Capítulo 4

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Ánika

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Ánika

Cinco años Atrás

Han pasado seis meses de la conversación que tuvimos, no se me volvió a acercar o saludar. Se lo agradezco, yo no soy como las chicas normales, tengo que centrarme en mis estudios, cuando salga de la facultad debo ejercer los cargos de las empresas y cedes que dejaron mis padres.

El amor llegará cuando tenga que llegar, solo queda dos meses para los exámenes del semestre y hoy 8 de abril es el aniversario mis padres, el aniversario de muertos. Levan lejos de mi ya trece años , trece malditos años en los que los he necesitado tanto en mi vida.

Tenía siete años cuando fallecieron, ese día volaron para Canadá a firmar unos papeles con unas compañías de allá, y por la noche de camino al vuelo del regreso, nunca llegaron al jet, su coche hecho trizas fue encontrado en las carreteras cerca de uno de los más grandes bosques de Canadá, con ellos dentro. Cosas que yo no sé explicar pues nadie sabe exactamente qué sucedió, solo sé que mis padres murieron y ese hueco aún duele en mi pecho.

Decido no ir a la facultad hoy, todos los años este día me lo tomo para estar en casa, no porque haga rituales o algo parecido, sino porque me siento mal cada vez que llegan estas fechas y los recuerdo, como si fuese ayer que se despidieron de mí.

Por la tarde es que voy al cementerio a sus tumbas y me siento allí a llorar, tampoco lo hago porque crea que esten por ahí vagando o otras cosas que se piensan por ahí, al contrario, para mí los muertos están muertos, sin vida, sin pensar, sin existir. Lo contrario de la luz es la oscuridad, del día es la noche y de la vida es la muerte. Dejar de existir por completo.

Paso el día acurrucada en las sábanas, solo Alicia me trae una simple sopa de pollo para que no me vaya a dar algo. Cuando el reloj marca las seis de la tarde me levanto, me ducho y salgo.

Poco a poco camino hasta las lápidas, son doscientos cuarenta pasos en dirección recta. Me siento en el mismo camino de piedras que hay justo frente a ellas, no siento nadie más en este lugar, aunque nunca se sabe.

Lágrimas ruedan por mis mejillas, odio estos días, los necesito a ellos y demasiado. Escucho de pronto pisadas tras de mí y me pongo inquieto, Jorge se encuentra fuera esperándome en el auto y fácil puedo comenzar a gritar, que sé que estaría aquí en menos de tres minutos.

—Hola —escucho decir al chico que me hizo sentir como una mujer por primera vez en mi vida, y suspiro de alivio que sea él y no alguien quizá con malas intensiones.

—Hola —hablo bajo aún con la voz llorosa.

—¿Cómo lo llevas? —pregunta con preocupación.

—¿Sigues acosándome? —expongo yo irónica.

—No —espeta con sequedad.

—¿Qué haces aquí Scott?

—Pues no solo tú has perdido a alguien en la vida —bufa con sarcasmo.

Más allá de lo que se puede Ver Donde viven las historias. Descúbrelo ahora