―Bueno, sí. ―Acepto, dudosa. No voy a rechazarlo. Hasta ahora ha sido un tipo agradable. ¿Qué más da? Mi amiga debe estar pasándola bomba con Guilherme.
Me guía a través de un segundo tramo de escaleras y subimos hasta llegar a un lugar más privado. Hay algunos camastros con doseles y cortinas blancas que se bambolean con la suave brisa que proviene de la playa.
Hay parejas besándose sobre las camas recatadamente, otras simplemente beben y ríen con complicidad.
―¿Vamos? El anochecer se ve mejor desde allí ―me señala unas tumbonas que parecen muy cómodas.
Me toma la mano y su calor enciende mis terminaciones nerviosas. Me mira de un modo extraño, como si yo fuera lo única persona en este lugar. Me agrada la sensación de que no se deje avasallar por quienes lo palmean en la espalda mientras avanzamos, ni por las mujeres que tocan sus hombros deseando captar su atención.
Cuando llegamos al borde de la terraza, todo se ve mejor.
Las estrellas en lo alto, la espuma del mar sobre la arena blanca y las ramas de las palmeras besando la estructura de la casa, brindan la cuota justa de sensualidad y serenidad.
Muero por saber el nombre de este desconocido apuesto, pero no se lo pregunto. Es parte de la mística que nos envuelve.
¿Me desilusionaría saber que puede que tenga novia, esposa o varias amantes?
La respuesta es tan absurda como cierta: sí.
Ignorar su identidad me alivia un futuro dolor de cabeza.
He tenido dos novios, la he pasado bien con ellos y he terminado en buenos modos. Nunca he sido celosa ni de Franco ni de Julio y, sin embargo, ahora mismo me inquieta pensar en la vida paralela que este completo extraño quizás posea.
―Se llama "revólver" ―dice y me extiende la copa de Martini con una cáscara de naranja flotando en el color ambarado del trago ―. Tiene whisky, licor de café y unos toques mágicos ―su sonrisa de lado es cautivante.
―¿Me prometés que esto no me va a drogar? ―Esta vez sueno bromista, agotando una buena dosis de desconfianza.
―En absoluto.
Mojo mis labios y bebo un sorbo pequeño. Es fuerte, pero el sabor a café es exquisito. Bebo un sorbo más y quema al pasar por mi garganta. La sensación es deliciosa y de inmediato puede que termine siendo mi nuevo trago favorito.
―¿Gosta?
―Gosta. ―Admito. Él me quita la copa y la deja sobre la mesa baja de vidrio que hay detrás nuestro. Se inclina sobre la baranda acerada y me acaricia la mandíbula con sus nudillos.
No puedo moverme ni gesticular.
Solo soy capaz de mirar el camino que sus ojos trazan sobre mi rostro.
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"Rafe: corazón carioca" - Completa
Roman d'amourRafe era un consagrado jugador de fútbol, millonario e indisciplinado, adorado por los chicos y envidiado por los grandes, hasta que conoció a la chica que salvaría su vida. Años más tarde, cuando la esperanza por encontrarla era casi nula, el ciel...