Capítulo 9: El hilo rojo del destino

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Lucía se despertó exaltada debido al ruido que se escuchaba fuera de su tienda, saliendo a toda prisa con temor de que hubiera pasado algo importante y estuviese lo suficientemente cansada para no despertar; sin embargo, no fue así. El ruido no era por nada malo, eran parte de los soldados murmurando y discutiendo con alguien que ella reconoció al instante, pasando saliva para prepararse a las consecuencias de sus acciones.

—Teniente coronel Noceda Espinoza, ¿sabe qué me trae aquí? —dijo aquel hombre que vestía una gabardina y gafas de sol oscuras.

—No tengo remordimientos, tomé la decisión acertada al venir a ayudar a los cascos azules a pesar de mi baja profesional. Incluso habiendo resultado herida, no cambiaría nada —habló decidida y respetuosa la oficial de alto rango. Tal era el revuelo que se formó alrededor de las tiendas militares que gran parte del personal médico se acercó para comprobar lo que estaba sucediendo y entre ellos se encontraban los hermanos Blight, quienes escucharon todo aquello.

—Tener claridad mental y determinación es un signo inequívoco de que ha mejorado enormemente su condición, aún recuerdo como si fuera ayer la última crisis que tuvo, antes de acoger al pequeño refugiado... Ni siquiera las drogas y la camisa de fuerza pudieron detenerte, igual que una baja del ejército y las órdenes de estarte quieta no impidieron que vinieses aquí e hicieras lo que el deber te marcaba.

Lucía calló, cabizbaja, avergonzada de recordar aquellos momentos oscuros en los que era un milagro que no quisiera tirarse de una azotea o abrirse un tercer ojo en el cráneo. Tembló, abrazándose a sí misma al sentirse sobrecogida por aquella sensación cargada de angustia y asfixiante. La semana que había transcurrido la había mantenido totalmente ocupada y agotada como para pensar en ser dañina consigo misma, pero eso no era todo... Lo que más la atormentaba era que Amelia se enterase de todo lo que realmente guardaba por un extraño, que no hubieran sido sus palabras, enterarse que hubo un tiempo en el que lo vio todo tan oscuro que decidió alejarse de lo único que la mantenía cuerda y que quiso callar para siempre.

—Sabe que yo tengo el poder suficiente para que su insurrección desaparezca y que solo se tengan en cuenta sus proezas, simplemente debe aceptar la oferta de la que ya hablamos, esa misma que la ingresó de urgencia en la clínica por un ataque de ansiedad... ¿Ha tenido tiempo de reflexionar, oficial?

Amelia no sabía si era la voz del hombre lo que encontraba repulsivo, que no dejase de escupir detalles médicos confidenciales delante de todos para dañar su orgullo y determinación o que le hablase de aquella manera, puede que fueran todas esas cosas o quizá algo más sencillo; Lucía se veía incómoda y estaba empezando a mostrar signos de un cuadro de ansiedad y depresión solo por tenerlo cerca.

—¿Qué gana usted viniendo aquí para destrozar todo por lo que ha trabajado tanto? ¿Quién se cree usted para contar informes médicos confidenciales? ¿Quién eres para tomarte la salud mental como un juego?

—Amelia, no sigas... —pidió la militar, mirándola suplicante.

—¡¿Cómo pretendes que me quede quieta cuando te está rompiendo delante de mí?! ¡No puedo controlarlo!

—Shhhh, tranquila bonita... Quizá la próxima vez no tienes tanta suerte.

Aquellas palabras fueron la mecha para la pólvora de dentro de Lucía, quien se abalanzó sobre el hombre como una leona dispuesta a matar mientras gritaba totalmente fuera de sí.

—¡Sabía que había sido cosa tuya! ¡Sabía que ella tendría cuidado para no resultar herida! ¡Le has jodido la vida, imbécil! ¿Te atreves a poner su nombre en tu boca asquerosa y a amenazarla? ¿Te atreves a jugar con ella delante de mí? ¿Acabas de confesarme que estuviste detrás de su accidente como una manera de extorsionarme? ¡Me da igual lo que seas, como si fueras dios, te hubiera destrozado como el demonio que soy! 

Empezó a golpearlo bajo el asombro de todos, sin importarle las heridas o las quemaduras, las gafas del hombre soportaron un golpe, sus dientes siguieron a las gafas. Estaba quedando desfigurado, nadie se atrevía a intervenir, nadie quería mover un músculo.

—Prefiero un millón de veces matarte y que me visite en la cárcel a que tú la mates y yo la vea en el cementerio. No juegues conmigo, no soy normal, podría matarte aquí y ahora, podría haberte matado o mandado a la cárcel con toda la información comprometida que tengo de ti, ¿y te atreves a extorsionarme y tocar lo más importante para mí? ¿Tienes la cara de aparecer aquí como si fueras importante y exigirme cosas? Eres un fantasma, una sombra, podría matarte y enterrarte y no te buscaría nadie porque hace mucho que estás muerto... No juegues con la suerte. He grabado todo, todas nuestras conversaciones, tu información de la deepweb, he contratado a investigadores para tejer una tela de araña de la que no pudieras escapar y tú, tú te atreves a venir aquí con exigencias.

—Llamaremos al gobierno para que se haga cargo de él. Seguro debe tener expedientes abiertos.

—Nadie subirá al helicóptero, nadie más que yo. Este capullo es capaz de estrellarlo para salvarse el culo, pero no puede contra alguien que es peor que él si lo provocas... Y es que este psicópata no es narcisista ni sádico, simplemente le gusta controlarlo todo, a mí me encanta destrozar a quienes lo merecen, hacer pedazos su mente hasta que no sepan reconocerse frente a un espejo... Será un viaje divertido e inolvidable, yo tendré que retirarme del ejército mientras tú te pudres entre rejas o te enfrentas a la pena de muerte. ¿Tienes miedo? No pienso tocarte más, no te preocupes, me das asco.

Lucía no dijo nada más a nadie, se limpió la sangre y cargó a aquel hombre como si se tratase de un saco de harina, alejándolo de todos buscando un lugar despejado en el que pudiera aterrizar un helicóptero; Amelia, por su parte, se aseguró de que tuviera las espaldas cubiertas con el abogado de su padre. Ahora que se habían reencontrado, no pensaba perderla de nuevo.

Y así fue, después de un mes lleno de artículos que revelaban confidencialidades sobre el sujeto y detrás de todo lo que había estado, salió a la luz que la militar había informado a todas las policías importantes que pudieran tener información sobre él y habían empezado a colaborar. Todos los videos, los ficheros, documentos y audios lo dejaban en evidencia, por mucha defensa que pagase solo podían traer a conversación y juicio la paliza que le propinó Lucía cuando le hizo la visita, Lucía contó con el apoyo de dirigentes de su país, de otros países, figuras públicas y con internet, saliendo impune y aún más reconocida. 

Después de asegurarse de que el pequeño Asim encontraba un hogar adecuado y cariñoso, se retiró de las fuerzas armadas con una ceremonia de despedida en su honor en la que le entregaron otra medalla honorífica y no le importó demasiado, ya que su mente no abandonaba la idea de ir a buscar a cierta neurocirujana. Así hizo, tomó el primer vuelo a Gran Bretaña, se puso en contacto con Alador y decidió volver a la empresa ya que había terminado de estudiar ingeniería informática, telecomunicaciones y ciberseguridad en el ejército. 

Amelia salía de una jornada intensiva de veinte horas y una operación, prácticamente en modo zombie sin más intenciones que dormir hasta dentro de dos días, al menos hasta que vio cierta figura que reconocería en cualquier parte; entonces, corrió hasta ella y se abrazó con fuerza a su cuerpo, sintiéndose reconfortada por su calidez y su olor.

—Te prometí que iría a buscarte cuando tuviera una vida normal, ¿no? —susurró calmada, acariciando el cabello de su contraria mientras la abrazaba algo más fuerte, de manera afectuosa— Te extrañé, hermosa. No sabes cuánto...

—¿Qué planes tienes para esta noche?

—No se me ocurre nada más perfecto que tomar un baño, preparar la cena y conversar hasta dormirnos, lo único más perfecto que eso eres tú.

—Me parece algo... Sublime, sí, esa es la palabra adecuada.

Esclavas del destino (Lumelia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora