Capítulo 24

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Seguía vistiendo de negro para encontrarse a solas con su esposa. Salía de la casa a hurtadillas cada tarde para dirigirse al hotel a encontrarse con ella, y cada mañana la dedicaba a preparar con esmero su disfraz. Quería que todo el mundo se diese cuenta esa noche que ya no sería más una triste viuda, aunque tenía ganas de gritar a los cuatro vientos que era feliz. Que por primera vez en cinco largos años vivía. 

Volvió a enhebrar la aguja con hilo rojo y continuó pegando las pequeñas lentejuelas y las bonitas piedras de cristal en el corpiño del vestido de seda roja.

La reina de corazones.

Así era como se sentía como la gran dama del amor. Estaba nerviosa. La mano le temblaban mientras intentaba fijar una piedra más en la suave seda. Los ojos se le cerraban. Apenas si había dormido en los tres días pasados. Las mañanas las dedicaba a cuidar y estar con sus hijos. Las tardes las pasaba en los fuertes brazos de su esposa, y las noches las destinaba a completar su disfraz. Sabía que más de uno iba a poner el grito en el cielo cuando la vieran con semejante atuendo: una falda de seda roja brillante, un corpiño lleno de piedras color sangre y lentejuelas, y un antifaz con tul negro para dar mayor contraste al atuendo. Siguió cosiendo con metódico orden las pequeñas piezas al corpiño con una sonrisa en los labios.

¡Dios! Era como volver a estar viva.

Su corazón volvía a latir con alegría, tenía la ilusión de aferrarse a la vida que ella desprendía, y sus hijos la complementaban como nunca había creído. Los ojos se le cerraban. Estaba agotada físicamente, pero seguía pegando cada pieza encerrada en su habitación. Así nadie sabría qué estaba haciendo ni como se presentaría en la fiesta de los Tremàine. Se había comprado una nueva capa negra. Larga hasta los pies para poder ocultar el disfraz que luciría la noche del fin de año. Los ojos se le cerraron nuevamente por el cansancio. Decidió que en esas condiciones no adelantaría mucho y guardó primorosamente el vestido dentro de una caja que escondió dentro de su armario. Se quitó las horquillas del pelo y las dejó junto a la mesita de noche que había junto al lado derecho de la cama. Retiró las sábanas, el cobertor, y se deslizó en las cálidas frazadas que le dieron la bienvenida. Su cuerpo agotado quedó laxo en cuanto apoyó la cabeza en la almohada y su mente se deslizó hacia un reparador sueño. Un sueño lleno de paz y sin pesadillas, lleno de esperanza.

En la otra parte de la ciudad de New Orleáns, Alex charlaba animosamente con su primo en la habitación del hotel. Los dos estaban estirados en la gran cama, Alex apoyado contra el cabecero y Jamie apoyando en el otro extremo su cabeza sobre sus brazos.

—¿Sabes? —preguntó Jamie mirando a su prima por el rabillo del ojo mientras roía entre sus dientes un mondadientes—, desde que hemos llegado hasta tu expresión ha cambiado. Pareces la misma mujer sociable que eras antes, y no esa desconocida a la que me había habituado en los últimos años. Ciertamente el estar tan cerca de esa cosita rubia a la que llamas esposa ha influido bellamente en tu estado de ánimo.

Alex sonrió y murmuró algo entre dientes.

—Estás como una verdadera cabra —sentenció Jamie de forma solemne e incorporándose en el colchón se quitó el fino palillo de entre los dientes—. Digo yo, ¿una mujer puede cambiar de esa manera a una juerguista como tú? Siempre lo había dudado, pero he de postrarme ante las evidencias.

—Valiente adivino —contraatacó Alex—. Pero llevas razón en una cosa, algo me hizo esa bruja porque en cinco años no he podido meterme entre las piernas de ninguna otra. No obstante, fue verla y el jodido coronel que llevo oculto en los pantalones se puso firme. Yo tampoco pensé jamás que solo iba a pensar en una sola mujer.

—Por Dios, pero es que ni siquiera cuando estabas un tanto aturdida y no sabías quien eras pudiste tirarte a una tía. Y no sería porque la puta no lo intentase con todas sus ganas.

