XLIII

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Hola, madre.

Esas palabras retumbaron y dieron demasiadas vueltas en la cabeza del rubio, quien hacía el intento por levantarse a ver.

[...]

—¿Qué haces aquí, mamá? Rara vez me visitas —saludó y reclamó Ari.

—Me enteré que murió Jayden, ¿No era tu amigo?

—S-sí, ¿Pero eso qué tiene que ver?

—Agh, venía a darte condolencias¹, pero ya ví que sigues siendo un malagradecido —regañó la Sra. Vera.

—No soy malagradecido, mamá y agradezco que vengas a "visitarme" —remarcó con sus dedos las comillas—, pero realmente yo a ti nunca te importé. Papá es el que estuvo para mí.

—Porque tu papá siempre fue un blando, un inútil que se dejaba de los demás. Yo no. Yo quise formar un buen hijo, pero me saliste con la tontería de que eras gay. Entendí porque quisiste estudiar Artes —continuó la mujer reclamando hechos pasados.

—Mamá, el hecho de que tuviera una orientación distinta, no justificaba el porqué quería estudiar eso.

—Claro que sí, Gonzalo. Esa carrera es demasiado delicada.

—Psicología también —declaró sin medir consecuencia.

Su madre, también psicóloga, se ofendió un tanto por lo que mencionó su hijo.

—No te castigo porque ya eres un adulto y se supone que sabes lo que haces —dijo y tomó asiento en un sillón de la sala.

El de ojos bicolor optó por ir a servir un vaso con agua para su progenitora, pero por desgracia, la mala suerte siempre estaría del lado de Ari.

Mientras él servía y se hacía a la idea de lo que estaba pasando, su pareja buscaba la manera de acercarse a oír. Estaba ya completamente vestido.

Tratando de bajar las escaleras para ver a su mayor, terminó tropezando y cayendo, golpeándose en cada escalón, a la par que se quejaba por el dolor. Llegando al suelo, soltó un quejido más fuerte, llamando la atención tanto de la Sra. Vera como del especialista.

—¡MIGUEL! ¿¡Qué haces!? —cuestionó alterado el castaño llegando a la sala.

—Je je, holi —movió su mano de lado a lado como un saludo.

—¡Nada de holi! —replicó y lo levantó—. ¡No debes estar aquí!

De repente, la voz de la madre los interrumpió detrás de ellos.

—Gonzalo, ¿Quién es ese? —señaló al rubio menor.

—Ehh, n-nadie de quien debas p-preocuparte —titubeó temblando y volteando a ver a la mayor, escondiendo al de ojos grises detrás de su espalda.

—Debo preocuparme porque está en tu casa, es menor y... Es un hombre —recalcó.

—N-no, d-de verdad no es nada, n-ni nadie.

Mike sintió esa punzada en su corazón y su orgullo, más su sarcasmo, no permitirían que lo negaran en su cara.

Así que asomó su cabeza.

—Buenas tardes —sonrió y saludó otra vez con su mano.

—Miguel, no seas imprudente —exclamó Ari.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora