Libro II - IV. Alejandro

8 0 0
                                    


Oyó los pasos del héroe subiendo las escaleras...no los pasos del héroe, sino los del hombre que venía a decirle que el héroe venía a verlo. El andar tranquilo de Vasili contrastaba con el correteo nervioso del súbdito ruso que lo precedía.

- Zar, Vasili está aquí.

- Hágalo pasar.

Alejandro se acomodó en la piel de oso que lo mantenía caliente. Bajo la misma, una camisa blanca le cubría el cuerpo, solo un poco más abajo de la cintura. Había estado sufriendo una pesadilla cuando lo rescataron: un águila negra le desfiguraba la cara a picotazos. No quiso tomarse el tiempo necesario para vestirse, quería ver a Vasili cuanto antes.

- Zar... -dijo, sottovoce, la mujer que estaba en la cama revuelta- ¿Quiere que me vaya?

El Zar la miró con ternura.

- ¿Piensas que me das vergüenza? Si mi abuela estuviera viva te diría que te escondas bajo las sábanas y escuches las conversaciones de los hombres.

"Y también que no es problema acostarse con todos los hombres que uno quiera... mientras no dejes que te gobiernen".

La joven de cabellos oscuros sonrió y se tapó los enormes pechos bronceados con las sábanas. Luego se tapó la cabeza.

"Es apenas una jovencita..."

El Zar pensaba que las mujeres que lo cortejaban eran sabias en las artes amatorias, pero ingenuas en casi todo lo demás. Tenían la mitad de su edad, coloridas risas, gestos y pieles. Unas pocas eran de su misma edad o más grandes. Los hombres que las enviaban a seducirlo, subían un peldaño en la escalera de la influencia y el poder con cada cortejo...

O eso creían.

Subestimaban a Alejandro. El Zar no tenía la lujuria desenfrenada del hermano, Constantino. Lo que tampoco le impedía llenar los vientres de bastardos. Muchas veces, simplemente le gustaba la compañía silenciosa de las doncellas; alguien que lo salve de alguna pesadilla, o que simplemente lo acaricie hasta que se duerma.

Olió la piel de oso. El aroma animal lo relajaba, lo hacía sentirse pequeño... cobijado.

Se abrieron las puertas y apareció el rostro auspicioso y flaco del sirviente. A continuación esperaba el rostro lampiño, poderoso de Vasili Zaitsev; pero se encontró con una cara grave, de barba desaliñada, aunque de ojos vibrantes. La empresa de matar a Napoleón había cobrado su precio. El pelo rubio peinado hacia atrás, el uniforme desgastado, abotonado hasta el cuello.

Un soldado apareció atrás de Vasili, casi llevándoselo por delante en su andar hacia Alejandro. Cargaba en sus manos un fusil que depositó sobre el gran escritorio del Zar.

Alejandro acarició el arma, como se acarician los objetos míticos.

- Mosin... -dijo y luego acarició la mira telescópica- y La Araña, ¿dije bien?

- Sí, Zar.

Alejandro suspiró, reflexivo. Miró a Vasili en los ojos.

- ¿Qué se siente matar al hombre más poderoso del mundo?

Vasili sonrió como un chico avergonzado ante un adulto.

- No puede describirse con palabras, Zar.

Alejandro sacó la mano de La Araña.

-¿No cree que es una forma deshonrosa de matar a un hombre? ¿No es tan bajo como envenenarlo o clavarle un puñal por la espalda?

La sonrisa de Vasili se desvaneció.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 16, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

UcrónicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora