Rafe lleva nuevamente su cabeza a mi torso y se siente muy bien este abrazo, esta fusión a pesar de la ropa puesta y del calor que hemos levantado.
Me baja de la mesada, entrelaza nuestras manos y no puedo creer que aún no nos hayamos dado un beso en la boca con todas las de la ley. Sin embargo, esta conexión es mágica.
Caminamos hacia el sofá, me invita a tomar asiento y me pide que lo espere. Acto seguido, aparece con una caja blanca, la abre y revela – al menos – dos docenas de brigadeiros.
―¡Y yo que pensé que la noche no podía ir mejor! ―le digo aceptando uno. Travieso, cuando estoy a punto de agarrarlo con mis dedos, me lo quita. Frunzo el ceño hasta que entiendo su jueguito: quiere ponérmelo en la boca.
Abro los labios y lo miro, aceptando las reglas. Muerdo, la textura es suave, cremosa, placentera. Tiene un dejo de alcohol, un toque especial que lo distingue de la receta original.
Mastico, saboreando la profundidad el cacao, la tersura de la leche condensada que se utiliza como espesante y el toque crocante que le brindan las chispas de chocolate.
Su mano se mantiene extendida hasta que ataco el último bocado; lo que no espera es que lo tome por la muñeca y sea yo quien impulse el movimiento de la trufa en mi boca.
―Sin dudas, esto es la gloria ―digo, limpiándome las comisuras y lamiendo mis labios.
Rafe se sienta junto a mí, dejando la caja entre los dos. Su codo se clava en el respaldo del sofá y apoya su cabeza de lado, sobre su mano, mientras me analiza.
―¿Puedo agarrar otro? ―Soy golosa y estas trufitas son mi perdición.
Bueno, también Rafe lo es desde ahora...
―Los que quieras, pero tendrás que ganártelo.
―¿Me los vas a cobrar?
Toma uno, le quita la base de papel plegado y se lo pone en la boca; lo señala y flexiona su dedo, desafiándome.
―¡Eso es trampa!
―Oc-oc ―Sonoriza con el fondo de su nariz.
―Solo para lo sepas, nunca me rindo. ¿Ok? ―Involucro una amenaza que no amedrentaría ni a una hormiga.
Me arrodillo en el sofá y como un felino selvático, avanzo. No sé de dónde salió esta versión de mí, pero con Rafe, todo es una excitante primera vez.
Finalmente, juego con mis propias reglas; le robo con un rápido movimiento el pedazo de trufa que no toca sus labios. No he utilizado mi boca, sino mi pulgar y mi índice.
―¡Eso sí que fue trampa! ―se muestra ofuscado.
―¡Claro que no! ―digo entre bocados, a punto de atragantarme ―. Nunca dijiste que tendría que intentarlo con mi propia boca. ―Apunto y aunque quiere seguir discutiendo, valida mis argumentos en silencio.
―Argentina embaucadora. ―murmura.
―Brasilero llorón. ―Nos acusamos divertidamente y procedemos a desnudar brigadeiro por brigadeiro hasta dejar la caja casi vacía.
Hacia las tres de la mañana, seguimos hablando de nuestras comidas preferidas, de los lugares más lindos que él ha visitado y del bello vínculo que tengo con mis padres.
―No tengo familia de sangre más que a mi mamá ―explica y entiendo por qué su relación es tan fuerte con ella ―. No conozco a mi padre y Grazia María se fue de su casa cuando quedó embarazada.
―Eso debe haber sido terrible. ―Durante mis épocas como residente en el hospital público, numerosas jovencitas relataban la misma situación: un embarazo inesperado a una corta edad, una familia que no las respaldaba y un tipo que las había dejado sin mirar atrás.
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"Rafe: corazón carioca" - Completa
Roman d'amourRafe era un consagrado jugador de fútbol, millonario e indisciplinado, adorado por los chicos y envidiado por los grandes, hasta que conoció a la chica que salvaría su vida. Años más tarde, cuando la esperanza por encontrarla era casi nula, el ciel...