Risas contagiosas

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"Sentir que se ríe de nosotros
algo al mismo tiempo inferior
y más fuerte que uno es espantoso".
-Gilbert Keith Chesterton.

Me encantan las hienas, bah, me encantaban. Me fascinaban tanto que las dibujaba y las colgaba en la pared de mi habitación. Siempre quedé perpleja ante su pelaje gris con manchas negras similares a la de los leopardos, y su maravillosa silueta similar a la de un perro. Pero lo que más me fascinaba, me encantaba y me volvía loca, era su risa. Esa risa me alegraba tanto incluso en mis días más tristes, haciendo que se me olviden los problemas y empiece a reír.

Me gustaba oírlas por YouTube y en los documentales, pero un día no lo creí suficiente. Lo sentía muy repetitivo, quería oírlas de otra forma y ahí fua cuando se me ocurrió tener una como mascota. Sí, una que ría siempre de forma distinta para alegrarme los días. Busqué a alguna por Google, y los precios eran altísimos, tan elevados que era imposible pagar algo así en mi situación económica. Así que me ocurrió algo más loco, que creí que no sería capaz, pero lo hice.

Busqué locaciones de zoológicos donde tengan hienas, y curiosamente había uno en mi ciudad. Fui un día antes para ver la seguridad, las cámaras, los horarios y a las hienas. Al verlas a tan solo unos metros de distancia, mi corazón latía tan fuerte que incluso empecé a temblar, pero no de miedo, no, sino de asombro y locura.
Sus oscuros ojos me miraban con la misma expresión que los míos. Era un animal admirable que no merecía estar en esas condiciones, lejos de las personas. Quería acercarme a ella, cuando escucho la risa de una hiena más chica que se encontraba casi al lado. Empezó a reírse con más intensidad cuando otra le quitaba un pedazo de carne. Parecía que reía y lloraba a la vez, situación que me dió más ganas de lo que haría esa misma noche.

Ya estaba escondida cuando cuando apagaron todas las luces y me metí dentro de la jaula de las hienas al romper el candado con unas pinzas grandes. Ellas estaban durmiendo de la misma forma que la de los perros, viéndose tan inocentes y hermosas con los ojos cerrados, excepto una. La más pequeña me observaba fijamente con una expresión confusa. Me había visto romper el candado y entrar con una bolsa grande en la mano, pero no se inmutó, solo sentí que me regaló una gran sonrisa mostrándome todos sus afilados dientes. Esa situación me perturbó un poco pero más me daba fascinación, tanto que quise acariciarla. Me acerqué lentamente por si ella hacía algún movimiento brusco, y le extendí la mano cerca de su cabeza. Ella no hizo nada más que mirarme, así que seguí acariciándola, incluso creí que sería mejor llevármela sin dormirla ni poniéndola en la bolsa. Terrible idea.

Le hice gestos para que se acercara, pero su expresión se tornó de una forma oscura, y justo en ese momento empezó a reír. Esa risita me encantó, así que volví a hacer los gestos para oírla de nuevo. Como lo suponía, ella comenzó a reír cada vez más fuerte, tanto que incluso yo le seguí la risa. Inesperadamente las otras hienas despertaron, y ellas también soltaron carcajadas. Estaba tan distraída riéndome con ellas que, sin darme cuenta, una de ellas se colocó detrás mío bloqueándome la única salida. Yo la veía, pero me dolía el estómago de tanta risa que la ignoré por completo.

La risa se quedó en mí, aún cuando sentí una punzada en la pierna. Una de ellas me había mordido y lo único que podía hacer era reír sin más. Otra me dió un mordisco más fuerte causando que pierda el equilibrio y me caiga al suelo. Seguía riendo, pero ellas ya no, todas tenían la seriedad en sus rostros, menos la mas chica que seguía riéndose. Tan solo verla me bastó para seguir riendo, incluso cuando las otras hienas me mordisqueaban e incluso parecían desmembrarme poco a poco.
Yo seguía riendo, hasta que la hienita se acerca a mi rostro y me susurra "vas a morir de la risa".
Ella y yo seguimos riendo, hasta que me arrancaron la cara.

Fin.

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