Tenemos que intentarlo

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-¡Oh, Steve, menos mal que estás aquí! Eddie está... oh, Dios, no... se suponía que iba a... oh, Dios...

-Henderson, respira. ¿Qué ha pasado? -pregunta Robin, perpleja, mientras mira de reojo a Steve y a Nancy.

La adrenalina que los había mantenido en movimiento hasta ahora había empezado a desaparecer, y esa acuciante llama interior, al extinguirse, había dejado en su lugar articulaciones doloridas y piel chamuscada. Todos podían leer la extenuación en los rostros de los demás, en la caída de sus hombros, en los sutiles temblores que los sacudían y en sus ojos apesadumbrados, hundidos en cuencas oscuras. Extenuación, y ni rastro de alivio.

No hasta que se hubieran asegurado de que todo el mundo estaba a salvo.

La expresión aterrorizada de Dustin y su respiración alterada devuelven a Steve al estado de alerta y posa una mano en el hombro de Dustin para intentar calmarlo tan pronto como repara en ellas.

Al mismo tiempo, apretando con fuerza su escopeta descargada, Nancy pregunta:

-¿Dónde está Eddie?

-Mierda -dice Steve.

Mierda, mierda, ¡mierda! Steve levanta la vista hacia el portal y toma una decisión.

-No te muevas de aquí, ¿de acuerdo? -le ordena a Dustin, apretándole brevemente el hombro antes de dejar caer el brazo mientras mira en torno a sí.

Sus ojos se posan sobre la pequeña mesa de madera que se encuentra al lado de la estantería, cubierta de papeles, un par de libros y una lámpara. Barre todo al suelo con un rápido movimiento y arrastra la mesa hasta debajo del portal.

-No, Steve, es una locura, el Otro Lado está a punto de venirse abajo -exclama Robin con voz temblorosa y mira a Nancy en busca de apoyo. Pero Steve ya está subido a la mesa.

-¿Echadle un ojo... -tantea, refiriéndose a Dustin- y quizás preparad otra cuerda para cuando vuelva? -Su intención era sonar desenfadado y resuelto, pero en realidad está intentando convencer a sus amigos y a sí mismo de que por supuesto que va a volver.

Entonces, salta tan alto como le dan las piernas, rezando porque sea suficiente para propulsarse a través del portal.

Lo último que escucha es a alguien gritar «¡Steve!» antes de sumergirse en luz roja y encontrarse al Otro Lado.

~

Con los ojos entrecerrados, Steve se concede unos segundos para acostumbrarse a la oscuridad, y enseguida descubre un rastro de murciélagos muertos.

«De acuerdo», piensa para sí, obligando a sus extremidades a moverse.

El Otro Lado está extrañamente tranquilo, es decir, sin chillidos de murciélago ni el tenso sonido de enredaderas arrastrándose y restallando. En la distancia se escucha un rumor sordo, grave y amenazante, como la calma que precede a la tormenta.

Tras caminar un rato -no sabe exáctamente cuánto, pues pierde la noción del tiempo, rodeado de árboles informes e inmerso en una oscuridad eterna-, atisba lo que parece ser una figura humana tirada en el suelo, en medio de un masa incontable de cadáveres de murciélagos.

Eddie.

Desde tan lejos, Steve no puede asegurar si está respirando. Una descarga de adrenalina le inunda las venas y en un par de zancadas se agacha junto a Eddie. Su ropa cuelga en jirones, y cortes profundos y grotescos le salpican el abdomen, los brazos y las piernas. De su boca brota sangre, oscura, líquida y brillante como la brea. Eddie tiene los ojos abiertos, pero sumido en ese ocaso heraldo del fin del mundo, Steve no es capaz de vislumbrar indicio alguno de un aliento, no percibe ni el más leve movimiento en el pecho de Eddie.

El Otro a mi LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora