Te imaginas caminar al borde de algo, quizá un precipicio o una pileta... y saber que si caes no pasara nada... es asombroso ¿no lo crees?.— mi impresión sobre ella cambió. Era más amable de lo que creí, pero la idea de que era algo rara y estaba bajo efectos de alguna droga aún la mantenía.

— Uy, ya van a ser las doce. Debería irme y tu también... al fin y al cabo, nadie quiere ni debería estar solo en especial esta noche.— concluyó con una sonrisa y se fue tan rápido como lo había sido nuestro encuentro.

Me coloqué la capucha y dirigí hacia casa mientras mi mente solo pensaba en Ariana y su llanto intenso, el cual estoy seguro que debe arrasrtrar alguna historia incolora.

Al llegar a casa me topé con gritos de injurias por boca de mi padre y de lamentos por parte de mi madre. No era la primera navidad que mis padres discutían, pero si la primera vez que la pelea acabó con una mesa servida solo para dos. Papá se encerraba en el sótano cuando se enfadaba, siempre lo hacia, pero nunca en festividades como fue el caso de hoy.

Comimos en silencio y el tiempo parecía alargarse. Yo traté de comentar acerca de la discusió  pero mi madre me interrumpió.

— Cariño... Cuéntame algo más interesante, ¿ya te decidiste por estudiar Derecho? ¡tus abuelos se pondrian muy felices! ¡abogado como su padre! —Ella sonreía tratando de ocultar los problemas. Siempre hacía lo misma y jamás lo comprendí. Quizá esa  felicidad a fuerzas fue lo que más miserable me hizo sentir. 

Esa noche no pude dormir. No entendía como era posible que tantos sentimientos sean albergados en un mismo momento. Sentía culpa por las peleas de mis padres, aflicción por lo que tiene que aceptar mi madre, ira hacia el incólume de mi padre e ilusión hacia una chica que solo vi una vez. Al cabo de una horas y mil vueltas en mi cabeza, finalmente pude conciliar el sueño. Sin embargo, los gritos volvieron a empezar ¿Acaso nunca van a terminar?. Solo atiné a sujetar mis audífonos y poner la música a todo volumen para evitar sentirme más mierda de lo que me sentía.

Al día siguiente me levanté y bajé para desayunar. Apenas descendí del último escalón me topé con la imagen más absurda de mis padres. Ellos solo reían y actuaban como si no recordaran aquellos gritos de la noche anterior. Vaya que relación más extraña que tenían.

ELLA ® En ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora