Capitulo 8.

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La vista desde la sala de estar era una de las favoritas de James. En especial por la noche. Cuando las calles se oscurecían, se sorprendía a menudo mirando las sombras, absorbiendo los colores parpadeantes del tráfico como si fueran tiras de luces de Navidad.

Por alguna razón aquella vista siempre le despejaba la cabeza y le ayudaba a pensar con claridad.

Se llevó la taza  a los labios y tomó un sorbo de café con la sensación de haber vivido ya aquello.

No había sido esa misma mañana cuando se había detenido en el mismo sitio haciéndose las mismas preguntas?

— Seguro qué quiere que prepare otra cafetera? —preguntó Tom desde el umbral de la cocina—. Ya sabe que mi café tiene tendencia a mantener despierto incluso el mismísimo diablo.

— Tengo trabajo esta noche, Tom, así que no me vendría mal.

Tom se encogió de hombros.

— Preparo unos sándwiches para acompañar el café?

— No, gracias.
El hombre hizo una mueca.

— Debería comer algo.

— Hemos cenado donde el señor Pok.

— Eso fue la comida —aclaró una voz femenina. Amelia entró en la estancia—. Prepara unos sándwiches, Tom. Algo sólido y poco sano.

El mayordomo frunció los labios con regocijo, algo casi milagroso en un hombre severo que casi nunca mostraba sus emociones. Cuando Amelia estaba cerca, no obstante, se esforzaba siempre por complacerla.

— Y qué quiere tomar, querida?

— Lo que tú prepares —lo besó en la mejilla, se dejó caer en el sofá y buscó el mando a distancia—.

Veamos qué noticias nuevas han inventado desde la última vez que vi la televisión.

James se volvió de nuevo hacia la ventana, pero esa vez, en lugar de concentrarse en el mundo más allá del cristal, observó el reflejo de la habitación. Vio encenderse la televisión y a Amelia que cambiaba de un canal a otro examinando sus opciones.

— Cuando pusiste la televisión por cable? —preguntó con aire ausente.

— Hace unos meses.

La joven no comentó nada y James se alegró de que Tom hubiera desaparecido en la cocina y no pudiera informarle que habían encargado el servicio cuando esperaban su llegada. Él no tenía tiempo ni paciencia de ver otra cosa que deportes, pero a Amelia le encantaba cambiar de canal y raramente permanecía más de cinco minutos con el mismo programa.

— Oh, una película de Audrey Hepburn —dijo

— Creía que ibas a revisar todos los nuevos programas.

La joven se encogió de hombros.

— Las películas antiguas son mucho mejores —golpeó el sofá a su lado— Ven a verla.

— Tengo trabajo.

— Algo que no pueda retrasarse una hora?

— No.

— Entonces ven a sentarte.

James vaciló sin saber por qué, Amelia y él habían compartido muchas veladas; no era normal que tuviera que pensárselo dos veces.

Pero así era y eso solo bastaba para alarmarlo. No podía evitar recordar como lo había afectado verla salir del vestuario con aquel vestido rosa pálido ceñido. El color era tan parecido al de su piel que al principio creyó que estaba desnuda y eso lo provocó una punzada de deseo.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora