Respeto

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Cada día que paso junto a Cora me enamoro más de ella. Su sonrisa me tiene por las nubes. Su mirada cristalina es la más pura y bella que haya visto alguna vez en mi vida. Sus labios rosas y carnosos se han convertido en mi gran debilidad, no pienso en otra cosa que no sea probarlos cada segundo del día. Me he contenido lo suficiente para no arrebatar su boca como tanto lo deseo porque sé que debo esperar que nuestro momento llegue.

Que me haya aceptado es una felicidad muy grande que no cabe dentro de mi pecho. Ilusionado es poco para describir la manera en la que me siento por dentro. Su dulce aroma me tenía sumergido en sueños tranquilos. El calor que emana de su cuerpo, por más que me negara a quedarme dormido y perderme cada instante de su tierno rostro al dormir, me atrapó con suma facilidad. Dormir junto a ella es lo mejor de este jodido mundo ¿Ahora cómo haré para conciliar el sueño si no es teniendo su calor y su aroma a mi lado?

Mantenía los ojos cerrados, disfrutando de su calor y de su atrapante aroma cuando la sentí levantarse abruptamente de la cama y soltar un grito ahogado demasiado gracioso. Quise reír, deseando ver su expresión al tenerme a su lado, pero me mantuve sereno pretendiendo estar dormido. Seguidamente, escuché un golpe y un quejido salir de su linda boquita.

—¡Mierda! — murmuró.

Fue imposible no sonreír al traer recuerdos de la primera noche que pasamos juntos y ella se empañó en sacar de su memoria para siempre.

—¿Tanto afán tenías de salir de la cama, calabacita? — di la vuelta, quedando boca abajo y observándola sentada en el suelo —. ¿Qué haces ahí? ¿No te parece que la cama es mucho más cómoda?

—Y-yo...

Sus palabras se habían quedado atrapas en su boca y su rostro estaba sumamente rojo. Parecía un adorable tómate.

—¿C-cómo es que llegué a la cama?

—Yo te traje. Te habías quedado dormida en la terraza.

—Lo siento, estaba muy cansada — bajó la cabeza y recosté la mejilla en el colchón sin perderla de vista.

—¿Por qué te disculpas? Si para mí fue un gran honor traerte en mis brazos a nuestra habitación.

—¿Tú me trajiste? — presionó los labios con fuerza—. No vuelvas a hacer algo como eso, podrías llegar a lastimarte.

—¿Por qué razón?

—¿Acaso no me ves, Jacob? Por más músculo que tengas, yo peso mucho.

—Eso no me pareció cuando te cargué — me acomodé en la cama y palmeé mi lado—. Ven aquí, calabacita, vuelve que quiero seguir durmiendo otro poquito más.

—¡Ni sueñes que voy a volver a la cama contigo! — se levantó del suelo y salió de la habitación sin siquiera darme oportunidad de decir nada.

No veo el momento de tenerla como mi esposa, disfrutar de las mañanas a su lado y hacerla mía sin descanso alguno hasta morir. Sería el hombre más feliz de este mundo al morir entre su blando y voluptuoso pecho.

CORA

Salí más rápido que ligero de la habitación sin pensar siquiera a dónde me dirigía. Despertar entre sus brazos me llevó a recordar aquella mañana en la que no sabía ni cómo había amanecido junto a un completo desconocido. Su rostro no lo recordaba del todo, porque lo único que pude ver de él fue su ancha espalda y aquel tatuaje de dragón que se extendía por toda ella y nunca he podido olvidar.

No me gusta pensar en aquel día porque no recuerdo ni cómo terminé en cama de un hombre que no conocía y en una habitación que no era la mía. He guardado ese secreto incluso de Arabella, sería muy vergonzoso que ella se enterara de ello y yo no tener una explicación lo suficientemente clara de la situación.

—¿Cora? — escuché mi nombre y me detuve de inmediato—. ¿Qué haces fuera de la cama tan temprano? ¿Dónde está Jacob?

—Sra. Sara — suspiré aliviada—. Salí a tomar un poco de aire. Me gusta caminar a tempranas horas de la mañana, además de que este lugar es muy bonito y me gustaría explorarlo.

