Mía
— Mesa tres.
Asentí a las palabras de Maite y dejé la barra tomando el paño. Me acerqué a pasos rápidos hasta la mesa designada. Una pareja entró al establecimiento buscando dónde sentarse. Limpié con rapidez y les indiqué con la mano que podían tomar asiento.
El miércoles era nuestra noche más suave. A menudo solíamos salir antes de tiempo, cuando el bar se vaciaba por completo. Y esa posibilidad me hacía mantener la sonrisa en la cara después de un largo turno lleno de horas extra.
Eran las diez de la noche y el bar en el que yo trabajaba no era ni de lejos el más conocido de Barcelona, tampoco el primero que llamaría la atención y, en parte, ese fue uno de los motivos por los que había decidido trabajar allí. Esperaba un ambiente relajado, sin muchas prisas, con buen trato, respeto del convenio...
Volví a la barra y me apoyé sobre ella con dejadez. Maite se ocuparía de tomarles nota. A estas horas sólo quedábamos nosotras dos hasta el cierre, así que me permití sacar el móvil del bolsillo y distraerme un poco.
Di like a un par de fotos de instagram, leí la actualidad en twitter. Parecía que volverían a estrenar una nueva edición de Operación triunfo. Por fin. No podía esperar a ocupar días enteros vacíos de estímulos en ver cómo comían más de una docena de completos desconocidos.
—Tira un par de cañas, por favor. Ya se las llevo yo.
Levanté la vista del teléfono y agarré un par de vasos de la balda. Dejé salir la primera espuma del grifo y torcí el vaso al ponerlo bajo el chorro de cerveza. Una vez estuvo suficientemente lleno, tomé el otro vaso y dejé que el líquido se deslizara por el cristal de la misma manera.
Entonces la campanita de la puerta que nos avisaba de nuevos clientes sonó y no pude evitar clavar mis ojos en las tres chicas envueltas en bufandas que acaban de ingresar al bar.
La primera en deshacerse del abrigo y demás dejó caer su pelo rubio con cuidado sobre la espalda y se volvió hacia la barra conectando de pleno sus ojos brillantes con los míos.
—¡¡Mía!! —exclamó Maite.
Noté entonces el frío en mi mano izquierda y toda la espuma que salía del vaso y se esparcía por todas partes.
—Mierda, mierda, mierda.
—¿En qué coño estás pensando? —Se quejó sin ninguna intención de que le respondiese. Todavía me encontraba un poco descolocada. Conocía perfectamente a las personas que acababan de entrar—. Anda, ya me ocupo yo.
Aitana Bonmatí, Mapi León y Alexia Putellas estaban sentándose en una de las mesas del fondo del bar en el que trabajaba. Traté de repetírmelo mentalmente un par de veces hasta asumir que era algo que estaba ocurriendo en ese preciso momento.
No había demasiada gente en el bar y aún así, habían decidido sentarse en la mesa más apartada de todas. Si quería conseguir una foto con alguna de ellas, estaba claro que tenía que simular una increíble tranquilidad y hacer que las reconocía en ese preciso momento. No, mejor. Que me sonaban de algo, que me había visto un par de partidos o que las había visto por televisión en los deportes del mediodía. Sí, eso era mejor opción.
Me acercaría sin mirarlas directamente, revisando algo en la pequeña libreta que llevo para anotar las comandas, quizás pasaría algunas hojas y suspiraría de cansancio. Después levantaría la vista justo en el momento en el que una de ellas empezara a hablar para pedir y frunciría el ceño como si tratara de ubicar su rostro entre tantos que conozco. Entonces, después de esa pausa, sólo tendría que...
—Buf, estás en las nubes —Maite dejó los dos vasos delante de mí y se limpió las manos en el delantal del uniforme—. Haz algo útil y lleva esto. Voy a tomar nota a las chicas del fondo.
Pestañeé un par de veces abandonando mi estado de suma concentración.
—¿Qué? ¡No! Espe... —Mi voz murió a medida que mi cerebro la procesó ya a un par de metros de la barra.
Maldije todos los insultos que conocía, en todos los idiomas en los que chapurreaba. Tomé los dos vasos y me acerqué a la mesa con cara de pocos amigos.
—Dos cañas.
Me di la vuelta dispuesta a irme cuando una voz masculina me detuvo.
—Disculpa.
—¿Si?
—A ella le gustaría cambiar su caña por una clara de limón —comentó con confianza.
La chica morena sacudió sus rizos mostrando conformidad.
—¿Pero habías pedido una clara? —fruncí el ceño y la miré, confusa.
—No, pero ha cambiado de idea —De nuevo, la voz masculina habló a mi espalda.
Miré de nuevo a la mesa del fondo y vi cómo Maite regresaba con unos refrescos y un agua. Segunda oportunidad perdida.
—Vamos a ver, ¿has pedido entonces una caña y quieres que la vuelva a llevar porque en mi camino de la barra hasta aquí te ha apetecido otra cosa?
—Eso es —respondió de nuevo el chico.
Le ignoré.
—No puedo volver y tirarla para traerte otra cosa. Tendrás que pagar las dos.
—No va a pagar algo que no ha consumido. Os la podéis beber vosotras a costa de que la hemos pagado nosotros.
Por primera vez miré a los ojos a aquel que me estaba contestando.
—Estoy segura de que la chica tiene suficiente inteligencia para contestarme sin intérprete —escupí. El chico frunció el ceño visiblemente enfadado—. O pagáis la clara y la cerveza o tendrás que beberla.
—Quiero hablar con tu superior.
Lo miré de arriba a abajo. Chándal gris y zapatillas nike, no más de veinticinco años. Suspiré incrédula. Maite apareció detrás de mí, como si la hubiera invocado.
—¿Algún problema? —preguntó con amabilidad y una sonrisa compradora.
—Su camarera se ha negado a cambiarnos la bebida y ha demostrado una falta de respeto total por el cliente.
—¿Qué? —Me quejé.
—Mía, vete a hacer inventario del almacén.
—Pero... —repliqué viendo como las chicas casi terminaban sus bebidas.
—Ahora.
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Sería capaz de renunciar a todo - Alexia Putellas
RomanceEs difícil encontrar la forma en la que todo encaja en su lugar una vez está roto, incluso si un cirujano te da un primer empujón bastante notable. La recuperación de Alexia avanza con esperanza. Su rodilla está respondiendo muy bien a la rehabilita...