Pamela
02 de Mayo, 2007
—Me llamo Pamela Cardozo —me presenté cabizbaja, mi voz era tenue y dulce —mi papá y yo nos mudamos acá hace poco, mi otro colegio queda muy lejos por lo que me tuve que cambiar —informe esperando que esa aclaración sea suficiente para acallar los rumores que había escuchado en la entrada.
En ningún momento me molesté en revisar si alguno de mis compañeros me estaba prestando atención, mi mente, mi pequeña, aterrada, triste y desolada mente no se encontraba presente en aquel instante.
El primer timbre del recreó llegó hacia los chicos de tercero como un rayo de luz en medio de un largo túnel anunciando su libertad. Los chicos y la maestra se fueron lo más rápido posible dejándome atrás, yo estaba inmersa en mis pensamientos, no había escuchado el timbre y había sido encerrada accidentalmente por la docente.
Mirando por la ventana del primer piso dejé escapar un suspiro al no encontrar a mis amigas corriendo y divirtiéndose en el patio. Era real, el cambio, el fin de todo lo que había conocido hasta el momento se había materializado. Trencé mi pelo, saqué mi cuaderno y me acosté sobre él. En la primera página del mismo estaba pegada la carta que mi madre me había escrito antes de morir y la cual no me animaba a leer.
Al volver mis compañeros del primer recreo tan solo hubo un leve murmullo disperso por todo el salón. Supongo que se dieron cuenta finalmente que me habían olvidado. Oficialmente me había convertido en la "invisible" del salón.
No fue sino hasta un mes y medio después que tuve mi primera conversación en un recreo: uno de mis compañeros tomó asiento a mi lado, este no se había percatado de mi presencia hasta que, accidentalmente, me golpeó con el codo al acomodarse. Hundí la cabeza entre mis rodillas y abracé mis piernas al sentir el golpe.
—Lo siento —dijo un chico de pelos alborotados de color castaño con reflejos rubios naturales, ojos color miel y piel trigueña tirando a palida —no me di cuenta que estabas ahí. No respondí. —¿en verdad te dolió tanto? Fua, no sabia que tenía tanta fuerza —bromeó presumiendo sus "músculos".
Lo miré de reojo y reí, por primera vez desde que me había mudado alguien se estaba riendo conmigo y no de mí. Me enderecé para poder mirarlo mejor, era uno de mis compañeros, el que se sentaba junto a la ventana tres asientos delante mío y que rara vez hacía sus tareas. Recordando mis viejas amistades en el otro colegio tomé coraje y continúe la broma sacándole una sonrisa a mi compañero.
—¿Qué te pasó en la rodilla? —le pregunté luego de haber mantenido una larga conversación.
—Mi hermanito salió corriendo hacia la cocina —contestó él mirando la vaquita de san Antonio que caminaba tranquilamente por la pared —, mi mamá había dejado las galletitas sobre la mesa para que se enfríen y como yo lo estaba cuidando me iban a castigar hasta la mayoría de edad si él se quemaba, apenas lo oí bajando las escaleras salí corriendo de mi habitación y en la parte de abajo me tropecé con uno de sus juguetes.
—¿Y te castigaron?
—Si, pero solo porqué nos comimos todo entre los dos antes de que ellos regresen —rió.
En esos cinco minutos restantes antes de que el timbre volviera a tocar ambos nos contamos nuestra vida y organizamos vernos los viernes y sábados a la tarde en una plaza a mitad del camino de ambos hogares. Con el sonar del tercer timbre de fondo Agustín me esperó acostado en la puerta, yo era siempre la última en salir.
—Los chicos me dijeron para jugar a las escondidas —anunció Agustín —podes venir con nosotros si queres.
—No, no estoy segura que sea una buena idea.
ESTÁS LEYENDO
Jóvenes Máscaras
Novela Juvenil《Creo que estoy perdiendo la cabeza》pensó al notar la presencia de la amiga imaginaria de su medio hermano dentro de las fotografías.