Autostop a 285 kilómetros

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—¿Estás seguro que vamos en dirección correcta? —le pregunta Aritnay a Jonás, su marido.

—Claro que sí. Ya he hecho este viaje antes —responde él.

La pareja de recién casados hacía una pausa en su luna de miel por una emergencia familiar. La hermana de Jonás estaba de parto, y ellos eran los padrinos. Es una tarde calurosa de verano y el viento que se cuela por las ventanillas no auxila pues es más vapor que otra cosa. Están solo a 283 kilómetros de su destino, pero Aritnay ve el camino cada vez más largo, como los sueños donde no paras de correr pero aún así la meta se aleja en vez de acercarse. El paraje fuera del coche tampoco le ayuda a su percepción del tiempo. La carretera atraviesa un valle donde, con suerte, se pueden ver algunos arbustos distanciados entre sí. Hacía mucho no veía carteles de información que la pudieran ubicar. Depende exclusivamente del sentido de orientacion de su marido y, teniendo en cuenta que la tuvo esperando una hora en su primera cita porque se confundió de parque, no confía en eso.

De repente, algo capta su atención: un hombre a un lado de la carretera haciendo señas. No tiene equipaje. Lleva un pañuelo rojo en la cabeza para protegerse del sol, chaqueta y vaqueros de cuero y tenis.

—Jonás, ¿no hemos visto a ese hombre antes?

—No creo. ¿Te lo parece?

—Juraría que hace unos kilómetros estaba ese mismo hombre pidiendo aventón.

—Imposible. No hemos dado vuelta y si lo viste kilómetros atrás no nos puede haber adelantado. Lo habrás soñado -explica Jonás con toda la paciencia que le permiten el calor de la tarde y las horas de conducción. —Deberíamos parar.

—¡No! —niega Aritnay rápidamente, más asustada por la ocurrencia de su marido que por su supuesta visión. —¿No has escuchado que no se le debe dar aventón a extraños?

—Sí. Pero, mujer, no nos tiene por qué pasar nada. Somos dos y se supone que eso es cuando vas solo.

—¡Da igual el número de personas en el coche! ¡Si en un viaje por carretera un extraño te pide viajar contigo te niegas, y si es posible mejor ni pares! Las carreteras están llenas de peligros y ese es uno de los más reconocidos.

—Por favor, Aritnay, debes dejar de ver tantos documentales.

—No son documentales, —se defendió indignada —son leyendas. Los viajes por carreteras siempre incluyen leyendas. Y más una carretera como ésta. Si estuviéramos en la ciudad en lugar de en medio de la nada, no tendría ningún problema en que le ayudáramos. Las historias más famosas sobre estos lugares se resumen en que si el coche se rompe probablemente mueras, si paras a pedir indicaciones te guiarán a un lugar posiblemente peligroso que nada tiene que ver con tu destino inicial, y que si aceptas darle aventón a un desconocido, éste será un espíritu enfadado, un fantasma que murió en no sé cuál curva o un asesino serial.

—Okey. Para nuestra suerte el coche está en perfecto estado, conozco el lugar y me niego a recoger a nadie solo por no tener que escuchar tus advertencias el resto del viaje o tus "te lo dije" en el más allá si efectivamente acabamos estrellándonos. Además, ya pasamos al pobre hombre. Espero que el próximo auto que pase por aquí no tenga a un chófer tan calzonazos como yo.

—Prometo que no solo me casé contigo porque me das la razón.

—Pero admites que fue un factor influyente.

Aritnay le da un beso a Jonás en la mejilla en respuesta a su comentario. Así dan por concluida la conversación, entregándose una vez más al sofocante calor, la soporífera carretera y al monótono paisaje. Hasta que, par de kilómetros más tarde, volvieron a ver al mismo extraño sin equipaje, con pañuelo rojo a la cabeza, tenis y chaqueta y vaqueros de cuero pidiendo aventón.

Voces en el callejón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora