Aunque te fueras a la espesa negrura, dónde se borran los amores más extrañados.
Tendré presente tú largo pelo negro rizado.
La camisa Bugambilia, labios tintos del mismo color y las ojeras lilas adornadas de Rubí, así te retrate en lo profundo de mis ojos.
Con tus pupilas azules dónde moría el cielo acostumbrado a ser el primero y hoy dejaba de serlo.
Nunca volveré a ver tus rizos enroscados en el viento, las pestañas de obsidiana qué opacaban la mañana.
Sorprendido te miré de un lado a otro, tratando de adivinar si eras una bruja o una mujer muy bella, de piel canela, entornando el atuendo para halagar tu cuerpo.
¡Y sabías que te admiraba! ¡Y más te adornabas! Con sonrisas perfectas presumiendo tus dientes de mármol de Carrara.
Ninguna palabra pronuncie deje que hablaras hasta que te cansaras, pero al tocar tus pantalones vaqueros y darte vuelta para ver tus caderas.
Me dejastes encendido, al ver que en realidad eras la mujer más hermosa, qué sin rubor, ni pena mostraba su silueta de diosa.
Y me dejaste frío, cuándo centraste tu mirada en medio de mi cara, sentía qué te llevabas mi alma a lo hondo de una barranca.
Al mirarme con esa sonrisa y tu lengua moviéndose lasciva, mostrándome tus dos pechos de regalo por si me animaba.
Te acercaste a mi boca y tú aliento me sabía a un perfumado vodka y me entregué a ti con todas las fuerzas de una noche loca.
Con una juventud revivida de la sed, que muchas veces padeces, pero hoy le das de beber.
¿Qué pasó después? ¡No lo sé! ¡Ni lo quiero saber!
Solo recuerdo qué eran las dos de la madrugada y caminaba presuroso bajo un techo de estrellas azuladas, con los ojos lluviosos y mis labios manchados de magenta Bugambilia.
Sin alma, en duelo y perdida para siempre mi alegría.
León
3 oct 2003. 11:36 am
Al pueblo de Santa María la adorna el firmamento.
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