No tenía de otra que mentir. Sería muy vergonzoso confesar que estaba escapando de Jacob y ahora no sabía a dónde me dirigía.

—¿Y mi hijo por qué será que no está contigo?

—Debe estar aún durmiendo, no lo sé.

—Ya veo — sonrió ladeado, por lo que me di cuenta que sus hijos tienen la misma sonrisa que ella—. ¿Te molesta si te acompaño?

—No, por supuesto que no, pero me gustaría primero tomar una ducha y cambiarme.

—Tus maletas están en la habitación de mi hijo.

—E-entiendo — sonreí nerviosa—. Volveré en un rato.

—Ve con calma. Yo te espero aquí.

—Gracias.

No tuve de otra que regresar por donde mismo había venido y entrar de nuevo en la habitación. En la cama ni en ningún rincón de la habitación había rastro de Jacob y ese hecho me hizo suspirar aliviada. Me acerqué a mi maleta y tomé todo lo necesario para tomar una ducha y un vestido suelto y cálido.

Entré al baño y por poco caigo al suelo al ver a Jacob apoyado de la pared, dándome la espalda mientras las gotas de agua se deslizaban por todo su cuerpo y caían hasta sus pies. No hubo parte que mis ojos no recorrieran de su perfecto cuerpo, su ancha espalda, la forma en que sus músculos se contraían y se relajaban en cuanto él tomaba una respiración. Mi mirada se deslizó por el glorioso tatuaje de dragón y mi corazón se aceleró de golpe. Sus firmes y redondas nalgas parecían las de un tierno bebé, pero en lugar de querer pellizcar una, provocaban azotarlas con suma malicia y perversión.

Tenía que salir y darle su privacidad, pero no podía apartar los ojos de ese tatuaje que jamás en mi vida podría llegar a olvidar. No me cabe duda. Es el mismo, del mismo color, la misma forma... Es él ese hombre desconocido con el que amanecí aquella mañana.

—¿Vas a quedarte mirando nada más o vas a entrar a hacerme compañía? El agua está en su punto más alto...

—¿Eras tú?

—¿Qué cosa, calabacita? — se giró sin siquiera avisar y me tapé la cara con el vestido, cerrando los con fuerza.

—¡¿Qué te pasa?! ¿Por qué no avisas que vas a girar?

—¿Y por qué te avergüenzas, si hace un segundo estabas muy centrada en mi espalda? ¿O era en otra cosa?

—¡Tú...! — mi rostro se calentó al ser descubierto—. ¡Eres un desvergonzado!

—No más que tú, mi reina.

—No sabía que estabas en el baño — me defendí—. De haberlo sabido, habría esperado a que salieras.

—A mí no me molesta que me hagas compañía. Ven, entra conmigo y ahorremos agua dándonos una ducha juntos.

—N-no voy a entrar contigo... No seas tan pervertido.

Su risita me sacó más de quicio. ¿Se está burlando de mí? Apreté el vestido y la toalla contra mi cara con fuerza, casi ahogándome con ellas.

—No seas tímida, mi hermosa calabacita — lo sentí cerca de mí y no me atreví ni a moverme—. Puede que yo muerda pasito, pero nada malo te va a pasar conmigo — acercó sus labios a mi oreja y el mismo calor que sentí anoche se esparció por todo mi sistema—. Todo lo contrario, te aseguro que será muy bueno y rico.

—¡No seas cochino! — golpeé su pecho, manteniendo los ojos cerrado.

—Anoche me suplicabas para que no me detuviera. Me pregunto qué cambió ahora.

—Eres un sinvergüenza.

—Lo admito, soy sinvergüenza, cochino, pervertido, desvergonzado y todo lo que me quieras decir, pero... — sus labios se posaron sobre los míos y mi ser se estremeció—, aún y con todos mis defectos, te respeto como no tienes idea, mi amor.

En lugar de besarme como tanto lo deseaba, se alejó y, seguidamente, escuché la puerta del baño cerrarse. Abrí los ojos y me di cuenta que era un manojo de nervios, mis manos temblaban sin control. ¿Esperaba más? Siendo completamente honesta conmigo misma, sí, esperaba más de él y su exquisita boca.

Cautivando tu corazón[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora