PRÓLOGO

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—¿Padre? —preguntó ante el silencio— ¿Estáis aquí?


Nadie respondió a su pregunta, pero Adelaida no se rindió. En verdad necesitaba que su padre firmara el permiso de su colegio; en su clase de biología irían a una expedición en el norte del país, y necesitaba su autorización para asistir con sus demás compañeros.

Frunció el ceño ante el silencio, dándose cuenta que no había ningún guardia cerca.

En el sótano de su casa siempre habían personas patrullando. No entendía para que, pero así era. Su padre le había dicho que jamás bajara, así que, como buena hija, hizo caso a sus palabras.

Nunca ase consideró alguien curiosa, ni siquiera ruidosa. Si su padre le pedía algo, ella solo lo hacía sin preguntar, despierta de todo, él siempre hacía las cosas por su bien.

Sus pasos resonaban en el piso de mármol pulido, y la frialdad de las paredes de piedra la acompañaban con cada uno de sus pasos. Se talló los brazos, sin saber porque hacía tanto frío. Soltó el aliento, dándose cuenta que salía vaho.

Frunció el ceño extrañada..

Dio unos cuantos pasos más hasta la reja que daba directo contra el sótano, segura de que si su padre estaba allí, le gritaría por bajar. Pero el anhelo por ir a la excursión era muchos grande que el miedo de un regaño. ¡Todas sus amigas irían! Se negaba a ser la única en no ir.

Abrió la reja, la cual soltó un rechinido y sus ojos cayeron en lo que parecía ser una vitrina de cristal.

Su boca se abrió por la impresión, contuvo el aliento al darse cuenta de lo que había dentro del cristal; había un hombre, de piel pálida y enfermiza, junto con una gran mata de cabello negro, pero no de un negro normal, sino de uno oscuro y lúgubre. Casi brillante por el tono.

Lo que más le sorprendió, era que el hombre estaba desnudo, encorvado, como si no le importara que lo vieran desnudo.

—Por Dios... —susurró con asombro, asustada.

Se quedó muy quieta, sin tener idea de que hacer. Había un hombre extraño, desnudo y enfermizo en su sótano; encerrado en una vitrina de cristal que parecía mantenerlo recluso.

Intentó moverse, pero se sentía tan impactada por la vista, que solo atinó a quedarse quieta. Rápidamente, su mente empezó a maquinar cosas sin sentido. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, en su frío sótano, totalmente desnudo? ¿Qué hacía allí? ¿Por qué su padre lo tenía encerrado?

Se tiró de su cabello rojizo, sin saber que hacer. Con pasos rápidos se acercó al hombre, sin saber cómo sacarlo o como ayudarlo.

—Oh mi Dios.

Los ojos del extraño se clavaron en ella, quedándose clavados en su rostro, como si intentara ver algo en sus facciones infantiles.

Adelaida tenía doce años, en la edad en que empezaba a desarrollarse correctamente y sus facciones se volvían más afiladas y menos redondas. Sus ojos eran de un intenso azul y su piel era pálida, pero nada enfermiza como la de aquel hombre.

—¿Qué le han hecho? —preguntó, llena de preocupación, sin saber como ayudarlo.

Tocó el cristal, viendo que tan grueso era o si podía quebrarlo con algo. Rápidamente se dió cuenta que era muy fuerte como para ello. Intentó golpearlo con sus manos, pero solo logró hacerse daño y unos pequeños raspones cubrieron sus muñecas. Hizo una mueca por el dolor, pero rápidamente intentó buscar otra forma de abrir el cristal.

No entendía porque estaba encerrado, pero la sola idea de verlo allí, desnudo y desprotegido como un animal en exhibición, la hacían llenarse de una rabia inusual. ¡Como su padre había podido hacer semejante atrocidad! Tenía entendido que su padre practicaba magia, y lo aceptaba completamente, pero no pensaba formar parte de mantener hombres encerrados en el sótano. Era una línea que no pensaba sobrepasar.

—¡No funciona! _exclamó cuando se dió cuenta que ni golpeándolo con todas sus fuerzas, era suficiente.

Después de intentarlo por unos segundos más, apenas dándose cuenta, notó como el hombre no había alejado la mirada de su rostro. Había una expresión extraña, como si verla le diera cierta vitalidad. Pero a su edad, no lograba entenderlo.

—¿Por qué está aquí? —preguntó con temor— ¿Quién lo ha encerrado?

El hombre nunca respondió, ni siquiera cuando Adelaida fue descubierta por su padre intentando liberarlo. Lo único que cambió de su expresión, fue la indiferencia fría al ver como era arrastrada por un guardia de seguridad.

El Rey de los Sueños acababa de conocer a su nuevo amor. Uno que no pensaba dejar ir, como lo había hecho con Nada.

Pensaba hacer lo que fuera necesario para conseguirla, y eso involucraba a su hermana Muerte. Aunque claramente, tendría que esperar por algunos años.

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PRÓXIMAMENTE…

Atte.

Nix Snow.

ADELAIDA || THE SANDMANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora