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CAPÍTULO 7. DANIEL

El chico de pelo negro llamado Tobías era algo mayor que yo. Dudaba que mucho, pero no lo tenía claro, a lo mejor nos llevábamos seis años y solo era que su cara era excesivamente redonda, y su cuerpo demasiado bajo y delgaducho. Hasta yo a su lado parecía cachas. Tampoco me importó, hicimos migas cuando me prometió que no íbamos a desconectar. No tenía ni idea de como pretendía hacerlo, nuestros móviles (siendo todo el medio de comunicación del que disponíamos) estaban en un caja. Y aún con todo lo creía.
    Después de ponernos de acuerdo y sacarles el dedo a todos nuestros compañeros, además de ver a una Valentina no muy orgullosa de mí, decidí preguntarle:
    —¿Cómo una cabaña nos va a salvar de la desconexión?
    —Ya lo verás, todo a su debido tiempo, rubio.
    —Me llamo Daniel Rojas, y quiero saberlo. —me aparté para que su brazo dejara de rodearme los hombros, tampoco estaba dispuesto a dejarme llevar por cualquiera sin formar antes mis propias opiniones.
    —Y yo me llamo Tobías Rodríguez, y no te voy a decir nada. Por cierto, olvida mi nombre, llámame solo Todd.
    Bufé.
    —No te voy a llamar Todd, es patético.
    —Lo que es patético es tener que estar un mes entero cantando alrededor de una hoguera y dándote bañitos en un lago. Yo te salvaré de lo patético. Deja trabajar a los mayores, niño. —abrí la boca para quejarme—. Ni se te ocurra decir que no eres un niñato rico, solo hace falta mirarte para saber que te limpias los mocos con billetes.
    —Prefiero la tarjeta de débito.
    —¡Oh, vamos! Eres tan perfecto que ni siquiera dices tarjeta de crédito.
    —En economía me enseñaron que lo decíamos mal, si te descuentan el dinero de inmediato es de débito, y no me gusta ser un inculto.
    No dijo nada más, se limitó a peinarse ese pelo pincho que tenía y seguimos bajando por el camino de tierra.
    Aún quería saber cómo íbamos a pasárnoslo bien, por lo que recordé lo que siempre me decía Valentina: "Con una de tus sonrisas podrías llegar a ser presidente de Estados Unidos". Ni de lejos me interesaba aquello, pero sí el supuesto poder de mi sonrisa.
    Sonreí.
    —Vamos Toby, dime como vamos a vivir sin ser patéticos.
    —No te rindes fácilmente —dijo girándose y fingiendo cegarse con mi sonrisa. Me hizo gracia, no me lo esperaba—. Mira —me indicó que me acercara y lo hice para poder escuchar sus palabras susurradas—, la caseta número siete es la más alejada del núcleo del campamento, y por tanto, la más cercana a la carretera. La carretera es de un solo carril por lo que podemos ver el estampado de las cortinas de mi abuela desde el otro lado. Veras, ella no duerme en el campamento, sino en la casa que hay en paralelo a la séptima. Y la clave: tiene un wifi de la leche. Llegan un par de rayas desde la caseta. Esa es la clave, las dos rayas.
    Me reí, que absurdo era todo.
    —No tenemos el móvil y, por si no te has dado cuenta, no se pueden traer tablets u ordenadores. Nada. Da igual el wifi.
    —¡Qué no te voy a dar tantas pistas! ¡Ten paciencia!
    Y la tuve, porque aunque no me había dicho gran cosa, fue lo suficiente para fiarme al completo de él. Seguro que ese Tobías con cara de niño, era de fiar.
    De repente me puse blanco, estaba perdido. Nadie de mi familia sabía que no iba a poder estar con el móvil un mes entero, y aunque a ninguno le importara ese detalle demasiado, quise pensar que tal vez alguno se preocupara algo al ver que no los llamaba. Tenía que avisar a alguien. Les podía dar un pasmo a Samuel, mi mejor amigo o a Eloy, mi pobre hermano pequeño. A mis padres probablemente les diera más igual.
    Tobías no se percató de mi falta de color, por lo que pude empezar a elaborar un plan. Misión, diría Samuel. Solo me sabía tres números de teléfono: el de mi casa, el de Samuel y el de mi ex, Estela. Los dos últimos solo por el hecho de que cuando empecé a hablar con ellos por teléfono, aún no tenía ningún dispositivo que almacenara nada.
    Llegamos a la zona de césped y fuimos andando en silencio en dirección a la caseta de recepción/información. A lo mejor, con una más de mis sonrisas conseguiría engatusar a la abuela de mi compañero de campamento, si eso funcionaba llamaría a Samuel, él sabría que hacer. Samuel siempre lo solucionaba todo.
    Tobías Rodríguez, el chico de pelo negro, pincho y cara estúpidamente redonda, se giró en mi dirección alarmado.
    —¡Toby! ¡Me has llamado Toby!
    Ah, eso.
    Me encogí de hombros.
    —Sí, ya te he dicho que no te iba a llamar Todd, no viene de tu nombre. Toby sí.
    Puso una mueca horrorizada.
    —Toby, es un nombre de perro. ¡Perro! Yo soy un genio. Soy...
    —¿Sabes que tienes un acento raro? Hablas tan alto... —lo interrumpí.
    —Soy maño, déjame hablar en el tono que quiera —sellé mis labios con una falsa cremallera—. No me vas a llamar Toby porque sino no te voy a ayudar a no ser patético.
    Fruncí el ceño.
    —Tantos "noes" en una misma frase te hacen parecer negativo. —me emocioné al ver que esa frase era muy Valentina Mayo.
    —¿Pero tú que chorradas dices? No estás bien de la cabeza. El sol te ha derretido el cerebro.
    —Mi cerebro está perfectamente, llevo gorra —agaché la cabeza para que con su poca estatura pudiera verla bien, era la gorra de Summer of Love, tenía todo el conjunto y a mi novia le encantaba. Recordé como se emocionó al ver que una chica de pelo gris empezó a cantarla en el autobús, fue la primera en unirse. Sonreí como un bobo y la busqué con la mirada, quería darle un beso. Al ver que no estaba con ella sino con Toby, apreté los puños—. Venga vamos, que tengo prisa.
    —Aún tardaremos media hora en comer. —apuntó.
    Levanté las cejas.
    —Prisa para ver a mi novia, no para comer. —aclaré ampliando el tamaño de mis pasos.
    —Es la chica del pelo castaño ¿no?
    Asentí con la cabeza, orgulloso.
    —Se llama Valentina y es la persona más increíble y adorable del mundo.
    —Eres un cursi. —afirmó sin mirarme.
    —Todo lo cursi que quieras pero necesito que me digas de verdad si voy a poder comunicarme con el exterior. —quise saber desesperado.
    —Cien por cien real, no fake.
    Abrió la puerta de madera roja y como no se molestó en sujetármela, me escurrí dentro.
*
    Toby llevaba casi media hora discutiendo con su tozuda abuela, y eso que tenía una cara de lo más amable, igual de redonda que la de él. «Son los genes» pensé.
    No tenía muy claro si iba a conseguir ganar esa batalla, su abuela tenía mejores argumentos:
    —No os voy a cambiar porque este año hay menos campistas, y nos sobra una cabaña ¡y es esa! Está muy alejada y quiero teneros a todos controlados.
    —Pero es mi cabaña —decía él.
    —No es tuya, niño. —decía ella.
    Observé con deseo el ventilador de pie que tenía a mi derecha, no giraba, estaba fijo apuntando a la mujer. Me pregunté cuanto aire dejaría de notar si me colocaba delante. Me fui moviendo lentamente, un paso, otro paso.
    —Abuela, le tengo cariño, he estado allí siempre, ¿es que no puedes entenderlo?
    Soltó aire agotada.
    Otro paso. Ahora sí que me estaba fundiendo, y estaba preparado para arriesgarme.
    —Tobías, ya está preparada vuestra cabaña, no creo que a Ander le haga mucha gracia ponerse a limpiar la séptima. Hay que pasar las toallas, hacer las camas, son muchas cosas.
    —¡Lo hago yo!, si ese es el problema, lo hacemos nosotros. No nos importa. —Toby tiró de mi brazo haciéndome retroceder de golpe todo mi avance. Lo miré mal.
    El hecho de que en ningún momento nombrara lo de las dos rayas del wifi, me hizo darme cuenta de lo mucho que íbamos a quebrantar las normas. No sabía como sentirme al respecto.
    Le mujer se apartó el pelo del cuello y fue directa a un escritorio.
    —Está bien, pero yo no quiero tener que hacer nada, y ni se te ocurra llamar a Sandra.
    Sandra era la otra monitora, junto con Ander.
    Toby dio un salto ridículo y beso la mejilla de su abuela. Esperaba no tener que hacer lo mismo.    
    Toby, ya con las llaves en la mano, me cogió por los hombros de nuevo para salir al exterior, pero me vi obligado a abrir la boca por primera vez en mucho rato.
    —Señora, ¿podría hacer una llamada rápida? No sabía que estaban prohibidos los teléfonos y mis padres no tienen ni idea. Están esperando que los llame. Solo serán dos minutos, por favor. —sonreí.
    *
    —¿Samuel? ¡Samuel! Menos mal que me lo has cogido, gracias a Dios que confías en los números ocultos. Acuérdate de este, solo te podré llamar por aquí.
    —¿Daniel, qué dices?
    —Es un campamento de desconexión, Valentina no me dijo nada porque sabía que no me iba a gustar la idea. Te tendré que llamar de madrugada, de siete a nueve.
    —No pasa nada, campeón. Estaré pendiente del móvil. Y no es tan de madrugada. —lo escuché dar un sorbo.
    —¿Estás bebiendo zumo, mientras yo sufro? ¡Ten piedad!
    —Sí, sí. Piensa que no es tan malo, vas a estar un mes con tu novia, lejos de casa, y sin tener que preocuparte por nada. Relájate Dani, yo los avisaré. Y cuando me llames te pasaré los números de quien quieras. Aunque... —imaginé como se estaría rascando el pelo pelirrojo—. Creo que Valentina ya tiene apuntados los números de teléfono. Lleva varios días preguntándoselos a todo el mundo.
    Lo recordé, era cierto.
    —Esto es de locos. —murmuré para nadie en concreto.

***
Y ahora una pregunta, ¿realmente se ven las palabras que están en cursiva o me paso minutos poniéndolas y nada? Por saber, y recordar votar si habías echado de menos a este chico rubio.

Bueno, y el nuevo claro:

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Bueno, y el nuevo claro:

(Sí, el chico de la foto es quién pensáis)

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(Sí, el chico de la foto es quién pensáis)

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