La vuelta al castillo era más caótica que la huida, por eso el príncipe debía excusarse sin dejar ningún cabo suelto que la corte pudiera utilizar en su contra. Si alguien descubría sus visitas al pueblo probablemente jamás volvería a ver la luz del sol. Claro que la vida nunca es como uno decide y muchas veces el hado es algo tan incierto como el menos trucado azar, y Donghyuck no sería la excepción que rompiera la regla. Al menos, no ese día.
Una vez todo su cuerpo salió de los matorrales que escondían su preciada salida, una voz demasiado conocida se incrustó en su mente como un puñal en el corazón de un vampiro.
–¿Príncipe Donghyuck? ¿Qué hacéis en tan sucio lugar manchando vuestras ropas? –era Lady Lee, con una voz un tanto aguda que chirriaba en los oídos de su hijo–¿Por qué lleváis una capa digna de un plebeyo?–dijo mientras se cruzaba de brazos y lo analizaba detenidamente.
–Oh, madre–suspiró molesto–¿Acaso os preocupáis por un varón que no pertenece a su linaje? No son vuestra incumbencia mis acciones.–espetó mientras pasaba por su lado, pero una mano atrapó su muñeca deteniéndolo al instante.
–Sois fruto de mi vientre, siempre habrá preocupación para vos por mi parte. Decidme, ¿cuál es el secreto que Lord Lee no debe conocer?
–Vuestras palabras están vacías. Si decidís traicionarme y confesarle todo a mi difunto padre no os detendré, mas no tratéis de compadeceros de mí cuando no conocéis ni a vuestro propio hijo.
Acto seguido se soltó del agarre dejando a Lady Lee de pie, con un nudo en la garganta que llevaba reteniendo desde hacía mucho. Para ella, sus hijos eran lo más importante y debía protegerlos, inclusive si eso significaba alejarlos y desterrarlos de su vida.
Donghyuck jamás pensó en ella como una madre, creció encadenado a la soledad con unos grilletes sin cerradura; irrompibles. Nadie estuvo para él cuando los demonios acechaban su cordura, tampoco lo estuvieron cuando la muerte amenazó con llevárselo una sombría noche donde las estrellas estaban en silencio. ¿Por qué habría alguien ahora, tras tantos años de martirio? No creía ni una palabra de nadie, aprendió a no confiar ni en su propia sombra que lo abandonaba con la partida del sol y juró lealtad a su propio corazón.
Sin embargo, ¿puede un corazón roto vivir con tantas estacas clavadas, abriendo sus heridas recordándole que el dolor permanecerá intacto hasta el lecho de su muerte? No le importaba, más bien no quería entenderlo.
–Querido hijo mío, no sabéis cuánto anhelo que sepáis la verdad, la realidad tras tantas falacias que solo nublan tu visión y no os permiten ver con claridad. No os culpo, merezco tu odio y crueldad, pues jamás estuve para ti y creciste solo. Mi voz está sellada bajo un candado que Lord Lee cerró y escondió la llave, mas nunca dejé de luchar desde las sombras. Lastimosamente, vos no supisteis esto y no ocurrirá en un futuro cercano; mi muerte es más segura que cualquier otro camino.
Os vi crecer y formar vuestras ideas como alguien que fue enviado al mundo para cambiarlo y mostrar cuán equivocados están. Vos sois el descendiente de Atenea, un guerrero que lidiará todas las batallas necesarias hasta purgar la cruel mentalidad instalada en los más arrogantemente poderosos. No estáis solo, vuestra hermana luchará junto a vos aunque sacrifique su propia cabeza; y también tenéis a vuestra madre.
Oh, querido Donghyuck...Ruego de rodillas a los Dioses para que me otorguéis vuestro perdón y aceptéis el tan pudiente silencio que habita en mí, en las sombras donde quedan desterrados los más débiles a ojos de los gobernantes.
Donghyuck estaba de camino a la biblioteca, el lugar donde frecuentaba para adquirir la sabiduría que deseaba o simplemente a despejar su pesada mente, pero un movimiento casi inaudible lo petrificó. No tardó en voltearse y colocar sus manos sobre la espada que reposaba en su cadera a punto de desarmarla, mas una figura demasiado conocida estaba frente a él. Era Lord Lee.
–¿De dónde venís? No sentí vuestra presencia en el castillo.–dijo mientras veía al príncipe destensarse y relajando sus músculos.
–No os importa mi presencia en el castillo, ¿cuál es el vuestro verdadero motivo para preocuparos por ella?–su ceja se alzó mofándose del contrario. Lord Lee bufó frustrado.
–Vos no merecéis la preocupación de nadie, mas necesito someteros a mi control para asegurar una intachable ceremonia. Sois escurridizo, tanto que nadie conoce lo que vuestra perversa mente trama–lo observó con una mirada lunática–os prohíbo el libre transito y os privo de la libertad hasta que la celebración esté por comenzar–sonrió ladino, victorioso–tendréis guardia real para evitar cualquier deshonra o intención de huir de vuestro hado.
–¿Acaso creéis que podréis pararme, padre?–escupió como si de veneno se tratase–No importa si se me es arrebatada la libertad o el mismísimo corazón, libraré todas las guerras posibles con tal de exiliar vuestro pútrido cuerpo al infierno.
–Del mismo modo que os mantengo vivo, también puedo arrancaros la vivacidad sin la más mínima compasión. Guardias–gritó–llevad al príncipe Donghyuck a sus aposentos, queda prohibido que los abandone.
El joven bufó frustrado mientras era arrastrado a la fuerza, no sin lanzar maldiciones al aire que no fueron escuchadas por nadie más que él. No era la primera vez que algo así sucedía, mas esta vez le dolía exageradamente porque anhelaba regresar al pueblo.
En su última visita sintió una curiosa mirada posada en él, pero no hubo tiempo suficiente para quedarse a descubrir lo que el destino tenía preparado. Se detestaba porque, aunque no fuera capaz de aceptarlo, existía temor hacia Lord Lee. Estaba seguro de que algún miembro de la familia real conocía su paradero y temía que su padre tomara las riendas del asunto.
Mas era Lee Donghyuck de quien se estaba hablando, el príncipe que renegaba de todas las leyes para conseguir todos sus propósitos. Por este motivo, esa misma noche abandonaría el castillo y volvería junto a su gente con la intención de encontrar al portador de la mirada que caló tan profundo en él. No sabía a quién buscar o acudir, tan solo sabía que le agradaba la música de cierto bardo como a él y de Na Jaemin dependía encontrarlo.
Quizá estaba más cerca de lo que el príncipe creía.
La noche no tardó en caer y era el momento de llevar a cabo su espontáneo plan que podía conducirlo a la perdición. Esta vez debía salir por la ventana de su extensa habitación, con una única diferencia: si caía moriría en el acto. Tras tan enorme ventanal se escondía una altura demasiado extensa para fallar en los cálculos y aterrizar a demasiados metros del suelo, por lo que Donghyuck debía asegurarse antes de cometer una locura.
Aunque es necesario sucumbir a la locura y traspasar los límites de la cordura,
Amarró como pudo varias sábanas y las lanzó para confirmar su estabilidad, acto seguido se sentó en el marco de la ventana dispuesto a dejarse caer por ellas.
Bajó lentamente sintiendo su corazón acelerándose con cada centímetro que descendía. De hecho, estuvo a punto de salírsele cuando una voz cercana lo alertó, haciéndole centrar toda su atención hacia una sombra humana siendo iluminada por la luna en su ventana.
–Qué hermosa luz lunar tan acogedora esta noche, ¿no creéis Donghyuck?
–¿Qué hacéis aquí, bastardo?–escupió con frustración observando a su padre viéndolo con una sonrisa demasiado macabra.
–Calmad vuestro corazón, hijo mío–rió–¿No sabéis que es una deshonra desobedecer a vuestro padre?
–No oséis llamaros padre cuando jamás lo fuisteis. Y dejadme confesar, al único cuya deshonra resplandece en él sois vos, arrogante traidor.
–Hijo mío, ¿cuándo aprenderéis a no jugar con fuego? Saldréis lastimado.
No hubo tiempo para ninguna reacción, solo se escuchó una carcajada lunática acompañada de un golpe seco.
El príncipe Lee Donghyuck había caído.
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poemas escritos bajo la lluvia | markhyuck
Fanfic❝Nuestros corazones se unieron en un efímero choque de miradas, pero el destino ya había jugado sus cartas.❞ #6 en poeta entre 2.3k [28/09/22]