Rafe era un consagrado jugador de fútbol, millonario e indisciplinado, adorado por los chicos y envidiado por los grandes, hasta que conoció a la chica que salvaría su vida.
Años más tarde, cuando la esperanza por encontrarla era casi nula, el ciel...
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No solo nos encontramos desafiando el azar, sino que mi recuerdo no le hacía justicia; Paloma es una adulta hecha y derecha, toda una profesional de la medicina y no ha perdido ni una pizca de su encanto.
Continúa siendo la hermosa mujer con la que me topé en una discoteca una noche de verano y a quien, al día siguiente, la casualidad hizo que nos volvamos a ver.
Desconfiada, sensible, inocente, graciosa, risueña y, sobre todo, capaz de ver bajo mi coraza, Paloma Barreto es mejor de lo que me figuré durante todo este tiempo.
Come sin importarle su silueta – o si lo hace, se lo guarda para sí misma –, no teme reírse con cada músculo de su cara ni de emocionarse cuando le digo que me dio motivos para quedarme en esta tierra.
No hemos abordado nuestras realidades amorosas, de hecho he esquivado el tema por una tonta razón: no quiero ser rechazado. Obviamente, apenas supe su nombre, obligué a Levi a que buscara detalles de su vida así le cueste todo el día.
A mi representante no le resultó amable saber que Paloma era ni más ni menos que mi salvadora, la mujer que causó mis desvelos y mi obsesión.
No me resulta extraño que ahora mismo él esté diciéndome al oído, con tono desagradable, que en las próximas horas tendré más información sobre ella. Lo miro fijo, sin importar que mida veinte centímetros más que yo o que su entrenamiento haga que sus músculos se dupliquen en volumen.
―Gracias ―le susurro en nuestro idioma natal mientras caminamos hacia el exterior de mi restaurante.
Haber cancelado todas las reservas y ofrecer a los comensales que mañana almuercen gratis a causa de la suspensión no es redituable económicamente, pero estar a solas con Paloma, tener la cocina a nuestra exclusiva disposición, no tiene precio.
Jamás he traído a nadie aquí, ni siquiera a Miranda; cuando comenzamos a salir, Guilherme y yo acabábamos de comprar el sitio. Semanas de renovaciones y habilitaciones varias mediante, su inauguración se demoró más de la cuenta.
Para entonces, nuestra pareja estaba sentenciada al fracaso.
Paloma y yo llegamos a mi coche y no es Levi quien conducirá; esto me valdrá una reprimenda, pero se tranquiliza cuando digo que llevaré a mis dos hombres de seguridad pisando mis talones.
―Adiós Levi ―Paloma saluda y sé que preferiría cortarle la cabeza al hombre que cuida algo más que mis espaldas antes que ofrecerle un beso.
―Adiós, doctora Barreto ―replica él, formal. Evito rodar los ojos como niño y abro la puerta del lado del acompañante, invitándola a pasar.
Cuando se acomoda en el interior, mi representante me aleja unos centímetros de mi vehículo para hablar conmigo en privado y, lógicamente, en portugués.