El Almuerzo

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Luego de terminar mi cigarrillo, bajé y almorcé con la señora Hewitt, una suerte de sopa con verduras que parecían cartón corrugado deshaciéndose muy lentamente entre mis dientes, el lugar olía a talco y a pastillas de naftalina, lleno de fotos de sus nietos, hijos y mascotas. La gata gorda y vieja de la señora me miraba con cara de pocos amigos mientras se relamía, supongo que la comida ahí era tan mala que el pobre animal estaba pensando en devorarme, justo como su dueña pretendía hacerlo... en otro contexto, claro está.
El para nada cómodo almuerzo solo sirvió para poder desahogarme con alguien hablando de mi viaje, el motivo de este y por ende la razón de mi desaparición, no es nada muy interesante que digamos, asuntos familiares. Bueno, lo cierto es que ese mejunje de mierda tibia con verduras solo logró revolverme el estómago y no llenármelo, improvisé una sonrisa mientras le agradecía por la comida, mi barba mal cortada y mis dientes de fumador probablemente manchados con un pedazo de acelga hervida seguro eran una vista encantadora para mi casera. Le besé una de sus gordas y transpiradas mejillas, volví a mi departamento, agarré algo de dinero, me puse mi abrigo y bajé a la calle para comprar un almuerzo de verdad, pensé en cocinar algo en mi departamento, pero tenía que lavar una montaña de platos y ollas con moho, quizás otro día cuando no me quede otra opción.
Al salir el bello aroma de la ciudad penetro con brutalidad mis fosas nasales nuevamente, sin lubricarse antes, sin cariño alguno. Ese aroma a meadas y a basura amontonada subió hasta mi cerebro, hermoso. Seguía lloviznando.
Comencé a caminar mientras me prendía un cigarrillo, a unos quince metros afuera se encontraba Diana Soders, farmacéutica, ella era la que me vendía estupefacientes de vez en cuando y aparentemente la única persona que conocía un perfume barato pero agradable, al pasar la salude guiñándole el ojo, ella hizo lo mismo, noté que estaba demasiado maquillada y su boca estaba algo hinchada y magullada... parece que volvió con su ex. Luego pasé por afuera de la casa del viejo Burnwood, siempre sentado afuera, abrigado y con su radio en el regazo a todo volumen, no se que es mas sorprendente, el hecho de que aún pueda oír o que siga vivo después de tantos años.
Luego de un par de aceras de saludar gente igual o más anti estética que yo, llegué al local de Joe Barbaro, vendía comida rápida y otras cosas ¿Realmente tenía ganas de comer carne procesada de dudosa procedencia cocinada por un italiano que antes actuaba en películas porno de bajo presupuesto? Ciertamente era mejor que la sopa de la señora Hewitt.
Al entrar, lo primero que veo es a Joe con su camisa floreada abierta hasta la barriga, sentado atrás del mostrador, la tele está fuerte pero no demasiado y hay un partido de futbol de divisiones menores, las paredes están llenas de fotos de Italia, lugares a los que Joe jamás ha ido... el aroma a comida barata y líquido para limpiar pisos es inconfundible. Me acerqué al mostrador, el dueño del finísimo establecimiento me esperaba como si fuera una de las actrices que "interactuaban" con el en su juventud.

—Hola, Joe... dame una de tus especiales dobles... con papas fritas, un paquete de cigarros y un paquete de mentas. —Dije algo desganado mientras buscaba el dinero en mis bolsillos.

—¡Maxie! ¡Tanto tiempo!—Exclamó Joe mientras abría sus brazos de manera exagerada, intentando imitar los cientos de estereotipos italianos existentes. —Ya mismo salen... Escuche que habías viajado al extranjero ¿Cómo te fue? —Mientras decía esto último, anotaba la orden en un papel y la pasaba por la grasienta y mugrosa ventanilla que daba a ese cagadero de palomas al que llaman cocina, nunca supe quien se encargaba de la comida... por lo que se, bien podría ser un enano esclavizado o algo de esa índole.

—Bien, bien... pudo haberme ido peor. —Puse el dinero en el mostrador mientras suspiraba.

Joe rió, puso las mentas en una bolsa de papel y agarró el paquete de cigarros más caro que tenía.

—Joe, Joe... —Dije mientras agarraba su brazo. —¿Tengo cara de ser de la realeza? —Sonreí mientras señalaba la marca que fumaba habitualmente, BluePoint, o como a mi me gustaba llamarlos, PoorPoint. Joe asintió y metió los cigarrillos en la bolsa, me la entregó y me indicó que pronto mi orden estaría lista.

¿Qué tanta ciencia hay en recalentar algo en un microondas? En fin. Me senté en una de las mesitas al lado de la vidriera que daba a la calle, eran las dos de la tarde y ya ansiaba el final de este día ¿Quién sabe? Quizás la comida del italiano me envenenaba y me hacía un favor.
Ya llevaba un cuarto de paquete de mentas cuando veo a un indigente parar con su carro afuera del local de Joe, bajarse los pantalones y apuntar con su culo a la farola rota que alumbraba la propiedad de mi conocido, solté una risa algo ahogada, pero luego me di cuenta de que yo iba a tener que pasar por ahí cuando saliera del lugar y eso significaba otro olor putrefacto más... mierda de indigente humedecida por la lluvia, no gracias. Decidí ayudar al medioambiente, corrí hasta el mostrador y agarre un puñado de servilletas, guarde mis cigarros y las mentas en los bolsillos de mi abrigo, abrí la puerta y nos miramos, el con su culo afuera y yo viendo la majestuosidad de la escena.

—¡Hey! ¡Amigo! ¡Cague en esta bolsa y límpiese con esto, no sea asqueroso! —Grité mientras le extendía las manos con los tan preciados artículos de higiene personal. El vago los agarró, puso la bolsa en su culo y una tempestad de trompetas apocalípticas sonaron mientras yo reía ante lo bizarro de la situación, una niña pasó caminando con su madre y estoy seguro de que jamás en su vida olvidarán esa secuencia, ni el sonido, ni la imagen, ni el olor.

—¡Dios lo bendiga! ¡Dios lo bendiga! —Gritaba el vagabundo mientras yo reía y volvía al local para buscar mi orden, que convenientemente ya estaba en el mostrador esperándome.

Me acerqué para tomarla mientras Joe se inclinaba a un costado para mirar con cara de asco a mi nuevo amigo el vagabundo, que ya estaba en la tarea de limpiarse.

—Nos vemos, Joe. —Dije mientras tomaba una papa grasienta y flácida para introducirla en mi boca. Al salir, el vagabundo miró mi comida, decidí sacar un puñado de papas y meterlas en el bolsillo de su abrigo, ya que si se las daba en la mano era muy probable que terminaran saborizadas con lo que sea que hubiera almorzado ese día... si es que lo había hecho.

—Dios lo bendiga, amigo. —Sonrió el vagabundo mientras su aliento a licor le daba una paliza a mis fosas nasales, di un par de pasos y sentí un ruido extraño, como si un puñado de uvas aplastadas chocaran contra un cristal... mientras masticaba otra papa me giré y vi que el vagabundo había lanzado la putrefacta bolsa contra el local de Joe, que ahora lucía una bella pintura nueva. —¡Esto es por no regalarme una porción de pizza la otra noche, bastardo italiano! —Vociferó el vagabundo mientras agarraba su carro y salía corriendo a toda velocidad, detrás de él, Joe salió con su revolver y empezó a disparar en dirección al vago.
No era mi problema, a Joe le di dinero y al vagabundo le di un baño improvisado y un puñado de comida, ya había hecho mis buenas acciones del día. Saboreé mi comida y lentamente volví caminando a mi departamento.

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