Le recordó el primo.

—Sigo pensando que la bruja de mi mujer me lanzó una maldición y me inutilizó para que no pudiese satisfacerme con ninguna otra salvo con ella —dijo entre carcajadas—. Espero que no te llegue el día en el que a ti te hagan lo mismo. Es una sensación de lo más incómoda. Recuerdo la mujer arrodillada a mis pies, yo con los pantalones en las rodillas y el maldito coronel sin querer levantarse. Pero fue ver a mi mujer, y no solo se puso firme, sino que estuve a punto de correrme en cuanto ella se estrechó contra mis brazos. Sigo pensando que me maldijo.

—Pues si es así —apuntó firmemente Jamie—, estoy dispuesto a que alguien lance ese tipo de maleficio contra mí.

—No sabes de lo que estás hablando.

—Estoy harto de ir por ahí saciándome noche sí, noche no, con una mujer que no significa nada para mí. Deseo y envidio lo que tú tienes.

La franqueza del primo hizo que las cejas de Alex se arqueasen.

—No lo desearías si hubieses estado cinco años esperando poder volver a acercarte a ella, y pensando que jamás volverías a tenerla en tus brazos, en tu cama. O que cuando volvierais a encontraros ella ya no te querría, o que incluso te odiase por abandonarla.

—Cualquier cosa es preferible a vivir con esta continua soledad que te cala el alma. ¿Crees que fue difícil para mí acostarme con la tía de tu mujer?

Alex miró a su primo y encogió levemente de hombros.

—¿Lo fue? —preguntó sincero.

—No, no lo fue —anunció Jamie sin asomo de duda en la voz—. No lo fue porque en aquella época a mí me daba igual entre las piernas de quien me metía. Estaba dolido con todo el mundo. Con mi padre, por no reconocerme. Contigo porque tenías lo que yo jamás podía tener. Y con la mujer de mi padre porque nunca había dado la menor muestra de saber que yo era el hijo bastardo de su marido.

—Pero ahora...

—Sí, ahora ya sé mucho más de lo que sabía en aquel entonces. Y no estoy sino agradecido por esa bendita mujer con la que se casó mi padre. Y hay veces en que la miro y me digo... yo quiero una mujer como ella.

—Me estás diciendo que, ¿estás enamorado de tu madrastra? Porque me cuesta creerlo —inquirió Alex.

—¡Santo Dios, no! —expresó con escepticismo Jamie por la conclusión a la que había llegado su prima—. Lo que trato de decirte es que quiero a una mujer con el corazón de mi madrastra, y a ser posible, con el físico de tu esposa.

—¿¡Cómo!?

Alex miró con sorpresa a su primo. Cogió el almohadón que tenía a su espalda y lo estrelló contra la cabeza de Jamie.

—Mi mujer es mi mujer. Ni se te ocurra acercarte a ella, Casanova de pacotilla. Búscate una para ti. Ella ya tiene dueña.

—¡Qué posesiva! —lo recriminó Jamie con una sonrisa mientras colocaba el almohadón bajo su cabeza—. En otros tiempos las compartíamos...

Sin pensarlo, Alex se abalanzó sobre el y colocó el antebrazo bajo su barbilla. El pelo negro estaba revuelto y los ojos oscuros como ala de cuervo brillaban con un brillo asesino.

—Acércate siquiera a ella y arrancaré ese triste colgajo que tienes entre las piernas —anunció quedamente pero con una sonrisa de oreja a oreja.

—Por san Cristóbal, prima, qué susceptible que estás —medio Jamie con una sonrisa que llegaba hasta sus ojos grises—. Jamás se me ocurriría ponerle la mano encima a tu mujer. Creía que me conocías.

—No me lo tomes en cuenta, es que me pongo un tanto quisquillosa en lo referente a mi mujer.

—Eso es difícil de creer. Luego habrá gente que diga que no estás enamorada de ella hasta los huesos. Ilusas...

Y ambos empezaron a reír a carcajadas en el silencio de la noche como dos niños traviesos. 



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Un regalito para que vayan a dormir tranquil

No olviden dejarme sus comentarios y ⭐, ya nos quedan 7 capítulos 😢.

Que tengan linda noche 👋

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