🌻Capítulo 1☀️

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Gulf Kanawut Traipipattanapong estaba acostumbrado a que sus compañeros lo mirasen con desconfianza. Era uno de los efectos secundarios de ser el secretario del jefe de la revista en la que trabajaba, ese que en las oficinas habían apodado como la Bestia por su difícil carácter.

Mew Suppasit Jongcheveevat era como un trozo de hielo enorme que se movía de una estancia a otra y que era capaz de congelar todo lo que tocaba a su paso. Era el mayor de tres hermanos y la dirección de la empresa había caído en sus manos casi por obligación, como si desde el día que nació hubiese estado destinado a ello. Su voz era profunda y dura, su mirada era intensa y, para más inri, medía un metro ochenta y tres y su aspecto físico no pasaba precisamente desapercibido.
   
Muchos de los compañeros de la oficina pensaban que Gulf era un espía del jefe y que, si lo criticaban o decían algo poco profesional en su presencia, él correría por los pasillos como un loco para ir a contárselo a Mew. Nada más lejos de la realidad. Porque Gulf detestaba a su jefe. Aunque se pasase pegado a él veinticuatro horas al día, no existía ni un ligero vínculo emocional entre ellos. De hecho, después de meses a sus servicios, Mew no parecía demasiado dispuesto a aprenderse su nombre, algo que era irritante.

Por fortuna, unas semanas atrás se habían acercado a Gulf algunos chicos de la oficina para invitarlo a tomar una copa después del trabajo. Había sido liberador. Y, desde entonces, desahogarse cada día con Mild, Up y War era sin duda su aliciente para seguir en el puesto.
   
Tensó los hombros cuando vio a Mew aparecer por el pasillo y acercarse a su mesa con decisión como un león que hubiese estado enjaulado hasta la fecha y acabasen de soltar.
   
—Buenos días, ¿ha llamado Ruangroj?
   
—Todavía no. Estaré pendiente.
   
—De acuerdo. ¿Qué citas tengo hoy?
   
Gulf abrió su agenda y repasó con el dedo las primeras horas del día. Llevaba todo su horario organizado al milímetro como si fuese su niñero. Alzó la mirada hacia él.
   
—Un almuerzo con los de la compañía de marketing.
   
—¿Puedes cancelarlo? Es perder el tiempo.
   
—Pero.... los invitó usted mismo… —dudó.
   
—He cambiado de opinión —replicó secamente.
   
—Está bien. Veré qué puedo hacer.
   
—Gracias, Gan. Y reserva mesa en el Hold.
   
—Claro. —Mew cerró la puerta de su despacho con un golpe—. Y me llamo Gulf —añadió, aunque desde luego su jefe ya no podía oírlo. Tampoco le hubiese interesado.
   
Suspiró con desgana y se dispuso a cancelar esa cita que él mismo había organizado. En eso consistía su día a día, en intentar seguirle el ritmo a Mew Suppasit Jongcheveevat como si fuese su sombra sin morir en el intento. No siempre era fácil. Es más, casi nunca era fácil. Pero Gulf necesitaba ese trabajo y cuando se lo dieron se prometió que haría lo imposible por mantenerlo. Tenía un buen sueldo, seguro médico y dental; las condiciones eran muy buenas y no podía tirar a la basura esa oportunidad, porque sabía que no encontraría nada mejor.
   
Canceló la cita, a pesar de que tuvo que aguantar los gritos de la otra persona al teléfono y fingir que su jefe estaba enfermo. Le costó casi veinte minutos convencer al tipo de las reservas para conseguir una mesa en el Hold, tras asegurarle que su jefe era alguien muy importante y que, si no le daba preferencia, le darían mala publicidad; en resumidas cuentas, que se vio obligado a amenazarlo para conseguir su propósito. Media hora más tarde, salió de la oficina para ir a la cafetería de la esquina y pedir el café diario de Mew. Tenía que ser de máquina, con la leche natural, una cucharada de azúcar y un toque de leche de soja y canela espolvoreada. Como si fuese un príncipe de la corte. Una vez lo tuvo en la mano, caminó por la acera con los carísimos zapatos incómodos que usaba para trabajar (era uno de los requisitos del puesto, ir siempre presentable), compró el periódico que su jefe leía a diario y saludó a la chica de recepción de la oficina antes de subir en el ascensor.
   
Llamó a su puerta con los nudillos, pero, al no obtener respuesta, terminó abriéndola.

El Secretario y la Bestia. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora