Remus llevaba desde que tenía memoria odiando cada parte de si mismo. Su cuerpo delgado era asqueroso, su piel pálida y llena de cicatrices, su cabello enredado todo el tiempo y su nariz demasiado recta, eran solo un par de las cosas que le asqueaban cada vez que se veía en el espejo.
Pero había algo peor, algo que no veía en el espejo, no físicamente, pero sabía que lo vería al verse a la cata durante toda la vida: Su licantropia.
La luna de este mes no había sido especialmente buena, de hecho terminó lastimando (no gravemente) a James mientras jugueteaban. Aunque el animago había repetido mil veces que Remus no tenía la culpa, él simplemente era incapaz de creerlo.
A si que se encerró en si mismo durante días que para sus amigos eran eternos, a penas salía del cuarto para ir a clases y se saltaba comidas con regularidad. Los merodeadores se rompían la cabeza intentando que Remus saliera de la cama y los ayude en bromas, o coma algo, o vaya a la biblioteca, que sea el viejo Moony.
Todos estaban cansados, no de Remus, si no de la falta que él les hacía, y Remus notaba el cansancio, notaba que Sirius ya no se pasaba a la cama por las noches, que Peter ya no le suplicaba por un chocolate, que James ya no lo obligaba a saludar a todos antes de dormir... Remus notaba que sus amigos ya no lo trataban de la misma forma que antes, pero era su culpa, por no colaborar, o eso creía.
Sirius se estaba debatiendo, desde la quietud y oscuridad de su cama a la medianoche, pasarse o no pasarse a la cama de Remus, no quería molestarlo, pero acababa de tener un mal sueño (realmente malo) y necesitaba un abrazo de su amigo.
Pero cuando Sirius se movió hacia la cama ajena, Remus no estaba allí.
—¿Que carajos? —murmuro par si mismo, Remus jamás se levantaba de noche. —Tal vez fue al baño —murmuro otra vez, quedándose sobre la cama, mirando el techo de esta.
Pero algo en su cabeza le decía que debía fijarse, debía buscar a Remus, que él no estaba bien.
Se levantó a una velocidad inhumana para golpear la puerta del baño, la única respuesta fue un murmullo que sonaba como un sollozo. Mentalmente, Sirius dijo todas las maldiciones que sabía e intento abrir la puerta, no pudo, estaba trabada.
—Alohomora —musitó luego de ir hasta su mesita de noche y tomar su varita, la puerta cedió y al entrar al baño se encontró con un Remus ensangrentado y llorando sin fuerzas. —¡Remus! Mierda, mierda, mierda, mierda —Y mientras Sirius repetía esa palabra, hacía lo posible por recordar hechizos de sanación y lanzarlos a Remus, logrando que este no se desangrara y dejando a la luz tenue del baño las cortaduras en las muñecas.
—Perdón, perdón, perdón —murmuro Remus, una y otra, y otra vez, hasta que sus párpados comenzaron a cerrarse.
—¡NO! ¡NO TE DUERMAS! ¡JAMES, PETER! —gritó Sirius con voz asustada.
Sus amigos no tardaron en recurrir a su desesperado llamado, con caras adormecidas que desaparecieron al instante en el cual vieron la escena. La reacción de James podría ser considerada la más madura, ya que lo alzó en sus brazos y corrió hacia enfermería intentando que no se caiga.
—¿Que está pasando aquí? —exclamó la voz de Madam Pomfrey al oír el escándalo.
Salió de su habitación y su cara (ya demasiado pálida de manera natural) se había vuelto blanca del miedo. Para nadie era secreto que Remus era quien más tiempo pasaba en ese lugar, Poppy ya veía al chico como a un sobrino, y verlo en esa condición le rompía el alma en millones de pedazos.
—Muevanse ¡Muevanse! —exclamó haciendo que los tres jóvenes se movieran de manera automática sin poder dejar de ver a su amigo. —¿Que sucedió? —preguntó la medimaga mientras trabajaba a toda velocidad.