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 Capítulo veintidós.

||Dedicación: A vos, la persona que lee esto||

||Dedicación: A vos, la persona que lee esto||

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Narra Aegon.

   Sus oscuros ojos brillaban contra los míos, tan confundido por sus palabras como cualquiera lo estaría. Mi rostro se arrugó, sin comprender, sin creer que lo decía en serio.

—Majestad, creo que me confundo con otra persona —dije en voz baja.

   Sus ojos brillaban por las lágrimas que se deslizaban de ellos, mostrándola tan débil ante mí.

Jamás, en lo que llevo de recuerdos, había visto a alguien tan fuerte derrumbarse ante un pensamiento como lo hizo Hera Zabat Petrov.

   Un sollozo escapó de su boca cuando vió la confusión en mi rostro ante sus palabras, cómo no entendía de lo que hablaba. Su cabeza descendió y sus piernas fallaron. Alcancé su cuerpo a tiempo antes de que sus rodillas chocaran el suelo y la mantuve de pie, devolviéndola a su postura. Toda ella tembló de pies a cabeza ante mi toque, lo que me hizo pensar que no era el momento de tener un contacto con ella. Mis manos se aferraban a sus antebrazos para evitar tocarla sin su consentimiento, aún si es para ayudar. Sentí su pulso vibrar bajo el agarre de mis dedos sobre esa fina capa de piel, porque no podía decir que lo que sentían eran latidos porque era un movimiento desenfrenado, algo tan vivo como peligroso. Su piel se erizó bajo mi toque y pude sentir los escalofríos que recorrían su cuerpo como una serpiente en un río.

   Me sentí mal al respecto, su dolor era el mío en ese momento y ver sus lágrimas caer al suelo, sentir su pecho detenerse para liberar el aire reprimido en un sollozo casi silencioso, sentir el curso de su corazón y el dolor de su alma...

Eso fue doloroso.

Muy doloroso.

   La sostuve con firmeza, tratando de mantenerla de pie el suficiente tiempo para que volviera a tomar fuerzas para recomponerse. Pero cada vez caía más, y más, y más en un abismo de emociones y pensamientos en los que ella misma se entromete. Se sumergía en el dolor y luchaba con él en vez de bailar una hermosa canción juntos.

Caía, se destrozaba a sí misma.

Y no veía la forma de ayudarla.

   Una de mis manos soltó su brazo y, por instinto, la dirigí inmediatamente a su mentón, el cuál elevé para poder ver la hermosa mirada de oscuros ojos que tanto me llamó la atención desde un principio. Sus labios dejaron de temblar de un segundo a otro, y esos sollozos silenciosos que su boca soltaba, quizá desgarrando su garganta en un sonido hueco, ahora habían cesado. A pesar del brillo en sus ojos cuando entrelazó su mirada oscura con la claridad de la mía, las lágrimas seguían cayendo sin parar, saboreando sus pómulos y sus mejillas con ese precioso dorado de su piel. Su cabeza tuvo la suficiente fuerza para mantenerse en su lugar cuando la elevé, pero no pude quitar mi mano de su rostro. Fue la única cosa que no pude hacer en lo que llevo de vida y no por elección propia. Porque si fuese por mí, hubiese acompañado a la reina nuevamente a sus aposentos y le diría a su regente que la ayudara. Pero no parecía querer moverse de ese sitio. Y, por lo que veo, yo tampoco.

Mayor Verdad © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora