Capitulo 5.

775 114 1
                                    


— Eh, James! Podemos pasar esta tarde por algún banco? —gritó al acercarse—. Tengo que...

Vio a los otros dos abrazados en la sala y guardó silencio. Es que no podían estar ni un momento sin tocarse?

Se separaron y Anne se alisó la ropa. Llevaba una blusa blanca de algodón, chaleco rojo, falda de tablas, medias oscuras y zapatos planos pero elegantes. Amelia deseo tener el valor de decirle que parecía escapada de una escuela parroquial. Pero una vez se contuvo por no ver enojado a James.

— Anne, querida! —exclamo; corrió abrazarla como si fueran viejas amigas.

— Amelia — gruñó James.
La joven lo ignoró.

— Estoy deseando ir de compras contigo —dijo apartándose—. Me muero de ganas de ver lo que has planeado para tu boda.

Anne miro a los dos, claramente confundida por el comportamiento de la otra.

Sonó el telefonillo de la casa. Antes de que de James pudiera moverse, Amelia levantó el auricular.

— Si?

— Podemos entrar —anunció una voz.

— Gracias, Tom —colgó el telefonillo y se volvió a hacer los otros. Van a entrar.

— Quiénes? —preguntó la voz de James con suspicacia.

— Tom y los demás.

— Los demás?

— Sí.

Corrio hacía la puerta y observó como esta estaba siendo empujada. Abrió la puerta y aplaudió con alegría al ver las grandes cajas que esperaban ser descargadas.

— Qué diablos...? —murmuró James.

— No creerías que iba a venir de tan lejos sin traer algunos regalos, verdad?
Tom, un hombre mayor de pelo rizado, hizo señas al portero de la urbanización y a dos más que habían ido a ayudarle.

— Pasemoslo a la casa, amigos.

Los hombres depositaron las cajas en la sala, Tom les dio las gracias y Amelia se acercó a la más grande y la acarició con las manos extendidas.

— Esta es para ti, James.
El hombre enarco las cejas. A menudo le había llevado recuerdos de los lugares exóticos que visitaba, pero nunca nada tan grande.

— Qué es? —preguntó con suspicacia.

— Tú regalo de bodas. El tuyo y el de Anne.

— Quiere que lo abra yo, señorita Amelia? —preguntó Tom.

— Yo abriré esta. Tú empieza con las demás.

El mayordomo le tendió una palanca y ella empezó a separar las tablas. Poco rato después  los tablones de madera yacían en el suelo a sus pies y se veía un objeto alto envuelto en plástico protector.

La joven lo rompió y dejó al descubierto la última capa: una sábana de algodón.

— Estáis preparados?
Anne miraba con curiosidad mientras James seguía sospechando algo.

— Lo elegí especialmente para vosotros dos. Lo hizo uno de los artesanos de la aldea. Sabía que un par de recién casados no podían empezar su vida en común sin uno de estos.

Apartó la sábana con gesto teatral.
Annie dio un respingo y se llevó una mano en la garganta.
Los labios de James se curvaron y apartó la cabeza para ocultar una sonrisa.

— Qué es ésto? —preguntó Anne, cuando consiguió recuperar el aliento.

— To-Bu, el dios de la fertilidad.

Amelia miró con admiración la estatua de ébano del dios calvo. Sus ojos salientes parecían devolverle la mirada por encima de su lengua protuberante. Sus brazos y piernas extendidos soportaban un cuerpo amplio.
Un cuerpo desnudo... un cuerpo muy bien dotado.

— Es muy... —la voz de Anne se perdió en un susurro incomprensible.

— Sí que lo es, verdad? —proclamó Amelia, encantada con el efecto que había producido su regalo en la prometida de James. El rostro de esta se había vuelto casi tan rojo como el de su chaleco.

— Queréis disculparme, por favor? Necesito refrescarme un poco.

Anne se retiró rápidamente al cuarto de baño mientras Tom sonreía como un duende malicioso.

— To-Bu, eh? —dijo James. Rodeó la estatua y la observó con la misma atención que debió dedicar Miguel Ángel al David—. De verdad es el dios de la fertilidad?

Amelia se encogió de hombros.

— Quién sabe? Yo quiero creer que sí. Según el artesano, está garantizado mientras dure el matrimonio.

— De qué modo está garantizado?

— Para ayudar al hombre a... funcionar.
La estancia pareció de repente muy caliente.

— Y no creíste que necesitaba una estatua para eso?

La joven negó con la cabeza.

— No —música con voz ronca. Carraspeó—, pero no puede perjudicar, verdad? Quien sabe? Si To-Bu es el dios de la fertilidad, puede que te inspire especialmente... en la noche de bodas.

La mirada de James cayó sobre los atributos de la estatua antes de subir de nuevo hacia el rostro de Amelia.

— Y no te gustaría saber si es así?

Con esa pregunta James se quedo descolocado totalmente, Amelia lo había dejado sin palabras otra vez. Esta mujer no dejaba de sorprenderlo con su atrevimiento y poca falta de decoro.

Aunque no tenia nada que reprocharle al menos en estos momentos, de sobra era conocedor del carácter de Amelia y de sus gustos excéntricos. Solo esperaba que Anne no se hubiese quedado traumatizada con el regalo de Amelia.

Ahora menos que nunca podría arrepentirse de haberla elegido como padrino, sin lugar a dudas no habría mejor padrino que ella en todo Chicago, y para que quedarse con solo Chicago. No podría haber mejor padrino en todo el mundo.

Ella sin duda era única y lo demostraba en cada ocasión que podía, aunque intentará pasar desapercibida no lo conseguía. Ella era como un tornado, cuando ella llegaba todo a su paso quedaba arrasado. Su personalidad sin duda era arrolladora. A veces pensaba que Amelia sería un buen sujeto para ser estudiado en alguna de las prestigiosas universidades del país.

Aunque si lo pensaba detalladamente pobre de aquellos que intentarán siquiera someter a la aventurera, indisciplinada y aguerrida Amelia.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora