Londres. Finales de septiembre. Primer día de universidad. Había logrado entrar en la carrera que siempre había querido, algo de lo que me sentía realmente orgullosa y como era palpable en mi actitud y dentro de la propia universidad, los nervios estaban a flor de piel. La gente andaba desorientada, sin saber dónde meterse y en mi caso, el único lugar que veía seguro en ese momento era bajo tierra. Me llamo Julia y hoy empiezo mi primer día de clases con unos nervios que me comían el estómago, una cara que reflejaba lo aterrorizada que estaba y...un brazo escayolado. Sí, era lo que mi padre había definido irónicamente como "la suerte del principiante". Justo dos días antes de mi presentación al público en la universidad me caí cuando mi hermano me hizo una de sus bromas y me puso una zancadilla en medio de la calle. Otro bochorno más de los miles a las que me estaba acostumbrando a vivir en mi día a día. Se podría decir que no era una chica de esas que se podrían calificar como "chica con suerte": era patosa al 100%; si algo me podría salir mal, me iba a salir mal; estaba continuamente haciendo las cosas al revés y aunque lo intentara con todas mis ganas, nunca lograba conseguir lo que me propongo.
En cuanto crucé la puerta de la clase todos los ojos se giraron y apuntaron justo a mí. Y a mi brazo. Lo que me faltaba era que desde el primer momento me etiquetaran como "la de la escayola" y eso lo único que hacía era que mi confianza y mi seguridad descendieran hasta el subsuelo. Así que intentando actuar con toda la naturalidad que mi mente me permitía en ese momento, me dirigí hasta el final de la clase con cerca de cincuenta miradas taladrándome. Me senté y eché la mirada abajo hacia mis converse, no quería apartar la mirada de ahí. Por suerte, el profesor no tardó mucho en llegar y recortó muchos minutos que juraría habrían sido incomodísimos.
-"Hola, soy vuestro profesor de Didáctica y quiero que en esta primera clase, vosotros seáis los protagonistas..."
Era un profesor mayor, medio clavito y con el pelo canoso. Parecía muy buena gente, pero debo decir que esa última frase había hecho que se activaran mis niveles de alerta.
-"...Por ello, vais a ir uno a uno presentándoos, para que desde el primer momento empecéis con buen pie y conociéndoos".
Retiro lo anterior mente dicho, ESE era el momento en el que me hubiera gustado estar bajo tierra. ¿En serio pretendía que yo hablara de mí delante de todos esos desconocidos con sus ojos amenazantes clavándose? No, no, debía de estar bromeando. Yo seguía autoconvenciéndome de que eso no debería ser legal hacerlo el primer día de universidad, hasta que una voz ronca cortó mis pensamientos de golpe:
-"Eh, la del pelito corto, es tu turno".
Oh Dios. No. Todos estaban pendiente de lo que yo fuera a decir en ese momento y lo único que mi cerebro podía articular era un "akshakhdvskdhf" mezclado con la armonía de mis tripas sonando, ya que esa mañana con las prisas no había ni desayunado. Yo seguía en mi coma mental, podía ver al profesor mirándome con una sonrisa cómplice pero se ve que mi cerebro quería formar parte activa de mi ridículo.
De repente, el chaval que estaba sentado al lado mía y en el que ni siquiera me había fijado, me soltó "Eh, que te está hablando a ti". Le iba a responder con un cortante " me he dado cuenta" pero entonces me fijé en él: era un chaval de unos 19 años, moreno, con un pelo rizado precioso (aunque pedía a gritos un cortecito), unos ojos verdes súper intensos y una camiseta de Los Ramones. De repente, salí de mi trance y me atreví a decir con voz un poco temblorosa:
-Hola, soy Julia. Tengo 18 años y vivo aquí en Londres. Me encanta la música y la lectura, pasar tiempo con mi familia y mis amigos y...
¿Y qué más me gustaba? ¿Qué más podía decir que no sonara demasiado friki? Oggg que pesada soy, me había vuelto a quedar en blanco. Por suerte, el profesor volvió a salvarme la vida.
-Vaaaaaaale, bastante bien. Encantado, Julia. Es tu turno- dijo dirigiéndose al chico de al lado mía.
- Me llamo Harry, tengo 18 años y vivo en Londres, aunque nací en Chesire. Me gusta mucho la música y en mis ratos libres suelo ensayar con mi grupo.- Era un chaval moreno y de pelo rizado.
-Muy interesante, nos encantaría saber algo más sobre tu grupo, pero debemos proseguir con las presentaciones si queremos que les dé tiempo a todos. Eh, ¡tu turno!- dijo señalando a la siguiente fila.
La clase terminó y la gente salió escopetada. Yo había tardado lo mío en levantarme ya que la escayola reducía mi movilidad lo que a mí me parecía como un 80%. Cogí la libreta que había sacado por si apuntaba algo y me dirigí a la siguiente clase. Cuando llegué la clase estaba llena igual que la otra, así que me volvía a dirigir al final de la clase y me senté al lado del mismo chico que estaba en la clase anterior. Antes ni si quiera me paré a fijarme en él, pero en cuanto giré la cabeza en su dirección no pude más que quedarme mirándole: tenía un pelo rizado precioso, unos ojos verdes súper intensos, una dentadura perfecta que había dejado entrever por un segundo y un hoyuelo que se le marcaba cada vez que apretaba los labios. Era un chaval realmente guapo. Vaya que si lo era. Quería entablar conversación con él, presentarme y esas cosas, pero era demasiado tímida para ello. Por lo que me limité a atender a la clase mientras la profesora de la siguiente asignatura hablaba desde su mesa.
Por fin la mañana terminó y me dispuse a dirigirme a casa. Había conocido a un par de chicas en mi clase con las que había estado hablando en las dos últimas horas. Eran bastante simpáticas y la idea de que al día siguiente podría tener alguien con quien estar hacía que la presión bajara un poco. En cuanto llegué a casa mis padres me recibieron con un tono mucho más entusiasta que el mío sobre mi propia entrada en la universidad y me hicieron un cuestionario sobre mi primer día a lo que en mi cabeza lo único que se me ocurría pensar era "por fin ya ha pasado".